Patada de Fainé en el trasero de Nin (o cómo enseñar quién manda aquí)

En 2007, Isidro Fainé, el hombre más influyente y poderoso en Catalunya, le pispó a Josep Oliu a su primer directivo. El presidente de Banc Sabadell estuvo muy molesto, no tanto por la jugada en sí misma, sino por las formas. Oliu llevaba poco tiempo con Juan María Nin en la estructura del banco, pero le pareció que la marcha de su consejero delegado olía a cuerno quemado. A pesar, incluso, de que ambos no acababan de trazar grandes relaciones en el día a día. Nin es un bancario de perfil poético. Fainé, espiritual. Oliu, ni una cosa ni otra; es un verso libre y, según como, un espíritu de contradicción. Llegó a pronosticar que Nin apenas duraría medio año en La Caixa. Se equivocó en el tiempo; acertó en el fondo de la premonición.

El anuncio de la salida de Nin de Caixabank era una eventualidad que nadie descartaba. O la suya o la de su jefe, claro. Sus desavenencias y disputas por el protagonismo y la representación de la entidad eran secretillos impublicados en la Ciudad Condal. Ha causado más sensación, si acaso, la rotundidad con la que se ha llevado a cabo. Un arrojo que seguro encierra algunas enseñanzas para navegantes en aquella casa: queda claro quién manda, que lo hace gozoso y pleno de facultades y ¡ay de aquel que ose cuestionar hoy ese liderazgo!. La puerta ha quedado mostrada.

Nin aterrizó en las torres negras de la Diagonal con grandes aspiraciones. Llegó a la primera entidad financiera española en calidad de director general. Hace siete años aquella figura era, según la ley de cajas de ahorros, plenipotenciaria. Sin embargo, jamás mandó allí más allá de lo estrictamente legal de su firma o de su presencia en algún órgano de gobierno. Por supuesto, para nada en lo estratégico. Más que alargada, la sombra de su jefe ha sido para él un verdadero eclipse.

 
Con la destitución del alto cargo se sabe quién no será el relevo del presidente, pero poco más

Si los cambios legislativos no se hubieran producido, un día u otro Fainé se iba a jubilar como presidente y Nin estaba llamado a ser el sucesor. Decía Dostoievski que después de un fracaso los planes mejor elaborados parecen absurdos. Justo lo que hoy puede decirse de las ambiciones del destituido vicepresidente y consejero delegado de Caixabank. Porque, yendo al grano y si se eliminan los eufemismos y el fair play con el que el banco ha comunicado la noticia, la salida de Nin se definiría mejor como una patada en el trasero. Muy bien pagada, eso sí. Vamos, un puntapié que para sí muchos quisieran, consejos e indemnización incluidos.

¿Quién manda hoy en el primer banco español? Pues en ese sentido, nada ha cambiado. Isidro Fainé Casas (Manresa, 1942) prosigue más firme incluso que en el pasado. La historia, entendida como la acumulación personal de experiencia y unas dotes de seducción desarrolladas, parece darle más seguridad. Escucharle en la distancia corta sigue siendo un privilegio para cualquier observador. Nadie le reconoce una autoridad despótica en su entidad, sino esas jerarquías intangibles más propias de la sabiduría y la astucia atesorada para el mundo de las altas finanzas. Diríase que con su última maniobra, Fainé ha comenzado a tejer a su alrededor una cierta leyenda como banquero catalán, categoría que se reservaba a su antecesor y antiguo jefe Josep Vilarasau.

Ha dibujado el presidente del grupo con sus 72 años recién cumplidos un nuevo núcleo de poder rejuvenecido. Caído Nin, los ejecutivos que atesoran el verdadero poder a la sombra del jefe Fainé son Gonzalo Gortazar, Jaume Giró y Antoni Massanell. A este último le ha costado un tiempo purgar que no supo elegir bien quién era el caballo ganador en los tiempos finales de Josep Vilarasau y coqueteó con Antoni Brufau.

La destitución amable de Nin ha aclarado algunas dudas sobre qué pasará en 2016 cuando Fainé deje el banco. Sabemos quién no será su relevo. Los nombramientos realizados no dan pista alguna sobre el perfil del sucesor. Salvo, claro está, que Fainé nos dé alguna otra sorpresa en breve.