Panrico se juega un futuro que se escapa por el agujero del Donut
Paso a diario por las proximidades de la fábrica barcelonesa de Panrico. Cuando cocina impregna el ambiente con un olor característico por una amplía zona del Vallès. Panrico y sus Donuts no sólo forman parte de un paisaje infantil, sino que sigue viva hoy.
Por eso me duele el triste final que parece apoderarse de esta histórica empresa. Se han cometido muchos errores sobre la propiedad, donde han participado instituciones como La Caixa, pero muchos más en la gestión. Envasar el Donut, como explicó Cristina Farrés en esta publicación, mató el producto, un artículo de éxito y gran motor de la compañía.
Hoy, un fondo de inversión (Oaktree) semi buitre –si analizamos cómo se ha comportado en varias inversiones industriales– tiene en sus manos el futuro del grupo. O rebaja costes o lleva la compañía y sus libros al juzgado para cargarse de razones y despedir barato y sin complicaciones. Además, claro está, de forzar a los proveedores a aceptar una quita en un eventual proceso de insolvencia.
Los trabajadores decidirán el sábado en asambleas si aceptan el preacuerdo que se ha alcanzado en las últimas horas. Hacerlo es plegarse a la brutalidad de los fondos de inversión y negarse sólo lleva al ocaso de una compañía emblemática. No me gustaría estar en su piel, la decisión es vital. En otros casos he apoyado el posibilismo para salvar empleos, pero en esta ocasión las dudas me atenazan. Sólo quisiera seguir respirando cada día el aroma de las chimeneas de Panrico, aunque sólo sea por mantener un paisaje vital. Y como un servidor, muchos más.