Paolo Vasile: la larga mano de ‘El Padrino’
Paolo Vasile, el consejero único de Mediaset, no cuela. Es un señor que se esconde detrás de una falda poderosa o se cobija a la sombra de su padre, Turi Vasile, cineasta, escritor y productor de Fellini, el mítico director de los Colombaioni, recordado por la protesta de zio Teo (Voglio una donna!) en Amarcord.
Tiene sello, pero le falta la virtud. Ha combinado el cine de pretexto —The Squeeze, Il giorno del cobra, Ocho apellidos vascos, entre otras– con la televisión del estruendo. Vendió su alma por la cuota de pantalla y en 2013 rechazó el premio de la Academia de TV presidida por Campo Vidal. Sabíamos que Vasile era el testaferro de Berlusconi, un uomo molto pericoloso, como solía decir con sorna el gran Jaime Arias, eterno en La Vanguardia, más allá de su extinción. Pero hoy nos consta, además, que obedece también a Moncloa; o, como diría Arriola: «Enlaza al mundo de Soraya con la sensibilidad de la calle». Su última hazaña es el polémico despido de Jesús Cintora, azote del PP sin matices, que paga su atrevimiento como antes lo pagó Hilario Pino, ambos de Cuatro, en poder de Mediaset.
El PP tiene guasa: combina el plasma de Rajoy con la mala gaita de Soraya, siempre dispuesta a ejercer el bastón de mando. Y fuera de las cuatro paredes, tiene a Cospedal (¿paso atrás?) para los que quieren una dosis más alta del mismo jarabe.
Vasile aplica el modelo berlusconiano: coligar una privada (Canale Cinque) con la pública (RAI) para defender Forza Italia, el enunciado patriotero que encubre delitos y tapa las bocas de sus intermediarios. En Italia, La Repubblica, destapó que ambas cadenas programaban de mutuo acuerdo para acaparar la audiencia. No pasó nada, claro. Y ahora, este esquema triunfa aquí a base de combinar el Canal Cuatro con TVE, con el objetivo de defender a Rajoy, el omnívoro. En Cuatro manda Vasile porque es el representante del dueño, mientras que detrás de la Primera está simplemente Soraya, la vicepresidenta.
Romano y antropólogo, Vasile es como un trozo de tarta de Il Cavaliere, el hombre público que un día declaró eróticamente inasumible a Merkel, la canciller de regazo y mesa camilla. Con sus cosas feas, Berlusconi arrancaría alguna sonrisa, si no fuera por el toque calabrés con el que lo impregna todo. Engominado y fatuo, como una madonna del corso de Padua, este hombre da un poco de yuyu. Vasile defiende los intereses de su dueño a las mil maravillas. Es liviano en materia de catadura moral; le van el poder y el dinero. Fue consejero delegado de Tele 5 y se hinchó a boniatos show business con Valerio Lazarov. Pero ha cambiado el simple entretenimiento por la opinión.
Se acercan las elecciones y Vasile, editorialista conservador, se recoge pronto. Cuando sale de Fuencarral –sede de Mediaset– las piquetas de los gallos ya no surcan la aurora. Sabe que las audiencias se ganan a trompicones, desde muy buena mañana, que es como le gusta levantarse a Celia Villalobos ahora que manda mucho. La tele ha cambiado y el prime time es cosa del pasado. El voto de los indecisos se consigue entre horas.
Después de un trágala de José María Aznar (modificó la ley que limitaba la participación extranjera), Berlusconi se consolidó en el mercado español. Y unos cuantos años después, los italianos controlaban un auténtico trust: Telecinco, Cuatro, La Siete, Factoría de Ficción, Boing, Divinity, Energy, Nueve, Telecinco HD y Cuatro HD, las señales en alta definición de las cadenas principales; aunque una sentencia del Supremo obligó a Mediaset a cesar las emisiones de La Siete y Nueve.
Vasile se repeinó. Saltó a la fama con Sé lo que hicisteis. Se puso cara para demonizar cínicamente la telebasura y debutar en el mercado de la opinión falaz. Evoca el pasado al recordar que su padre produjo también Pan y Chocolate, de Franco Brusati, toda una pátina de neorrealismo. Pero ofende a la inteligencia; sólo es un conseguidor de Berlusconi, el auténtico Padrino.