¿Pero, a qué juega Artur Mas?
Uno de los grandes empresarios catalanes, presente en mil foros, admite que no entiende a Artur Mas. No es que comparta o no su proyecto político, es que no es capaz de asimilar la supuesta estrategia que sigue el President.
Y es aquí cuando aparecen todas las dudas, también en el seno de su propio partido. Porque, ¿es estrategia o es táctica? Mas dejó bien claro, en su comparecencia en el Palau de la Generalitat cuando el Gobierno impugnó la primera consulta del 9N, que sólo convocaría elecciones anticipadas en el caso de que le «convencieran» de que tendrían, realmente, un carácter plebiscitario, mostrando la unidad de los partidos soberanistas.
Pero desde aquel momento se deslizó por una pendiente, proponiendo listas unitarias, con hojas de ruta muy concretas, que, previamente, no había consensuado con nadie. Ni con CiU ni con el supuesto socio de Esquerra Republicana.
Ahora ha conseguido irritar a las entidades soberanistas, porque ni la ANC ni Òmnium Cultural son homogéneas. Mal asunto para todos los catalanes si lo fueran. La pluralidad está presente en todos los ámbitos, en todos los rincones de Cataluña. Y que se les incite a elaborar una lista «encabezada o integrada» con el President, es ir demasiado lejos.
Lectura perversa, entonces. Con la sensación en distintos ámbitos nacionalistas de que las elecciones del 27 de septiembre pueden resultar un auténtico desastre para Mas, con un frente de izquierdas en auge, y con Ciutadans en plena forma, ¿no será que Mas quiere cargarse de razones para no convocar los comicios?
Es decir, y no se asusten: las entidades entienden que el país no está maduro para un plebiscito sobre la independencia, no asumen el plan de Mas, y éste entiende que no puede convocar. Respira, sabiendo de antemano que la propuesta no iba a ser aceptada.
Porque, entonces, ¿por qué nombra nuevos consejeros para menos de tres meses, tras la salida del Govern de los tres representantes de Unió?
Nadie entiende nada. Tal vez ni el propio Mas sabe ya qué debe hacer. Y nadie entiende que se insista en presentar al Gobierno de España como el gran mal que pretende hundir a Cataluña, con ese cahier de doléances, digno de los sans-culottes más aguerridos de la revolución francesa.