Pablo Iglesias: su proyecto populista para ser contrapoder

Pablo Iglesias está haciendo algunas confesiones relevantes. Empecemos por la más sencilla: pasará la nochebuena cantando villancicos con su padre, pero solo porque es una costumbre cultural. La aclaración es tranquilizadora porque significa que no hay una mutación hacia el cristianismo militante. En otro orden de cosas, no quiere corrientes ni partidos dentro de Podemos.

Un liderazgo fuerte –aunque él no haya empleado esas palabras- para ejercer el contrapoder en la sociedad. Se tienen que acabar las discusiones internas después de la definición que saqué él adelante en el congreso que se avecina. De estas declaraciones de intenciones se deducen algunas consecuencias ineludibles. Todo el poder para el jefe. Una definición de pensamiento único o unificado bajo el mando de un caudillo.

Sabemos que Pablo iglesias es mutante en sus afirmaciones sobre Podemos. Puede que estemos en una nueva época, en una refundación del partido. No sabemos cuanto durará, pero han cambiado muchas cosas. Del «tic, tac, tic, tac», en el camino cronometrado para asaltar el cielo del poder a conformarse con ejercer el contrapoder extramuros del Parlamento, renunciando de hecho al liderazgo de la oposición.De una oferta transversal en la sociedad a pretender el monopolio del descontento. 

El contrapoder, en un país democrático, significa pretender el monopolio de la protesta y del descontento. Es una definición radical, simplista, populista y en cierto modo marginal. Aunque el PSOE esté discreto y silencioso en estos procesos de Podemos, probablemente está encantado de la renuncia del partido morado a la adhesión de las clases medias y del centro izquierda de la sociedad. Se centra en aquellos que probablemente nunca votarían ni al mejor PSOE.

Tampoco hay noticias de que la abstención en la investidura de Mariano Rajoy le haya pasado cuentas al PSOE, toda vez que ha crecido el número de ciudadanos contentos de que se haya puesto en marcha el cronómetro de unas instituciones que llevaban casi un año paralizadas. El terreno que ha abandonado ya Podemos en las instituciones lo está ocupando discretamente el PSOE. Una actividad constante en el Parlamento que ha conseguido la subida más importante del salario mínimo en toda la historia, paralizar la LONCE, poner contra las cuerdas la «ley mordaza» e iniciar los trámites para la derogación total o parcial de la reforma laboral, entre otras iniciativas.

De hecho, si se consuman las apuestas de Pablo iglesias, el PSOE se puede quedar con el cuasi monopolio de la oposición parlamentaria sin que tenga que renunciar a protestar también en la calle. La gestora sigilosa avanza hacia la normalidad y la amenaza del regreso de Pedro Sánchez está cerca de quedarse en una anécdota, con el abandono de muchos de sus incondicionales. Como no se ha ampliado el discurso del «no es no», el programa de Sánchez se está agotando por sí mismo. Podemos en realidad está avanzando hacia un caudillismo populista.

Iglesias no quiere corrientes

No quiere discusiones en el seno de la formación, no acepta pactos para compartir el poder ni con Iñigo Errejón ni con nadie. No quiere partidos dentro de Podemos ni corrientes. Pero lo cierto es que las corrientes y los partidos existen y además tienen presencia en muchos territorios. He hecho alusión en las páginas de este periódico a la hiperactividad de Pablo Iglesias. Quizá habría que hablar de personalidad mutante.

En su corta vida ha hablado demasiado y parece haber estado más pendiente de las ocurrencias que del pensamiento político. No se entendería pasar de pretender la nacionalización de los medios de comunicación y el control político de la judicatura hacia una definición socialdemócrata, mutada hacia un pensamiento radical de contrapoder. En medio manifestaciones tan increíbles como la calificación del Holocausto como un mero procedimiento burocrático.

Antes de convocarse el próximo congreso de Vistalegre ya había muchas tensiones en distintas comunidades y en franquicias de Podemos. No se han calmado; tal vez estén escondidas en el dilema personalista entre Iglesias y Errejón. La historia demuestra que los movimientos populistas se han unificado mediante la administración de métodos autoritarios.

La unificación de un pueblo, «la gente o anticaspa», y un líder no es fácil en un universo en el que hasta ahora conviven corrientes de muy distinta definición. En realidad, creo que hay una confesión encubierta en las proclamas de Pablo iglesias. La renuncia del poder de verdad, de las instituciones. Ya no parece obsesionado en tomar posesión del Centro Nacional de inteligencia, de Radio Televisión española y del Boletín Oficial del Estado. Sencillamente se conforma con el control de las calles. Es toda una novedad.