Patronales catalanas, independencia y criterio

Ni Foment del Treball ni Pimec son organizaciones empresariales que, por definición, abracen el independentismo. Es obvio que entre sus filas pueden encontrarse catalanes dispuestos a secundar el movimiento soberanista, como seguro que existen taurinos y animalistas.

 

Por definición, las entidades patronales se sitúan en un estadio que debe representar a sus afiliados en materia económica y en términos medios, como lobby y facilitándoles los servicios que precisen para ejercer su actividad empresarial en las mejores condiciones.

En el caso de Foment del Treball, institución patronal de larga tradición y raigambre, no parece existir mucha duda. Sus máximos dirigentes están a favor del pacto fiscal y poco más. Si hablamos de su subsidiaria para las pymes nos encontramos con alguna casuística: Fepime, la cúpula territorial que preside el políticamente variable Eusebi Cima, cuenta entre sus socios con alguna señalada tendencia soberanista, en especial en su afiliada de Girona, la FOEG. Pronto habrá cambios en la dirección.

En el caso de Pimec, su actual cúpula no es soberanista. Según confiesa, tampoco lo es el líder del aparato tecnocrático de la organización.

La segunda, sin embargo, cometió una doble imprudencia. Errores de los que se niegan a renunciar, al menos a día de hoy. Primero encargaron una encuesta a su propio aparato sobre las tesis soberanistas en el instante más álgido del movimiento político. El resultado fue claramente favorable, pero la demoscopia era cualquier cosa menos empírica. Para salvaguardarse siempre recuerdan que la Cámara de Comercio de Barcelona hizo algo similar, pero la repetición de errores no constituye una salvaguarda sobre la cual guarecerse.

 
González no sólo simboliza la antigüedad en una organización, también es la moderación y la independencia de criterio

El segundo error consistió en dar carta de naturaleza al grupúsculo formado por el Cercle Català de Negocis. En más de una ocasión hemos hablado de su insignificancia como movimiento popular. Hoy, además, podemos explicar que utilizan sus tesis para hacer negocio: una gasolinera supuestamente independentista de l’Ametlla del Vallès ofrece descuentos a quienes ungidos del nuevo credo soberanista reposten en sus surtidores. Gracioso, pero patético desde una perspectiva de país.

Josep González, presidente de Pimec, deberá lidiar con estos personajes para evitar que tomen el control de la patronal de las pymes. Aunque su asociación empresarial tiene fama de proximidad a CiU, en varias ocasiones su dirigente ha conseguido frenar las ambiciones de varios dirigentes de aquella formación política. Incluso hubo de pararle los pies al hereu Oriol Pujol Ferrusola, otrora un ambicioso dirigente del nacionalismo por el que pasaban todos los movimientos vinculados a los negocios.

González, que no ha encontrado una sucesión clara a su legado de moderación, debe revalidar su presidencia no por un meritaje especial, ni tan siquiera por la virtud de la experiencia acumulada –activos ambos que no deben despreciarse–, sino porque si ha demostrado algo en más de tres décadas es su capacidad para separar con una cierta solvencia lo económico/empresarial de lo político. Eso, pese a su proximidad personal con el ex presidente Jordi Pujol. Su independencia de criterio debe valorarse en momentos de exaltación de actitudes radicales, que si invadieran Pimec serían una muestra de agotamiento de una entidad que no ha dejado de crecer y ganar espacio público en los últimos años.

Pero una cosa es la política y otra es el mundo de la empresa. Y los radicales del Cercle Català de Negocis que quieren tomar Pimec (como hace unos años lo intentó infructuosamente Femcat con Foment del Treball) no dejan de ser aprendices de políticos que cotizan en el régimen de autónomos.