Pedro Sánchez, con dos barajas
Desde que el bombo electoral le mostró su tacañería, Pedro Sánchezs no tuvo otro remedio que jugar con las cartas menos buenas que le tocaron el 10-N
Por el momento, juega con una, pero se cuida muy mucho de exhibir la otra baraja mientras señala a la mesa de enfrente como posibilidad tal vez nada remota. ¿Así es Pedro Sánchez, un tahúr profesional que juega siempre con los más débiles, o trata simplemente de cubrir en lo posible su flanco débil?
Retrocedamos, aunque sólo un poco. El curtido profesional de la política (fue molido a palos por sus propios compañeros y ha sobrevivido) sometió a los españoles al estrés de las segundas elecciones a la búsqueda de avanzar posiciones. “Como tengo pocas cartas buenas voy a ver si con el descarte me tocan unas cuantas más”.
No le salió el tiro por la culata porque la derecha sigue instalada en la división de sus votos, a la que nadie les ha obligado, división que es bendición, agua de mayo y a la vez chollazo para los socialistas.
Pero en fin, desde que el bombo electoral le mostró su tacañería no tuvo otro remedio que jugar con las cartas menos buenas que le tocaron el 10-N. Adiós al sueño de gobernar en solitario como si fuera el dueño del casino.
Dejando atrás los meses dedicados a remolonear, lanzó su primera jugada a la velocidad del rayo. De lo perdido, saca lo que puedas. Abrazo con Pablo Iglesias. Guiño indirecto a Oriol Junqueras. El carro del gobierno tirado por dos caballos díscolos, por no hablar de dos mulas guitas (llaman guitas a las que tienen la mala costumbre de cocear, aun sin venir a cuento).
Pero no por ello cerró la puerta a la alternativa. Persiste la amenaza de poner boca arriba la mesa de juego de los que se han colado en las Cortes sin autorización sistémica, y sentarse en la de los señores de toda la vida. Persiste y persistirá.
Nadie ha concedido todavía a Sánchez el monopolio de las dos barajas
El problema consiste en dilucidar si dicha amenaza es creíble o si es un remedo del “que viene el lobo”, en versión “que dejo plantadas a las ovejitas (o las mulas guitas) y me voy de rositas con el lobo” A lo primero puede asustar pero luego pierde, si alguna vez lo tuvo, su efecto disuasorio.
Los recién llegados al local de juego, Podemos y ERC, se preguntan si los jugadores de la otra mesa, situado como habrá advertido el sagaz lector bastante más a la derecha, están dispuestos a jugarse los cuartos con Sánchez.
Desde las primeras valoraciones de la noche electoral hasta el momento, circula la especie, interesada como todas, según la cual para el PP, atrapado en las fauces de Vox, jugar con el PSOE equivaldría a un suicidio.
Allá cada cual con sus suposiciones. Pero sus defensores tal vez deberían considerar hasta qué punto es falso el axioma de la imposibilidad de Pablo Casado de apoyar al PSOE: Si Sánchez puede jugar con dos barajas, a derecha y a izquierda, con el agravante de hacerse socio de los enemigos de la integridad del casino, su caja, sus dependencias y sus jardines, ¿a santo de qué no podría hacer él otro tanto?
Nadie ha concedido todavía a Sánchez el monopolio de las dos barajas. Si Casado le imitara jugando en la mesa de los socialistas sin abandonar la que le otorga poder territorial gracias a Vox, no solo desplazaría la centralidad política hacia la derecha sino que se convertiría en el político con más cartas, o sea con mayor influencia y poder del salón.
A quien no le conviene para nada infeudarse al PP es al PSOE. El sacrosanto nombre de la unidad patria da para mucho pero no para tanto. Poner al gran partido de la izquierda española en manos del PP es más que peligroso para su propia supervivencia.
Lo plausible es interpretar los gestos de Sánchez con la otra baraja como un doble mensaje
Obsérvense sino como han entrado en barrena electoral los partidos socialistas europeos que se han olvidado de marcar y remarcar perfil propio. Imagínense el granero de votos para Podemos si el PSOE se asocia con los socios de Vox.
No hace falta ir tan lejos. Basta con tomar nota del batacazo irreversible de Ciudadanos, ocasionado por la pérdida de perfil, el abandono de su posición ideológica, la ausencia de carácter y de personalidad. Un partido solamente puede permitirse vaivenes en la superficie si es percibido como anclado y amarrado al profundidad de sus principios.
(Por eso, dicho sea de paso, a fin de desarraigar a sus rivales y dejarles a merced de los elementos, los postconvergentes y sus nuevos aliados radicales ponen todo su empeño en convencer al los independentistas de que ERC ha dejado de serlo, si es que alguna vez lo fue de verdad).
Por eso, en conclusión, lo plausible es interpretar los gestos de Pedro Sánchez con la otra baraja como un doble mensaje. Hacia sus socios, en especial a ERC, a fin de que no le aprieten más de la cuenta.
Hacia el establishment, para que le concedan un margen de maniobra, que ya se encarga él de amansar a las fieras, recibiendo y encajando, pero no repercutiendo, el dolor y los costes de las coces que le van a propinar en ambas espinillas.