Partidos cártel

Desde el primer tercio del siglo XX hasta la actualidad, se ha producido en las sociedades democráticas un cambio drástico en el trazado de los intereses políticos y en las formas de participación en la política. Esta transformación ha conllevado, entre otros, la irrupción de nuevos partidos en la competición electoral y la extensión de la participación política más allá de la esfera partidista.

La evolución de la economía, el progreso de la política, el proceso de industrialización, la formación del Estado del Bienestar, la distribución de los recursos, la educación o el envejecimiento poblacional, son algunos de los agentes que han contribuido a la modificación de las preferencias de los electores.

Tal y como sostiene Herbert Kitschelt, en Diversificación y reconfiguración de los sistemas de partidos de las democracias postindustriales, esta combinación de elementos ha significado que la distribución de preferencias haya rotado desde el eje de posiciones distributivas de izquierdas y posiciones distributivas de derechas, hacia un eje cuyos polos son las posiciones liberal-izquierdista y autoritario-derechista.

Por su parte, la respuesta de la élite de los partidos políticos no se ha hecho esperar y se ha asociado el espacio de preferencias con las siglas políticas. Ello ha culminado con el abandono del predominio de espectros políticos unidimensionales, basados en el binomio puro izquierda-derecha, a la inclusión de espectros políticos bidimensionales.

Así pues, la principal consecuencia ha sido el surgimiento de partidos izquierdista-liberales y derechista-autoritarios como medio para diferenciar los mensajes partidistas. El crecimiento de este tipo de partidos, a su vez, tal y como sostiene Kitschelt, conlleva el descenso de la identificación partidista en la mayoría de las democracias. Para Kitschelt, lo anteriormente mencionado evidencia que los partidos políticos rinden cuentas y son sensibles ante los ciudadanos mediante sus mensajes programáticos y mediante el historial de las políticas desarrolladas.

No obstante, Katz y Mair en Changing Models of Party Organization and Party Democracy: the Emergence of the Cartel Party, se muestran recelosos ante la situación y sostienen que se ha producido un cambio en el modelo organizativo de los partidos. Parten de la premisa que el acceso a las subvenciones estatales provoca el aislamiento de los partidos políticos en relación a las preferencias del electorado.

Además, una vez controlados estos recursos públicos, los partidos crean lo que denominan «cárteles internos». Aunque no presentan una definición exacta de partido cártel, Katz y Mair enumeran las características más relevantes: la interpenetración con el Estado, la dependencia de las subvenciones estatales sobre las que ellos mismos disponen de capacidad decisoria, la profesionalización del trabajo interno y de las campañas y la reducción de los recursos humanos.

Al mismo tiempo, la militancia ve menguada su capacidad de voz y poder, pues su estructura interna se basa en la estratarquía. La política es concebida como una profesión y como un servicio que el Estado presta a la sociedad, abogando por un corporativismo, de modo que los partidos acaban formando parte del aparato estatal.

La principal consecuencia de todo ello es que disminuye y se limita la variedad de mensajes programáticos competitivos que se proponen en las campañas electorales y, por ende, se dificulta la entrada al poder de nuevos partidos. Fruto de este hermetismo, los ciudadanos se alejan de los partidos y ello provoca que estén más dispuestos a ofrecer su apoyo a partidos disidentes como herramienta de combate ante estos partidos cártel.

Sin embargo, tanto R. Koole, en ¿Partidos de cuadros, catch-all o cártel? El concepto de partido cártel como H. Kitschelt discrepan con la teoría planteada por Katz y Mair.

En primer lugar, Koole apunta que una mayor identificación entre partidos y estados no implica, de facto, una distancia más grande entre el electorado y los partidos. La desregulación, la descentralización y la privatización, que alcanzó su punto más álgido con el Estado del Bienestar, así como los medios electrónicos de masas, la individualización y el neocorporativismo han provocado que el Estado se sobreponga cada vez más con la sociedad y los partidos, de modo que el poder político tienda a ser difuso. Por tanto, no puede afirmarse que los partidos hayan abandonado a la sociedad y hayan pasado a ser integrados por el Estado.

Por otro lado, señala Koole que el fenómeno de hermetismo ante la entrada de nuevas fuerzas políticas no es novedoso pues ya ocurría antes en los Estados de tradición consorciativa. Lo que sí es reciente es el aumento de subvenciones estatales a los partidos políticos.

Aun así, no se aprecia ninguna tendencia hacia un sistema de partidos concentrado, sino todo lo contrario, es decir, cada vez más partidos han tenido la oportunidad de obtener un escaño en el parlamento. Tampoco hay evidencia de que los partidos actuales constituyan un grupo que, adrede, impida la entrada a terceras fuerzas.

El acceso a los recursos tampoco implica una mayor aparición en los canales de comunicación. Finalmente, en referencia a la estratarquía, argumenta Koole, es ilusorio pensar que los cargos locales no influyen en la cúpula de los partidos, pues su peso es vital en los comicios locales o regionales.

Por su parte, Kitschelt, que apunta en una dirección similar a la de Koole, afirma que no existe correlación entre los cambios en la financiación pública de los partidos y los resultados que estos obtengan posteriormente. También argumenta que los umbrales de entrada de nuevos partidos son relativamente modestos.

Subraya, asimismo, que la cartelización no es un fenómeno reciente pues los cárteles clientelistas, durante muchas décadas, se han aprovechado de los recursos estatales cuya cuantía excedió, y mucho, de lo que hoy se apropian los partidos a través de la financiación pública. Por tanto, lo correcto sería hablar de persistencia de algunos de los viejos cárteles clientelistas. Es más, el descenso del partidismo viene dado por tres factores: la globalización económica, el cambio tecnológico y la revolución demográfica.

Por otra parte, sostiene Kitschelt, que debemos tener en cuenta el rol que desempeñan los movimientos sociales y los grupos de interés, cada vez más desvinculados de la política y menos dispuestos a crear vínculos con los partidos, excepto si los empresarios políticos deciden apostar por ellos. Es por ello que no podemos afirmar que el declive de la participación electoral significa un declive del interés por la política; sino que los grupos de interés se ocuparán de aquello a lo que los partidos no lleguen.

A día de hoy, podemos considerar que la teoría de Katz y Mair sí que se cumple, aunque con algún que otro matiz. En las democracias actuales, exceptuando Estados Unidos, pues allí prima la financiación de las campañas electorales y ésta proviene de fondos privados, es cierto que muchos –por no afirmar casi todos– de los partidos dependen de las subvenciones estatales que reciben.

Asimismo, tampoco es menos cierto que el objetivo de los partidos es ganar las elecciones, de modo que, como también sugería Weber, se han convertido en máquinas electorales, concibiendo a los ciudadanos como posibles votos e incluso, adelgazándose, es decir, renunciando a parte de sus ideales para lograr abarcar un espectro de votantes más amplio. Ello, en cierto modo, ha conllevado una profesionalización y una cierta tecnocracia en el funcionamiento interno de los mismos, dando menos peso a los afiliados y mayor importancia a la élite.

Aun así, no se ha impedido ni el surgimiento ni la entrada de nuevos partidos políticos al sistema. En el caso de España, partidos como UPyD, Ciudadanos o Podemos han conseguido captar a parte del electorado y estar presentes en las instituciones. Así pues, parecer ser que, en los próximos años, los ciudadanos, los movimientos sociales y los grupos de interés van a desempeñar un rol importante en la política.