Perspectivas
El 2017 empieza con más incertidumbres que certezas. La reacción a la crisis económica, social y política, de momento, llevan al electorado hacia alternativas conservadoras y populistas, sean con disfraz de derechas o de izquierdas. Sólo cuando la crisis estalla vinculada a un cuestionamiento territorial, en algunos casos, deriva hacia opciones democráticas y progresistas, como sería el caso de Escocia y Cataluña.
Caminamos, parece, hacia un punto cercano a la situación previa a la Primera Guerra Mundial, donde ni siquiera se debatía entre modelos de sociedad como en la Segunda: capitalismo democrático, capitalismo nazi o comunismo. Vamos hacia una pugna entre potencias, todas ellas lideradas por políticos conservadores, militaristas, insensibles a los problemas de sostenibilidad del planeta, como si fuera la reedición de la fase culminante del imperialismo.
Ahora las guerras se producen en el campo de las desestabilizaciones económicas e informáticas (la batalla de los hackers) o bien son batallas cruentas en territorios como el Oriente Medio, donde las industrias vinculadas a los ejércitos prueban nuevas armas y filman los resultados para ponerlas a la venta, como hacían los aviones nazis y fascistas italianos, convocados por Franco, sobre la población indefensa de Valencia y Cataluña.
En paralelo a estas miserias, la revolución científico tecnológica está cerca de poder solucionar los grandes retos de la humanidad: el acceso a una economía circular sin residuos y con energía limpia, la alimentación racional de base vegetal, el acceso al agua potable, la salud generalizada, el acceso masivo a la información y la cultura gracias a las redes, etcétera.
Sólo la estructura del poder político y económico en manos de varias élites internacionales, nacionales o locales, y su obsesión extractiva, impide que lo que sería posible pase a ser improbable.
El populismo que pretende dar soluciones a los problemas cerrando fronteras, para que no entren inmigrantes o para que no haya pueblos que ejerzan su autodeterminación, sólo sirve para agitar banderas del pasado sin cuestionar ninguna de las bases injustas de la sociedad a la que dice salvar.
Si en Alemania el peligro se percibe en el exilio sirio, y en Francia en el magrebí, en España el peligro, como sucede desde la persecución de judíos o moriscos, reside en su interior, y es con los catalanes. Pero en España, mientras se coarta la libertad de expresión, incluso de los parlamentos, no hay ninguna solución a la quiebra inminente de las pensiones, ninguna depuración a fondo de los canales de corrupción de los partidos del régimen, ninguna rectificación en las faraónicas, ineficientes y deficitarias políticas de infraestructuras radiales, y ningún cambio en las apuestas por la recuperación, con un regreso a una economía basada en el sector inmobiliario y el turismo con sueldos miserables.
De este panorama francamente desolador se salvan algunos países nórdicos que, prescindiendo de la fórmula liberal o socialdemócrata de quien en este momento esté en el gobierno, están acompañando y promoviendo un cambio de modelo económico y energético, y la reformulación democrática y social de sus Estados. Y también se salvan experiencias locales innovadoras junto a la colaboración de iniciativas ciudadanas, del tercer sector o de pequeñas y medianas empresas con vocación.
La autodefensa colaborativa de pequeñas comunidades ciudadanas, empresariales y territoriales parece ser una de las pocas estrategias con garantías de éxito para la supervivencia y el progreso. Y en este marco, los procesos de emancipación de Cataluña y Escocia son también un síntoma. Si los ciudadanos de Cataluña se saben concentrar en la nueva revolución económica y el cambio de modelo social, como supieron hacerlo en los siglos XIII y XIV con la revolución comercial y en los siglos XVIII y XIX con la industrial, volveremos a ganar la partida estratégica. La táctica, depende de un factor más de azar y de coyuntura, donde un día puedes perder y el otro ganar.