Palau, Bárcenas, Blesa, Díaz Ferrán… demasiado ya
Quien se hubiera acercado el pasado viernes a los medios de comunicación, fueran éstos on line, en papel, de audio o vídeo, habría tenido seguramente una sensación de amargura, de propensión a la desconfianza o quizá de dolor. Sin apenas variantes, aunque es cierto que con muchos matices, una cascada de noticias sobre corrupción protagonizaba el escenario informativo.
Los casos del Palau y la implicación de Convergència como principal beneficiaria de ese desfalco; el descubrimiento de nuevas cuentas en Suiza del que fuera uno de los hombres fuertes, su tesorero nada más y nada menos, de la dirección del PP, Luis Bárcenas; la confirmación por la Audiencia de la prisión para Miguel Blesa, mano derecha del ex presidente Aznar y su designado para gobernar el cuarto o quinto entramado financiero español, y la condena en firme de Gerardo Díaz Ferrán, que fuera presidente en la CEOE de los empresarios españoles durante cuatro años, cuando en el último al menos ya le salían las irregularidades por las orejas, conformaban un cuadro sombrío, muy sombrío, de la política española y sus principales protagonistas.
El lector seguramente habría esperado, ante la contundencia y gravedad de las acusaciones y pruebas, que en pocas horas los responsables de los partidos implicados hubieran salido a dar la cara, a pedir perdón al país, a decirles a sus conciudadanos que en estas dificilísimas circunstancias que se están viviendo, ellos, independientemente de que asumieran o no su culpabilidad, entendían la gravedad de los hechos, y se comprometían públicamente, y de verdad, a tomar medidas, a ponerse al frente de la manifestación y a exigir la depuración de responsabilidades hasta el final.
Obviamente, nada de eso sucedió. En Catalunya, por ejemplo, tuvieron que pasar casi 24 horas para que Mas balbuceara algunas pobres excusas para consumo interno. Nada más. Parece mentira, pero no han pasado más que cuatro meses desde que el propio presidente de la Generalitat convocara una pomposa cumbre contra la corrupción, que como muchos otros de sus actos y compromisos han quedado desgraciadamente en agua de borrajas.
El 6 de febrero de este año Mas convocó esa cumbre para «hacer limpieza» y salió de ella considerando que había sido «tremendamente útil». Tan contento salió el líder nacionalista que prometió en apenas unas semanas una segunda reunión de la que no hay hasta ahora noticias.
Hay una cosa aún más terrible que la propia corrupción y es que se instale entre la ciudadanía la sensación de normalidad, de rutina, ante hechos tan graves. Que, al parecer, el tesorero del PP, el partido que gobierna España pueda guardar sólo en Suiza una fortuna personal de hasta 47 millones de euros, es una provocación difícilmente soportable; que Convergència pudiera detraer a su gusto de una institución cultural símbolo de Catalunya más de seis millones de euros es un insulto a todos los que le confiaron el liderazgo del país…
Pero más irritante aún es que no pase nada, que mientras estas noticias asaltan a la ciudadanía, Rajoy siga hablando de luchar por el crédito aquí y en Europa y Mas diga que a él le dijeron sus contables que todo estaba en orden. De verdad, Mato resulta más creíble cuando se justifica ante los desmanes de su marido.
Algo habrá que hacer y algo se está haciendo. Aunque de manera muy dispersa y débil, algunas iniciativas están trascendiendo pidiendo una profunda reforma moral, política y legislativa de nuestra cosa pública y a ellas habrá que estar atentos.
Cualquier cosa menos asumir con la mayor naturalidad del mundo que no hay nada que hacer, que es normal que el presidente actual del gobierno español apenas cuente con el apoyo del ¡12%! de la población, según el CIS, o que casi el 80% crea que tenemos unos pésimos partidos políticos, o que mientras se prohíben las donaciones privadas a los partidos políticos se les abre el grifo sin medida a sus fundaciones en un acto de cinismo digno de pasar a los anales de la historia.