Pedro Sánchez pierde comba, Íñigo Errejón no la gana
Pedro Sánchez hoy es uno más, otro marrullero a la caza del poder en la lamentable escena política hispana
No es solo la tendencia a la baja pronosticada por el escudero José Félix Tezanos. Ni es solo que Pablo Iglesias no sufra castigo por su empecinamiento en no regalar votos. Tampoco el factor Íñigo Errejón por sí mismo debería preocupar a Pedro Sánchez. Ni siquiera los tres factores combinados parecen capaces de arrebatarle otra noche electoral triunfante.
Lo que debería quitarle el sueño a pesar de renovar victoria son otros tres factores. Primero, la pérdida de credibilidad. Segundo, el fracaso del intento de convertirse en un líder fuerte. Tercero, la dificultad y fragilidad de cualquier mayoría de gobierno.
Pocos dudan, incluso entre sus votantes, de que Sánchez es el principal responsable de la indeseada repetición electoral. En julio ofrecía coalición, en agosto la rechazaba sin un argumento sólido y en septiembre se horrorizaba ante la posibilidad de tener ministros no sometidos a su cesáreo manto presidencial.
En pocos meses, el que fuera líder rebelde ha perdido por completo el aura de político resolutivo con convicciones. Hoy es uno más, otro marrullero a la caza del poder en la lamentable escena política hispana.
Segundo, lo que ha perdido por el lado bueno, ya no es bienquerido, no lo ha ganado por el lado malo, ser más temido, como pretendía. El intento de convertirse en una especie de padre de la patria, casi predestinado incuestionable, dueño y señor de sus destinos, a veces bondadoso pero con malas pulgas, no ha cuajado.
En términos maquiavélicos, infundir temor con tiento y tino incrementa el respeto e incluso el cariño de los súbditos. Ser temido sin dejar de ser querido es precisamente lo que pretendía al apretar las tuercas a Podemos y Ciudadanos en busca de apoyos gratuitos. Le ha salido fatal. Hoy es menos querido e incluso menos temido que unos meses atrás.
De todas las actuaciones de Sánchez se desprende lo mismo: pretende reforzarse
Se ha comentado poco el último episodio, protagonizado in extremis por un Albert Rivera que se había quedado en fuera de juego. Le mando una simple misiva con tres puntos, que debía firmar si quería ser investido con los votos de Ciudadanos. La despreció aduciendo que ya cumplía con todos. Pues si ya cumplía haber firmado y a formar gobierno de una vez en vez de repetir elecciones.
De todas las actuaciones y declaraciones de Sánchez tras el inesperado o por lo menos ilógico fracaso del primer intento de ser investido en julio, se desprende lo mismo: pretende reforzarse.
Pero, tercera consideración para no dormir, el tiro le ha salido por la culata. Aunque incremente el número de diputados, lo que está por ver tras la irrupción de Más País –que algo arañará al PSOE, a Podemos e incluso a Cs–, el precio a pagar por los votos que le faciliten la investidura puede subir.
Si en algo coinciden a todos los demás partidos, más allá de las ideologías, es en la imperiosa necesidad de empequeñecer la figura de Sánchez. Si el 10-N mejoran o resisten sin grandes pérdidas, los demás se sentirán reforzados y en consecuencia incrementarán sus exigencias.
Y, modo contrario, si alguien sufre un varapalo, pongamos que acierten todos los sondeos en el castigo Cs después de haber negado pactos a izquierda y derecha, pues incluso en esta situación, a Rivera le convendría más encastillarse que doblegarse. O vicepresidente o nada. De lo contrario pasaría de líder veleta a niñato desprestigiado.
Lo mismo, pero aumentado y corregido, vale para Iglesias. Por poco que Errejón le coma terreno, o incluso si consigue aguantar la doble opa de PSOE y Más País, la única manera de sobrevivir es mediante la coalición PSOE-Podemos o la más dura oposición.
Una vez los países se instalan en el multipartidismo, no hay manera de salir de él
De manera que la fragilidad de la posición de Sánchez tiene casi todos los números de ir en aumento en cualquier resultado electoral que no sea el de una mayoría suficiente del PSOE, algo que está fuera de todas las previsiones.
Una vez los países se instalan en el multipartidismo, siempre por descuido de los bipartidismos, que se han abstenido de blindarse como en Gran Bretaña o USA, ya no hay manera de salir de él.
Ello no significa que el nuevo en la lid lo vaya a tener fácil. El patio político está lo bastante cubierto, cercano al númerus clausus, para que puedan entrar nuevos partidos a disfrutar del recreo (de momento no hacen otra cosa que pelearse en él). Más aún si no tiene ni estrategia ni espacio ideológico definido.
El pronóstico para el avispado y arriesgado líder es más bien aciago: o mete bastante más que la punta del pie en el Congreso o se despeña. Aunque consiga cuatro o cinco escaños, que ya sería mucho, su papel no será ni de protagonista ni secundario sino como mucho de comparsa.
Si Sánchez sigue en primera posición será pese a sus deméritos, porque el resto son todavía menos de fiar. A la vista de lo cual, Pablo Casado opta por ponerse de perfil en vez de entrar en la pelea de gallos. De lo abultado del premio que obtenga va a depender en buena parte el futuro de la política española.