Paco Flaqué: el cruce diseño-industria
El Gaudí Moda tuvo un toque fundacional afrancesado. Fue una réplica del Creatures et Industriels, una muestra que hizo furor en el París de los setentas y que se trajo a Barcelona Joan Ferrer Grífols, mezcla genuina de cultura y economía. Ferrer resumió la idea en Come (Centro Moda Española), junto a su amigo Juan Antonio Comín, el hermano de Alfonso Carlos Comín, dirigente eurocomunista de la época, impulsor de Cristianos por el Socialismo y profesor de Esade.
La dupla Ferrer-Comín fue el origen de una obsesión concernida en la figura de Paco Flaqué: la unión entre el diseño y la industria. Llegó después de los sucesivos cierres del textil catalán sobre las cuencas fluviales del Ter, Cardoner y Llobregat (las colonias Sedó, Ferrer-Vidal, Serra Feliu, Rosal, Torredemer, etc).
Cuando el sector tradicional certificaba su defunción y la confección a gran escala (los actuales Zara y Mango) se perfilaba como alternativa, Flaqué, descendiente de un tronco textil oriundo de Olesa de Montserrat, dio sus primeros pasos. Le arroparon los citados Ferrer y Comín, pero también otros, como Pepe Roblet y Félix Muñoz. Éste último era sobrino de Julio Muñoz Ramonet, dueño de El Siglo, antiguo residente del Palau Robert y prófugo de la Justicia en la ciudad suiza de Saint Gallen, donde acabó sus días. Los amigos de Félix Muñoz llegaron a conocer al polémico industrial (yerno de Villalonga, ex presidente del Banco Central) en su último domicilio barcelonés, situado en el cruce entre las calles Montaner y La Forja, donde los invitados comían a la carta y donde Muñoz Ramonet le prometió un traje de seda al gran abogado y diplomático Garrigues Walker y Díaz Cañabate, que sería su último letrado antes de la fuga.
La moda crecía y los modistos españoles (Pertegaz, Balenciaga, Arzuaga, Morillo, Miró, Basi, etc.) buscaron sus nichos comerciales en el exterior. Los diseñadores se yuxtaponían en el Filograf, el Fad o en la Politécnica, pero abundando siempre en la escisión que separa al arte de la economía. La urgencia de una nueva vía estaba ahí. El desdén por el gusto mayoritario (la España de los primeros setentas) y la vindicación de la estética hicieron el resto. Desde 1973 hasta 1979, la colla de Flaqué inventó Gaudí Moda a partir del descarte de lo kitscht, tras muchos sábados de despacho y noches de insomnio. Apenas una década después, el Gaudí Moda era ya una confluencia del éxito. Se basaba en el maridaje entre diseño y empresa propugnado por Joan Canals desde Pulligan, y desde la presidencia del Consejo Intertextil (vinculado a la CEOE) o apoyado asimismo en iniciativas influyentes, como la firma Ferrer-Sentís. Esta última actuaba como marca de diseño bajo la gestión del citado Ferrer Grífols, primo segundo de Victor Grífols, actual presidente de los laboratorios basados en los bancos de plasma (conocidos familiarmente como los vampiros) y cotizados en la Bolsa de Nueva York.
Barcelona estaba todavía bajo el influjo de la publicidad pictórica de Alexandre Cirici Pellicer o de Ricard Giralt-Miracle (el padre de Daniel). También había otros que proyectaban su sombra, como Satué, Pedragosa e incluso Cirlot, que fue publicista estiloso a parte de profesor, poeta y gran crítico. El fashion encontró una referencia en el pilotaje del Grupo Puig, la empresa de perfumería liderada por Antonio Puig. Paco Flaqué siguió sus pasos. Quiso desbancar a la flamante Cibeles de Ifema (Feria de Madrid) y la desbancó, a pesar de las subvenciones de la Comunidad Autónoma y del apalancamiento desmesurado en Caja Madrid, el embrión nefasto de Bankia cuya ficha ha abierto las puertas al rescate de Bruselas.
Cuando se gestaba Gaudí Moda, Flaqué era un resorte sensible al mundo nacionalista. Al segunda año de la muestra en Fira Barcelona, Jordi Pujol llegó a la presidencia de la Generalitat; el guiño del dirigente fue inmediato. Flaqué recibió apoyos y parabienes y la colaboración del joven Artur Mas a las primeras reuniones de aquel entorno creativo, que fusionó diseño e industria. La memoria del emprendedor, concentrada ahora en su esposa Teresa, fue custodiada este lunes en su sepelio de Collserola por el mismo Mas, hoy presidente de Catalunya, y por su camarada, el alcalde Xavier Trias. En los últimos años, la lealtad convergente de Flaqué le pasó factura. Durante el primer tripartito de la Generalitat, el departamento d’Indústria le desplazó de la gestión en el Gaudí. Le alertaron de la desmejora de la muestra a los ojos de expertos que cobijan el flujo de nuestras exportaciones desde Nueva York, Berlín o Milán.
Las decisiones de la política son insondables. Flaqué tuvo que encajarlas en su despacho ferial o en la terraza de Sándor, en la plaza de Francesc Macià de la capital catalana, un escenario de luz y contención marcado por la creatividad mercantil de sus clientes. Flaqué se reunía allí con Muñoz y Pepe Roblet, y también con Ferrer Grífols y con la hija de éste, Fiona Ferrer, la esposa de Jaime de Polanco, (Polanquín, en el Madrid de Gran Vía, en la barra de Chicote o en los pasadizos de Miguel Yuste, sede de El País), también diseñadora y autora de éxito. La ciudad muda y muta; con Finisterre, Reno o Gotarda han desaparecido sus mejores citas de feriante. Flaqué es memoria pero su intento permanece.