Pescanova, otro ejemplo de un país en fase de derribo
Tendemos a asociar la corrupción con el sector público. La mayoría de la sociedad retiene y emplea ese esquema de análisis al referirse al fenómeno. Políticos, funcionarios y personas que gravitan en torno a ellos suelen estar en el ojo del huracán de las prácticas fraudulentas más habituales.
Pero nos olvidamos de otra corrupción, la privada. Es tan sistémica y peligrosa como la que afecta al ámbito de lo público. Pocas veces decimos que donde habita un corrupto antes ha pasado un corruptor. Y así construimos un discurso sobre la materia que acaba resultando demagógico y sectario.
Lo que ha sucedido con Pescanova, lo que está sucediendo todavía, es un buen ejemplo de que el sector privado no es ajeno a unas prácticas que parecían desterradas.
Manuel Fernández Sousa, presidente del gigante empresarial gallego, pone de manifiesto que eso no es un invento, sino una triste realidad del país.
Todavía estamos frotándonos los ojos al conocer cómo se ha podido burlar a la banca, a las instituciones que regulan al mercado bursátil, a inversores, proveedores, clientes… Lo sucedido en Pescanova es un ejemplo claro de que España sigue lejos de los estándares europeos en transparencia empresarial.
Se ha engañado a los accionistas. La deuda declarada no es la real. La situación financiera, tampoco. El origen de los inversores es opaco, en cuanto a la titularidad y en cuanto a la fiscalidad. Los manejos mercantiles y el entramado societario es más digno de una película de Ozores que de una moderna multinacional.
En Galicia, la prensa regional ha pasado de puntillas por el asunto. Casi ha soslayado la existencia de un profundo agujero negro y un duro enfrentamiento empresarial. También nuestro colectivo es responsable de ese estado de cosas tan propio del siglo XIX.
Para redondear el esperpento, Fernández Sousa, a través de interpuestos, ha despedido del grupo pesquero al esposo de una periodista que informaba con corrección sobre lo que acontecía desde un diario económico. ¿Represión? Es obvio. Pero además incorpora un aldeanismo impropio del siglo XXI.
¿Cómo una empresa de la que dependen 10.000 empleos ha podido actuar hasta la fecha con esa desvergüenza e impunidad mercantil, comercial y de responsabilidad social? Nos resulta muy fácil apuntar a Bankia, a las otras cajas nacionalizadas y a Bárcenas y sus números para retratar el país.
Pero, sin perder de vista esos asuntos, para modernizarnos y europeizarnos de manera definitiva deberíamos ser capaces de rebelarnos contra casos como el de Pescanova, un verdadero paradigma de país en fase de derribo.