Pedro, Cesc y el volcán
El nuevo modelo de comunicación de Moncloa de Cesc Vallès, mucho más sobrio y comedido, dificultará el trabajo de la oposición para recrearse en los errores del Gobierno
El cambio de planes de Pedro Sánchez tras reventar el volcán palmero me pilló por sorpresa, sin que nadie lo esperase Sánchez anunció que no iba a ir Nueva York a hacerse sus clásicas – y anodinas- fotografías de todos los años en la sede de las Naciones Unidas y que en su lugar visitaría lo que a aquellas tempranas horas sólo podía calificarse como un pequeño desastre sin mayores consecuencias en la isla de La Palma.
Acostumbrados como nos tenía desde su llegada a La Moncloa a los publirreportajes en los que fusilaba sin miramientos cualquier imagen icónica de algún presidente norteamericano y a las hagiografías en las que su corte de amanuenses glosaba sus hazañas, tras el anuncio uno no podía esperarse otra cosa que a Sánchez descendiendo en prodigioso rápel desde un helicóptero sobre la colada de lava y apagando el volcán con un botijo mientras se llevaba a los labios el dedo pulgar de su otra mano al estilo del “hombre martini” que popularizó el famoso anuncio de este espirituoso aperitivo italiano.
Y no, sorprendentemente la cosa no tuvo nada que ver.
Para pasmo de periodistas, rivales políticos y sobre todo de sus propios compañeros de gobierno, Sánchez no hizo nada de lo que hasta ahora era habitual en él sino que se limitó a aparecer de forma discreta rodeado de los servicios de emergencia que organizaban la evacuación, pronunciando además mensajes prudentes y medidos. Todo un despliegue de ortodoxia, discreción y prudencia comunicacionales que dieron como resultado que Sánchez por primera vez desde su investidura se llevó todos los reconocimientos y réditos políticos sin asumir ninguno de los riesgos reputacionales que antes solía correr.
La razón del diametral cambio no es difícil de adivinar, y no es otra que resultado de los cambios producidos en su equipo más cercano, singularmente la presencia de Cesc Vallès en la secretaría de estado de comunicación.
En su complicado estreno a los mandos de la comunicación del gobierno, Vallès ha comenzado ya a dejar su impronta, un estilo sobrio y contenido que llama la atención precisamente por ser exactamente los opuesto a las maneras que se utilizaban hasta ahora en el palacio de La Moncloa, una apuesta en la que ya se percibe que a partir de ahora el fondo primará sobre las formas y la prudencia sobre el artificio.
La llegada de Cesc Vallès y de su equipo tienen además dos externalidades extra para Sánchez:
La primera es que Vallès nunca va a ser el protagonista de su propia comunicación, nunca va a vender una línea argumental o una estrategia como propias aunque lo sean.
La segunda es que a partir de ahora va a ser mucho más difícil pillar al gobierno en un renuncio evidente, una hipérbole defectuosa o una «marcianada» indefendible, algo que va a complicar enormemente la labor de los partidos de la oposición, unos partidos para los que hasta ahora, cada rueda de prensa, cada comunicado de Moncloa o cada video del presidente eran un auténtico festín.
Y lo más importante, que casi se me olvida, Cesc Vallès es perfectamente consciente que la remontada que llevó a Gerhard Schroeder a ganar las elecciones alemanas de 2002 se inició en unas inundaciones a las que el entonces canciller alemán acudió 6 puntos por detrás en las encuestas y de las que salió como virtual ganador electoral.