Pedro Sánchez, el tigre funambulista
El mensaje de Sánchez es diáfano: él no ha venido a reformar el país sino como mucho a retocarlo
Pedro Sánchez reúne un par de características que suelen ir por separado. Hay políticos funambulistas como Zapatero, Rajoy o el mismísimo Felipe González, aunque lo disimulara.
Luego, entre las distintas subespecie de políticos los hay tigre. Tigres son la mayoría de presidentes norteamericanos o, sin ir más lejos, su émulo hispánico José María Aznar. Algunos tigres son políticos de raza, con ideas y programa propio. Otros, como Bush padre, eran auténticos maestros en eliminar a sus rivales.
Reunir en un solo personaje las características del funambulista y las del tigre es algo insólito. Sánchez tiene tan poco de estadista como Zapatero o Rajoy, pero posee este secreto que lo convierte en difícil de batir.
Pedro Sánchez ya tiene en su casillero víctimas políticas como Tomás Gómez o Eduardo Madina
Desde la cuerda, floja o tensa, suele ser arriesgado, cuando no temerario, tomar impulso y lanzarse. Sin embargo, Sánchez reúne en una sola persona la habilidad de pegar saltos felinos sobre sus rivales y la de pasar la maroma.
Sobre lo primero, basta preguntar a la antigua y belicosa Federación Socialista Madrileña y a su difunto presidente Tomás Gómez, víctima de una de las dentelladas más imprevisibles y fulminantes de la democracia española. Pueden, asimismo, preguntar por el paradero de su primer rival, Eduardo Madina.
Sin embargo, lo que acredita su condición de tigre malayo fue su atrevida vuelta a la Secretaría General, tras ser empujado al precipicio por las fuerzas vivas del PSOE capitaneadas por Susana Díaz.
Tras revivir políticamente, Sánchez optó por pasar de tigre a funambulista
El batacazo era mortal de necesidad, pero los felinos dominan tanto el arte de caer como el de recuperarse. Así volvió a su puesto, resurgiendo de la nada, con un sorprendente lanzamiento al estilo de las películas de Sandokan.
Los tigres son muy osados, pero asimismo cautelosos, muy raramente temerarios. De modo que el bengalí español, una vez recuperado el poder, se decidió por adoptar el yo de los supervivientes políticos, o sea la muy acreditada condición de funambulista. Los tigres no tienen tantas vidas como los gatos porque en política reina la caza mayor.
Así que, en vez desafiar de nuevo a quienes le habían arrojado al vacío, Sánchez se dedicó a templar gaitas y a rondar por los aledaños de su nueva presa, Mariano Rajoy, a la espera, si se producía, de una oportunidad.
Se la encontró antes de lo esperado. Al siempre bien parapetado Rajoy se le había abierto una brecha en forma de condena judicial a su partido.
Tras unos momentos de duda, salió del escondrijo con las garras por delante. Estuvo a punto de salirle mal. El impulso era insuficiente, pero todos los que estaban en situación de auparle lo hicieron.
El paso de Pedro Sánchez por La Moncloa
Ya le tenemos en La Moncloa. Una vez allí medita, esboza y nombra un gabinete de salvación personal. Él, en medio. A lado y lado de la pértiga, ministros que si el presidente dispusiera de un programa serían incompatibles entre ellos. Lo importante es que estén bien contrapesados para que pueda mantener el equilibrio.
El mensaje de Sánchez es diáfano. Él no ha venido a reformar sino como mucho a retocar. Se sabe débil, pero en la asunción de su debilidad está su fortaleza. Que España no está para un cambio de atmosfera sino por una ligera renovación de aires. Pues renovación de aires.
Sánchez se ha presentado como el buen demócrata frente a los defensores del dictador
Por eso la siguiente presa es una momia viviente. Aquellos que no le acompañen en su empeño de sacar a Franco de su mausoleo quedarán en evidencia. Desenterrar al dictador tras más de cuarenta años demuestra perspicacia y capacidad de combate a distancia, no proyecto.
No es necesario que se desmelene para conseguir que sus rivales queden como poco demócratas y retrógrados. Sánchez, el buen demócrata frente a los defensores del dictador.
La demostración más palmaria del funambulismo de Sánchez es la rectificación sobre la defensa del juez Llarena. Cuando dan un paso en falso, los funambulistas retroceden un poquito a fin de recuperar el equilibrio y reprender el avance. De eso se trata. No de hacer lo correcto, sino lo conveniente.
Aunque a menudo rectificar no sea de sabios sino de cínicos, eso es lo que hay: un presidente dispuesto a cobrarse las piezas fáciles y, sobre todo, a no ser presa fácil. Sánchez practica ahora el funambulismo pero, no nos confundamos, no por ello deja de ser un tigre.