Pedro Sánchez y Cataluña, ¿quién esperaba más?

Pedro Sánchez alcanzó este martes la primera cima: el objetivo que se había marcado cuando conoció los resultados del 20D. Como mínimo, Sánchez quería tener la oportunidad de ofrecer su programa de gobierno para ensayar que podía edificar una alternativa a Mariano Rajoy. El líder del PP se lo puso fácil, al renunciar a la investidura, tras el ofrecimiento del jefe del Estado, el rey Felipe VI. Y Sánchez no desaprovechó la ocasión, aunque es cierto que no tiene ninguna garantía de éxito. Debería convencer en las próximas 48 horas a Podemos para que decida abstenerse.

El gran argumento de la formación de Pablo Iglesias es que Sánchez ha pactado con «la derecha», con Ciudadanos, y eso invalida cualquier acercamiento. ¿En qué momento España abandonará esos prejuicios sobre la supuesta o genuina derecha? ¿Simplificar los contratos laborales a tres es de derechas? ¿Por qué exactamente?

Pero, al margen de esas cuestiones que deberá resolver Podemos el viernes por la noche, Sánchez también se ‘olvidó’ de contentar a otros partidos políticos: los partidos catalanes representados en el Congreso, que han abrazado el independentismo, Convergència y Esquerra Republicana.

De «decepcionante», calificó el discurso de Pedro Sánchez el portavoz de ERC, Joan Tardà. La cuestión es que Sánchez quiso situar el problema catalán en su justa medida, algo que no puede compartir el movimiento soberanista, que ya ha pasado de «pantalla», como le gusta decir a sus dirigentes, con la idea de que se admita por parte de los gobiernos españoles de que es necesario convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña.

Sánchez podía haber ido más allá. El líder del PSOE podría haber concretado su apuesta por una España federal, que precisa de una reforma de la Constitución. Es verdad. Tendrá ocasión de definir más sus propuestas con el cuerpo a cuerpo con los dirigentes nacionalistas este miércoles. Pero lo ofrecido no es nada menor.

Lo que apuntó Sánchez es que se debe reanudar el diálogo, en las dos direcciones. Porque no todo es culpa del anterior gobierno de Mariano Rajoy. El Gobierno catalán de Artur Mas buscó ganar unas elecciones por mayoría absoluta, y no le salió. Utilizó el movimiento soberanista y, después, no supo como contenerlo. Y eso lo sabe Sánchez.

Atender los 23 puntos que le presentó Mas a Rajoy es un buen inicio. Y eso lo asumió Sánchez. Lo más urgente es que el próximo gobierno español, para abordar la cuestión catalana, establezca puntos de encuentro y, con ello, se rebaje la tensión acumulada. El consenso en la sociedad catalana gira alrededor de dos grandes cuestiones: el modelo de financiación, que se considera injusto, y las inversiones del Estado en Cataluña.

También es crucial la cuestión lingüística, y el hecho de que el Gobierno de turno, del signo que sea, entienda que es el Parlament el que debería legislar sobre las competencias propias de la Generalitat, sin invadirlas de forma periódica.

Sánchez se refirió a la reforma constitucional, pero no únicamente para resolver la cuestión catalana, aunque es evidente que es un factor determinante para el conjunto de la política española. Sus referencias a Cataluña fueron escasas, si se entiende con «Cataluña» aquellas demandas que realizan los independentistas. Pero fueron numerosas para el conjunto de los catalanes, porque las medidas que desgranó, de toda índole, afectan a todos los ciudadanos españoles, incluidos los catalanes.

El problema que se ha establecido en Cataluña es la confusión de una parte por el todo. En el nombre de Cataluña se defienden tesis soberanistas. Y Sánchez se ha dado cuenta de ello.

Por tanto, ¿quién esperaba más?