Pintan bastos para los demócratas

Los sondeos auguran una auténtica hecatombe para los demócratas, y las casas de apuestas lo confirman. El partido perdería el control de la cámara de representantes, el senado, y un número aún por determinar de legislativos estatales

Hablábamos en noviembre de los desastres electorales que había sufrido el partido demócrata en un puñado de elecciones estatales y locales. Lo que al principio parecía un mero toque de atención se ha convertido en una verdadero zafarrancho de combate ante las sombrías perspectivas en las elecciones de este año, que son mucho más importantes. En ellas se renueva a la Cámara de representantes al completo, un tercio de los senadores, y la mayoría de las cámaras estatales, así como multitud de gabinetes municipales.

No es para menos. Aún es pronto, pero los sondeos auguran una auténtica hecatombe para los demócratas, y las casas de apuestas lo confirman. El partido perdería el control de la cámara de representantes, el senado, y un número aún por determinar de legislativos estatales. Una vez perdido el poder legislativo, el clima de extrema polarización que se respira relegaría al presidente Biden al rol de mero comparsa, incapaz de aprobar leyes de calado o siquiera designar cargos de importancia sin pasar por el veto republicano.

En estas condiciones, es difícil imaginar a Biden consiguiendo su reelección en 2024, cuando (conviene recordar) habrá cumplido ya los 82 años. De hecho, las casas de apuestas no le dan siquiera un 50% de posibilidades de ganar las primarias de su propio partido en esa fecha.

Este panorama electoral supone un vuelco total desde las elecciones de 2020, cuando los demócratas obtuvieron el control simultáneo de la Casa Blanca, la cámara baja y (por los pelos) el senado. Los enjambres de consultores y comentaristas que orbitan alrededor del partido se recreaban entonces con la predicción de que había llegado para quedarse una supuesta mayoría natural demócrata, anclada por un lado en el creciente peso demográfico de las minorías no blancas, y por otro en las clases profesionales.

Los sondeos indican que esta coalición se está deshaciendo progresivamente. Los hispanos, que son la demografía que más rápido crece en los Estados Unidos, confirman en los sondeos la tendencia que ya apuntaban en las elecciones presidenciales: desertan progresivamente a los republicanos, y algunos sondeos apuntan a un reparto a partes iguales entre ambos partidos, un resultado que, de confirmarse, sería catastrófico para los demócratas. El partido aguanta mejor el tirón entre las élites profesionales, pero incluso ahí se pueden entrever grietas tras el desastre demócrata en los suburbios pudientes de Virginia el año pasado.

Dos factores independientes parecen explicar la descomposición demócrata, uno de ellos material y el otro ideológico. Por un lado, el episodio inflacionista que vivimos desde mediada la pandemia. Por otro, la eclosión del progresismo identitario entre las élites del partido; llamémosle Wokismo, para resumir.

La inflación continúa batiendo récords mes tras mes, espoleada por políticas fiscales y monetarias y fiscales describiría eufemísticamente como estimulativas, aunque más en el sentido de una sobredosis de cocaína que de haberse tomado un café de más. Las contumaces previsiones institucionales de que pronto volverán los precios al redil de forma casi mágica, sin necesidad de hacer nada más que repetir esperanzados el mantra, no consiguen nada más que desprestigiar a aquellas.

No es del todo justo que el electorado culpe al partido demócrata por la subida de los precios. El inflacionismo a ultranza hace ya años que ha sido un consenso bipartidista en los Estados Unidos. Trump no sólo consiguió aprobar una sustancial rebaja de los impuestos con la economía cerca del pleno empleo, sino que acosaba de manera continuada a la Reserva Federal para que bajara los tipos de interés. Pero los demócratas controlan desde hace más de un año los poderes legislativo y ejecutivo, y el electorado no está de humor para hacer finas distinciones en la asignación de responsabilidades.

En contraste, la culpa por el identitarismo Woke desatado en las instituciones culturales y educativas estadounidenses se le puede asignar con toda justicia a los demócratas. Como expliqué hace unos meses, el Wokismo es un vocablo un poco vago que sin embargo denota tendencias claras y muy impopulares fuera de las élites profesionales. En el caso de la educación, se podría subsumir como un asalto frontal a las expectativas académicas y a los criterios objetivos de selección y medición, con la intención de reemplazarlos por decisiones discrecionales de las burocracias educativas, sin ningún tipo de control externo. Chirría un poco ver a la derecha estadounidense intentando reconvertirse en adalides de la ilustración y la intelectualidad, y algunas de las medidas que proponen son tan desquiciadas como las tendencias que intentan combatir. En cualquier caso, el desequilibrio institucional a favor de los demócratas entre las clerecías educativas y culturales es abrumador, y por tanto el electorado hace bien en culpabilizar al partido de la situación.

Aún faltan meses para las elecciones, pero va a ser muy difícil que los demócratas le den la vuelta a la situación. La inflación es resultado de tendencias macroeconómicas a medio y largo plazo. Las únicas medidas que se contemplan para combatirla son subidas de los tipos de interés, una herramienta contundente pero poco precisa y cuyos efectos tardan típicamente muchos meses en notarse. La otra medida antiinflacionista tradicional, el ajuste fiscal, en el contexto político actual parece casi una imposibilidad metafísica. En cuanto al Wokismo, no puede caber duda de su enorme impopularidad en todas las demografías salvo dos: jóvenes activistas de clase media-alta y con credenciales académicas de élite, y personajes adinerados predispuestos a financiar campañas electorales. Desgraciadamente para los demócratas, son dos clases que tienen una influencia en su partido absolutamente desproporcionada a su peso electoral.