Pero, ¿de qué va Artur Mas?

Artur Mas tiene un plan. No se va. No se ha ido. A la espera de su situación judicial, y la posible inhabilitación como cargo público, por la causa del 9N, el ex presidente catalán sopesa una serie de circunstancias que le pueden llevar, de nuevo, a ser candidato a la Generalitat para negociar con el Gobierno central, y aspirar a la celebración de un referéndum legal y acordado sobre el futuro de Cataluña. ¿Una quimera?

Mas no dejará de ser nunca un hombre ordenado, educado en la racionalidad. En los últimos meses ha comenzado a ver que lo que está en juego en Cataluña es una gran batalla en el eje ideológico, que el proceso soberanista se ha teñido de izquierdismo, y que otros pueden salir beneficiados de lo que él mismo puso en marcha cuando decidió adelantar las elecciones autonómicas en noviembre de 2012, tras la exaltación independentista de la Diada del 11 de septiembre de ese mismo año.

Mas sigue pensando que sólo él puede tener la capacidad de negociar con el Gobierno español, y cree que cuenta todavía con la confianza de los sectores económicos catalanes y de una parte significativa de la sociedad catalana, que sigue viendo en él al único líder político que queda en Cataluña.

¿Se equivoca? ¿De qué va, en realidad, Artur Mas? En Madrid hace tiempo que ya no le ven como un interlocutor válido. Descartan por completo que pueda servir para reconducir la situación. La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, no tiene un buen concepto de Mas, y la pronunciación de su nombre le lleva a un gesto de agotamiento. Pero todo dependerá de las urnas. Y aquí el ex mandatario catalán tiene una idea de lo que pueda pasar a lo largo de 2017.

Las circunstancias «especiales» a las que se refirió en un almuerzo muy significativo en la Cambra de Comerç, que ha causado sorpresa entre buena parte del empresariado catalán, pasan por la imposibilidad de realizar el referéndum al que se ha comprometido el Govern de Carles Puigdemont. Más allá de la polémica sobre esa partida en los presupuestos para poder convocarlo, Mas es consciente de que el Gobierno esta vez no lo permitirá.

Eso obligará al gobierno catalán a convocar unas elecciones al Parlament, que se etiquetarán de elecciones plebiscitarias, con la idea de obtener más del 50% de «los votos, no de los escaños», como apuntó Mas, a favor de la independencia de Cataluña. Con esa legitimidad en los votos, si se produce, Mas cree que se podría negociar de verdad con el Gobierno español, sin límites y buscando un acuerdo para las dos partes.

Siguiendo ese guión, se plantea una incógnita, que Mas cree que ya está despejada. ¿Quién se presentará como candidato del PDECAT, teniendo en cuenta que Oriol Junqueras se niega a repetir la fórmula de Junts pel Sí?

Carles Puigdemont no deja de recordar a su núcleo más estrecho que no quiere ser candidato, que sólo lo sería si la CUP, en las próximas semanas, rechazara los presupuestos, y le forzara a convocar elecciones. En el PDECAT no hay otros candidatos con más fuerza que la que pueda tener Artur Mas. Ni la coordinadora general, Marta Pascal, ni la vicepresidenta, Neus Munté, ni el consejero de Cultura, Santi Vila, parecen tener posibilidades.

En esas, Mas sería el candidato para levantar el PDCAT e impedir que todo el proceso soberanista en Cataluña, iniciado en 2012, acabe con un gobierno de izquierdas, formado por ERC, el partido que está organizando Ada Colau, con el concurso, además, del PSC o de la CUP. Y si gana y tiene una mayoría independentista detrás, Mas se ve, de nuevo, como el negociador en Madrid.

Para seguir su proyecto, ahora, Mas ha constituido una fundación, que dependerá del PDECAT, que podría tener el apoyo de sectores empresariales catalanes. Aunque en Madrid no se vea igual, a Mas esos sectores todavía le ven capaz de reconducir las cosas, pese a que Mas desee la independencia de Cataluña.

De todo eso va Artur Mas. Otra cosa es que no tenga ningún éxito. O que esos planes sólo los vea en su cabeza, una testa ordenada, y determinada, aunque se vea con sorpresa y perplejidad.