Pero, ¿de verdad estamos en la Unión Europea?
Por si ustedes no lo sabían, dentro de 19 días, el 27 de septiembre, se celebran elecciones al Parlamento Catalán. Para ponerles al tanto, les informaré que el número uno de la lista que más posibilidades tiene de sacar mayoría no es candidato a presidir el gobierno de la Generalitat.
No se debaten programas de gobierno, porque esa candidatura carece de él. En la sombra, en cuarta posición de tan mencionada candidatura, está el president actual de Cataluña, que no defiende su gestión y no asiste a debates con otros candidatos. Porque les informó que aunque legalmente ni conceptualmente existan «elecciones plebiscitarias», tal parece ser el caso de la que nos ocupa.
Algunos periódicos de Madrid resaltan hoy en titular una declaración de Mariano Rajoy, en plena campaña catalana, en su visita a la fábrica de SEAT en Martorell: «soy optimista porque creo en el sentido común de los españoles». ¡Casi nada!
El nueve de septiembre se reúne el Parlamento Europeo en Estrasburgo. Se celebra el debate de la Unión, en donde el presidente de la Comisión Europea rendirá cuentas antes los eurodiputados sobre las prioridades más importantes de su gestión.
Los políticos españoles no saben o no opinan sobre este acontecimiento crucial de la política europea. Nuestros gobernantes siguen sin hablar con claridad sobre el reto que nos supone la llegada de miles de refugiados a nuestras fronteras. En la peor crisis de refugiados desde la segunda guerra mundial, aspirar a un debate sosegado y honesto parece una utopía.
Vistas así las cosas, inaugurado el año judicial, que es en realidad un vademecum del desbordamiento de la Justicia con los innumerables casos de corrupción, convendría una reflexión sobre nuestra clase política y sobre nuestros medios de comunicación.
Aquí van algunas:
– Primero, por lo que observo, el debate que hasta ahora centra la campaña catalana se parece más a una junta de accionistas en donde los distintos socios evalúan los costes de separación de esta parte de España. Único o casi único argumento en los periódicos del día. Cuanto ganan y cuanto pierden respectivamente Cataluña y el resto de España en caso de separación.
No recuerdo un asunto tan serio con un debate tan largo exento de contenido político, envuelto solo por emociones y cargado de una contabilidad utilitarista. No hay debate entre las distintas opciones o por lo menos no participan en él los actores principales de esta disputa política.
– Segundo, el Gobierno trata el asunto de los refugiados poniéndose de perfil. No quiere desairar a Alemania pero carecen de criterio propio. Nuestra economía viento en popa menos cuando se trata de regatear a la baja el número de refugiados que podemos acoger.
Poco a poco, Rajoy va diciendo que sí a lo que marca Alemania, como un alumno mal estudiante que no quiere hacer los deberes hasta que no le queda más remedio. Mientras en Europa unos se niegan a colaborar y otros estudian esta crisis teniendo en cuenta factores demográficos, de proyección con el envejecimiento de la población para compaginar la solidaridad con la utilidad de mano de obra cualificada y otros aspectos de integración europea, aquí el Gobierno va a remolque de la opinión pública y de iniciativas ciudadanas. En temas europeos cruciales se sigue imponiendo el autismo, renunciando a cualquier protagonismo.
– Tercero, observar la tradicional inauguración del año judicial es un remake de las ediciones anteriores, donde el Rey de turno, observa las quejas sobre una Justicia desbordada donde los asuntos envejecen cuidadosamente envueltos, como los vinos viejos, y sin que se aborde la tan mencionada, desde hace tantos años, reforma de la Justicia.
Dicho lo anterior, los sesudos sociólogos siguen especulando sobre la crisis de nuestro sistema de partidos, sobre el escaso interés de la opinión pública y sobre la eclosión de populismos, observando como la sociedad española avanza hacia el precipicio con cadencia ordenada y sistemática.
Y, mientras todo esto sucede, Mariano Rajoy nos tranquiliza con su aserto: «soy optimista porque creo en el sentido común de los españoles».