Pablo Iglesias y Andalucía: un oportuno error
Pablo Iglesias no tiene miedo. Es joven. Ha aprendido muchas cosas con sus lecturas, ha vivido también con intensidad la política española en los últimos años. Pero, como otros dirigentes, confunde algunas cuestiones. La idea sobre lo que ha ocurrido en España desde la transición se va empañando, porque los recuerdos son más importantes que las páginas escritas. Y el relato de lo que sucedió comienza a ser borroso por parte de todos, y obedece a los caprichos de los protagonistas.
Iglesias, sin embargo, se lanzó al ruedo: en el debate electoral del 20D con el resto de candidatos, salvo Mariano Rajoy, que fue sustituido por Soraya Sáenz de Santamaría, aseguró que los andaluces se habían manifestado, en diciembre de 1977, para pedir la autodeterminación y que habían rechazado «la independencia». Pero que era necesario respetar la plurinacionalidad del Estado.
Consideró que aquello fue vital para la composición del estado autómico. Pero se confundió.
Cometió un grave error, en alguien que debería conocer eso al detalle. Lo que pasa es que ese error es oportuno. Se podría decir que Iglesias intuye con acierto que Andalucía es la clave de bóveda de la España de las autonomías. Y lleva razón.
Lo que sucedió el 4 de diciembre de 1977 es que los andaluces se manifestaron de forma pacífica en todas las provincias andaluzas, y también lo hiceron los andaluces inmigrados en otros territorios como en Cataluña. Aunque el Día de Andalucía se celebra el 28 de febrero, –el día del referéndum de autonomía de 1980–, se considera como más importante el 4 de diciembre.
Los andaluces reclamaban que no se les dejara de lado, en un momento en el que en las comunidades históricas, como Cataluña y País Vasco ya se vislumbraba un poder político efectivo en la nueva España democrática que se avecinaba. Lo que pedían era pan, trabajo y dignidad, tras demasiados años oscuros y un poder omnipresente de los señoritos. Ese 4 de diciembre fue alentado –quizá constituya ahora una sorpresa– por la prensa regional, que pedía una autonomía como el resto de regiones que estaban esperando. El ABC de Sevilla, La Voz de Almería, el Ideal, o el Correo de Andalucía prepararon el terreno para que las manifestaciones tuvieran éxito.
La UCD de Adolfo Suárez había diseñado una España asimétrica –ahora que se rechaza ese término– con Cataluña, País Vasco, también Galicia, y el resto de España. Se trataba de recuperar las comunidades históricas, que, en la República, habían refrendado un estatuto de autonomía. Y así se definió en la Constitución de 1978, una España, sí señores, Asimétrica.
Pero el PSOE aprovechó la oportunidad para erosionar a la UCD, al margen de que creyera o no en el andalucismo. Y apostó por incluir a Andalucía en el grupo de las comunidades históricas. En el referéndum de 1980 se reclamaba que todas las provincias aprobaran el estatuto con más del 50% del censo. No ocurrió esa circunstancia en la provincia de Almeria. Se reclamaba que el sí superara la mitad del censo, y sólo alcanzó el 42,31%. Pero se decidió seguir adelante. Cerrar los ojos y que Andalucía iniciara la senda autonómica a través del artículo 151 de la Constitución, el destinado para las comunidades históricas, y no a través del 143, destinado para el resto de comunidades.
En ese momento, tras el referéndum del 28 de febrero de 1980 ocurrieron dos cosas. La primera es que el PSOE se hizo con las riendas de Andalucía hasta hoy mismo, recogiendo el espíritu de las manifestaciones del 4 de diciembre de 1977, de las que habló Pablo Iglesias. La segunda es que se canceló el diseño de la España de la Constitución de 1978.
Por eso, ahora, sería necesario un debate sobre quién ha erosionado más esa Constitución. Aunque lo importante es saber qué España se desea en los próximos años. Por eso, Iglesias fue oportuno, pese a su grave error, y su alambicada justificación del derecho a la autodeterminación.