Paradojas del independentismo ultraliberal

La misma tesis ultraliberal que prefiere a Catalunya fuera de la Unión Europea tal vez pretenda reducir a cero un elemento tan fundamental del liberalismo clásico como es el Estado de Derecho. O también el fuselaje europeo que es el Estado del Bienestar. Y el valor del mercado común. Desde las Cortes de Cádiz y con intermitencias, España es lo que es como consecuencia del Estado liberal. España y por lo tanto Catalunya.

El nuevo ingrediente ultraliberal suscita curiosidades precisamente porque el nacionalismo catalán proviene menos del liberalismo que de un comunitarismo a veces no faltado de colorantes medievales y románticos.

 
El nacionalismo catalán proviene menos del liberalismo que de un comunitarismo a veces no faltado de colorantes medievales y románticos

Pero si en su momento Sardá y Salvany postuló que el liberalismo era pecado, la doctrina ultraliberal –exigua, de otra parte– considera que el pecado es preferir las ventajas de la constitucionalidad. Llegados a este punto de deterioro, ¿cómo recuperar el nervio crítico que tuvo el catalanismo en sus momentos más creativos?

Frente a una sociedad plural como la catalana, que confía en sus propias energías más que en la proliferación del Estado –es decir, un Estado acotado que opere mejor–, el independentismo ultraliberal propone acabar con el Estado. Y si eso significa quedarse fuera la Unión Europea, pues mejor, porque esta Europa es burocrática, intervencionista, decadente, pusilánime y poco transparente.

Y así, ¿qué atractivo tiene para la sociedad catalana un horizonte de secesión ultraliberal? Más allá de las reacciones masivas frente a los recortes sociales que Artur Mas propuso en su primer mandato, tras la crisis de 2008 en toda Europa las reflexiones van más bien en sentido contrario.

Abundan las propuestas para una mejor regulación de los mercados y un control más afinado de los poderes financieros. El secesionismo ultra liberal, muy al contrario, propugna el capitalismo salvaje, el turbo-mercado, la disolución del Estado de Derecho y la quiebra del Estado de Bienestar.

Cuando las poblaciones europeas recelan de la inmigración y temen por la supervivencia de sus sistemas asistenciales, esa propuesta forzosamente contribuiría a ahondar todavía más la división en la sociedad catalana, tan detectable en las encuestas.

Ha exigido un suplemento de racionalidad ir argumentando que la Unión Europea está formada por Estados y no por sus fracciones. Ahora está ahí la formulación independentista ultraliberal. También supondrá un desgaste de energías racionales y, a la larga, frustración.

Adiós a España y a la Unión Europea; bienvenida sea la independencia. Eso desea la rara suma de nacionalismo identitario y liberalismo sin ley. Una alianza tan tóxica como sin futuro.