Pedro Sánchez debe escuchar a Stéphane Dion

El político liberal canadiense Stéphane Dion dijo en 2014 en Barcelona: "No negocien jamás con los independentistas"

En su reciente y recomendable ensayo Cómo derrotar al independentismo en las urnas, Carles Castro nos recuerda la siguiente advertencia formulada por el político liberal canadiense Stéphane Dion –impulsor de la Ley de la Claridad– durante su visita a Barcelona (2014): “No negocien jamás con los independentistas”.

Y ello, porque solo quieren una cosa: la independencia. Para ello, todo vale. También, la mentira y el chantaje político.

Lo dicho viene a cuento de la entrevista de Oriol Junqueras en El País. Un discurso integrista, pétreo y sombrío repleto de falsedades, resentimiento, amargura, melancolía y presiones. Un discurso que pone al descubierto los entresijos del independentismo catalán y valida la advertencia del canadiense. 

Las mentiras del barquero

Si es cierto que existen las verdades del barquero, también lo es que existen las mentiras del barquero. Al respecto, puede decirse que Junqueras se ha convertido en el batelero por excelencia.

Ahí tienen ustedes las mentiras del barquero en versión resumida: 1) los independentistas lo hicimos todo bien, 2) España es un Estado represor heredero de la dictadura que no soporta el reto democrático, 3) cosa que legitima que lo volvamos a hacer, 4) dignifica que YO sacrifique parte de mi vida en prisión en defensa de los derechos de Cataluña, 5) como respuesta a las acusaciones falsas que condenan a un inocente como YO, 6) que nunca engañó a nadie.

De las mentiras del barquero a la presión del barquero: “El apoyo al Presupuesto está condicionado a los avances en la mesa de diálogo. Vamos paso a paso”.

La soflama de Junqueras –“Y una mierda. Y una puta mierda”, replica a quien duda de sus palabras: urge reintroducir la urbanidad en la escuela– es un buen ejemplo del drama –deslealtad institucional y constitucional aderezada con dosis de prepotencia, odio, rabia y frustración– independentista en Cataluña. Del daño causado a los catalanes. ¿Cómo negociar con semejante gente?

¿Por qué Junqueras dice lo que dice? ¿Se lo cree? ¿Una forma de acumular fuerzas después del colapso del “proceso” para “volverlo a hacer”? ¿Una manifestación más de la impostura secesionista? ¿Otra muestra de tacticismo para suministrar alpiste a la militancia republicana y neutralizar el integrismo carnavalesco de Carles Puigdemont? ¿Un ejercicio de agitprop?

¿Así se presiona a Pedro Sánchez para implementar la negociación y sacar tajada? Sea cuál sea la respuesta, el discurso de Junqueras pretende cohesionar a la fiel infantería independentista con engaños y falacias, y presionar a Sánchez con la intención de alcanzar “paso a paso” sus objetivos. Vayamos por partes.

Un cínico lavado de cerebro

Para cohesionar a la fiel infantería independentista, Junqueras, así como los demás propagandistas de la causa –públicos y privados: políticos, funcionarios, profesores, analistas o periodistas–, juegan el papel del agitador que, día a día, construye un relato ex profeso que transforma la ideología en verdad irrefutable.

El objetivo: colonizar la consciencia del ciudadano por la vía de la persuasión. ¿Para qué? Para manipularla. Hannah Arendt: “La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos… [la verdad] tiene un carácter despótico… [porque] los hechos están más allá de acuerdos y consensos” (Verdad y mentira en la política, edición española, 2017).

Pero, el mentiroso –avisa Arendt– no repara en ello y, “como hombre de acción” que es, sube a la “escena de la política” y “no dice las cosas como son, porque quiere que se vean distintas de lo que son”. Por eso y para eso, los hechos que no encajan “son negados o ignorados”. ¿Les suena?

¿Hay que negociar con un político condenado por sedición y otro inhabilitado? ¿Qué vendrá después?

La mentira compulsiva define la vocación totalitaria de quien la dice y la sostiene: “un cínico lavado de cerebro” que “rechaza la verdad por muy bien fundada que esté”, indica nuestra filósofa. Cosa que hace –ahí está el drama– que “el sentido por el que nos orientamos en el mundo real –y la categoría de verdad frente a la falsedad– queda destruido”. ¿Les suena?

Pregunta: ¿por qué la gente comulga con la mentira? Porque, la mentira resulta más atractiva que la realidad. La mentira –el que miente o embauca conoce de antemano lo que el receptor desea oír– tiene efectos narcotizantes: pérdida de objetividad, incapacidad de obrar racionalmente y desorientación. ¿Les suena?

Paso a paso

La entrevista de Junqueras, además de cohesionar a la feligresía independentista, es un instrumento de presión. Sin diálogo, negociación y acuerdo no hay investidura ni Presupuestos. Y Sánchez quiere ser investido. Y lo consigue. Y el diálogo –todo por el poder– comienza a dar sus frutos.

Por ejemplo: el control de la Abogacía del Estado, una Fiscalía General del Estado versátil, adiós a la política de Josep Borrell de controlar las “embajadas” catalanas en el extranjero, una reforma del Código Penal que suavizará las penas del delito de sedición y beneficiará a los presos ya condenados del “proceso”.

¿Una reforma penal al servicio del interés partidista? ¿Se penalizará el referéndum ilegal? ¿Hay que negociar con un político condenado por sedición y otro inhabilitado? ¿Qué vendrá después?

El lenguaje independentista, asumido por el PSOE en el acuerdo con ERC, anuncia más concesiones: “reconocimiento del conflicto político”, “superando la judicialización del mismo”, “mesa bilateral”, “reconocimiento y legitimidad de todas las partes y propuestas” sin “más límites que el respeto a los instrumentos y a los principios que rigen el ordenamiento jurídico democrático”. ¿La Constitución? Ausente.

¿El lenguaje oculta, disfraza o desfigura la gravedad del delito, el blanqueamiento de los hechos y la justificación de unas decisiones que posibilitarían la remisión de las penas y darían carta de naturaleza a los objetivos secesionistas fuera del marco constitucional? Y después, ¿qué?

Sería conveniente que Sánchez atendiera la advertencia de Stéphane Dion: “No negocien jamás con los independentistas”.