Pedro Sánchez y el populismo de colorines del PSOE
Los socialistas han pasado de ser un partido de Estado a parte sustancial del "Gobierno propaganda" con un "pensamiento flácido de izquierdas"
¡Qué tiempos aquellos en que la socialdemocracia se presentaba como una alternativa al liberalismo! ¡Qué tiempos aquellos –del programa de Bad Godesberg de 1959 a las ideas surgidas en los 80 y 90 del siglo pasado- en que la socialdemocracia contaba con propuestas como las de Peter Glotz, Oskar Lafontaine, Anthony Giddens, Ludolfo Paramio o el Programa 2000 del PSOE! Hoy, de todo aquel afán renovador, no queda nada.
¿El PSOE? Un gobierno propaganda –¿Habrá que distinguir el Partido Socialista del gobierno socialista?- que incrementa el clientelismo e impulsa el frentismo para evitar que la derecha liberal alcance el poder.
Un ‘catch all party’
¿Qué es hoy el PSOE? Una combinación de populismo y colorines. Un PSOE convertido, por obra y gracia de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, en un catch all party que abraza cualquier populismo que brinde réditos electorales inmediatos.
Pongamos por caso el populismo económico y social de Podemos y los sindicatos autodenominados de clase, o el populismo nacionalista de ERC y EH Bildu, o el populismo feminista de pancarta y pandereta del 8 de marzo, o el populismo ecologista de Greenpeace y Ecologistas en Acción, o el populismo humanitarista de Open Arms. Populismo que es capaz de otorgar el status de hombres de Estado a Pablo Iglesias, Oriol Junqueras o Arnaldo Otegi.
Un batiburrillo de ideas que –en beneficio propio- coquetea con el “pueblo”, con la lucha de clases rediviva, con el soi-disant progresismo, con el victimismo nacionalista, con la perspectiva fundamentalista de género, con el absolutismo ecologista o con el chantaje emocional de muchas ONG.
Un populismo que se caracteriza – así define Enrique Krauze el populismo en su ensayo ¿Qué es el populismo?, 2005- por el secuestro de la palabra, la invención de la verdad, la prescripción de la realidad, la movilización permanente, la fustigación del adversario, el fomento del rencor o la relativización –si conviene- de la legalidad democrática.
Un populismo de colorines –vivo, brillante, llamativo- que recuerda la sociedad del espectáculo que en su día teorizó Guy Debord: imagen, apariencia, seducción, emoción, sentimientos, deseos, odios, falsificación, representación. Un lenguaje y un discurso coloreado, prepotente y displicente, que presume de definir un nuevo ideal emancipatorio que permite cambiar la vida y transformar la sociedad previa constitución de una nueva conciencia crítica. Colore, colore. Parole, parole
Inciso: según afirma la psicología del color, los colores, de Aristóteles a Eva Heller pasando por Goethe, suelen favorecer la percepción, definición y catalogación –inducidas- de lo que se ve. Incluso, pueden modelar la conducta de quien observa.
Trompetas, clarinetes y violines
Siguiendo el canon de Monteverdi, el populismo socialista de colorines tiene trompetas que anuncian la catástrofe, violonchelos que reproducen quejas, clarinetes que llaman a la desobediencia, tambores que propagan consignas, bombos que acallan la disidencia, arpas que invitan a la liberación y violines que conducen a un paraíso que nunca existió ni existirá.
Una operación de mercadotecnia ideológica y política para acceder a un variopinto mercado electoral. En la sociedad del espectáculo, nada mejor que un socialismo de colorines de todo a cien. O –tras la introducción del euro-, de todo a diez.
El populismo de colorines –el pensamiento flácido de izquierdas-, en un presente marcado por el signo de la crisis sanitaria y económica, promete –low cost– una sociedad mejor al alcance de la mano. Y eso vende. Los colorines, a la manera de los cuentos de hadas y los folletines por entregas, satisfacen –ilusoriamente- el deseo y el sueño. Y eso vende.
El populismo siempre gana
Si José Luis Rodríguez Zapatero seduce al personal –luego vino el desengaño- con el talante, el “buenismo” y la Alianza de Civilizaciones, Pedro Sánchez lo atrae con una postverdad que construye una realidad a la medida del pueblo al que se debe. A ello, añadan la modestia personal. Vale decir que José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez comparten una característica: ambos, levitan. Y eso, encandila.
Un ejemplo del papel de la “modestia” –él mismo usó el término en sesión parlamentaria: un prodigio del arte de la manipulación que convierte el narcisismo en modestia- en Pedro Sánchez. El líder socialista toma la palabra: “propondré” a las Comunidades Autónomas el endurecimiento de las medidas a tomar contra la Covid-19. Pedro Sánchez o el político modesto que únicamente propone. Gato encerrado.
Primero: elude su responsabilidad. Segundo: si las Autonomías aceptan la propuesta y el endurecimiento tiene efectos positivos, Pedro Sánchez gana. Tercero: si el endurecimiento tiene efectos negativos, Pedro Sánchez gana porque la culpa recae en las Autonomías que no implementan las medidas oportunas. Cuarto: si el endurecimiento no se decreta, Pedro Sánchez –sea cual sea el resultado- también gana porque brinda la posibilidad de hacerlo. El populismo siempre gana.
Apariencia e ilusión
El populismo de colorines construye complicidades entre el ciudadano y el político que le promete un mundo y una vida mejores. Y eso –a pesar de ser una apariencia o una ilusión, o precisamente por eso- da votos. Los colorines compensan las fatalidades de una realidad frecuentemente dolorosa. Los colorines brindan “oportunidades de vida” (Max Weber) y “estilo de vida” (Anthony Giddens). Cosa que hoy, en el presente en que estamos incómodamente instalados, tiene mercado.
Un mercado en que aparecen charlatanes que afirman que la salvación está en la potenciación de las emociones, en la autoayuda, en las nuevas formas de espiritualidad y religiosidad, en la tecnología de última generación o en el cultivo del cuerpo. O –respuestas fáciles y rápidas que reafirman lo que uno piensa o desea- en el llamado progresismo. Ludwig Feuerbach: “el ser humano prefiere la representación a la realidad”.