Pablo Iglesias, la incontinencia lagrimal y la exculpación  de Garzón

No es la primera vez que Pablo Iglesias rompe en sollozos en un acto público. No puede contener la emoción que le desborda cuando siente el peso de sus éxitos en su fulgurante carrera hacia el cielo del poder. Hemos conversado de esto en Chueca, en el marco de las prospecciones que realizo sobre el estado de ánimo de mis vecinos antes de la cita electoral. Es el oxígeno que alimenta y engrasa mi cerebro para escribir estas crónicas.

Confesaré un secreto. En la esquina de la calle Libertad con Augusto Figueroa está Carlota. Una pequeña y exquisita tienda de vinos de mi amigo Mario. Entiende y ayuda a conocer en ese mundo cada día más complejo del vino. Tomamos un grupo de amigos una copa de vino del Priorato y unas tapas de chorizo picante de León. Buen precio y calidad exquisita.

He sacado el tema de las lágrimas fecundas de Pablo Iglesias.

Comencé recordando un anuncio en televisión  que me tiene fascinado. Un actor, vestido con traje de época, camina rápido en dirección a un cuarto en una lujosa casa. Se quita la peluca y entra. En la habitación una mujer yace en su lecho de muerte. Se inclina sobre ella con aire entristecido. Pero no llora.

Y de repente tenemos acceso a sus pensamientos. Un enorme árbol acaba de destrozar su coche de lujosa marca cuando se ha derribado sobre él. Aparece el hombre actor y se pone a llorar. Le pregunta una voz en off qué hace para que le surja el llanto en una escena. El contesta: «pienso en el sufrimiento de mis seres queridos».

Hay consenso entre mis vecinos de Chueca en lo cansino que resulta el teatro que cotidianamente representa en público Pablo Iglesias. Las lágrimas en el abrazo apasionado, asfixiante, rotundo a Julio Anguita tuvo dos tomas.  Distintos tiros de cámara. En la primera, Iglesias se adelanta al encuentro con su ídolo comunista. Lo abraza como si hubieran estado separados desde hace años. Todavía lo estruja más. Surgen algunas lágrimas en el rostro de Iglesias.

Después, cuando ambos han ocupado sus sitios en el escenario, Iglesias se vuelve a enlazar en otro abrazo profundo con el ex dirigente comunista. Entonces ya consigue un buen torrente de lagrimas. La segunda toma es soberbia. Merece la pena ver el video de este «momento histórico».

Hagamos algunas reflexiones.

Julio Anguita es un viejo comunista. Exponente de las más vieja política. Autor del intento de la primera pinza  o sorpasso contra el PSOE. Tomaba café y cenaba con Pedro José Ramírez y José María Aznar en la época que el presidente de gobierno del PP utilizaba el GAL para echar a Felipe González de La Moncloa.

La pinza no funcionó y el PCE, encapsulado en Izquierda Unida, siguió siendo una pequeña formación casi marginal en el Congreso de los Diputados. Ahora Iglesias, cuando puede sobreponerse a las lágrimas y a la emoción, relata que Julio Anguita hace tiempo que es su consejero y su mentor. No tenemos noticias de si José María participa en estos aquelarres.

Alberto Garzón está preocupado con la alianza que ha firmado con Iglesias. Está insistiendo en que, si bien él es comunista, Podemos no lo es. Extraño esa forma de pedir perdón por su izquierdismo. Les alivia a sus socios de Podemos de explicar que ellos no son comunistas, como si esa condición pudiera ser una carga para los resultados electorales.

Todavía no hay encuestas fiables del efecto de la candidatura conjunta de Podemos e Izquierda Unida más allá de la suma matemática de los resultados que alcanzaron el 20D. Quienes hacen ese cálculo ignoran las pérdidas que puede ocasionar este matrimonio de conveniencia que viste de populismo a un viejo partido de izquierda y pinta de comunista a un nuevo partido que quería ser transversal, acabando con el eje derecha versus izquierda y lo sustituía por La Casta y la Gente.

Hay dudas en mis vecinos de Chueca sobre la virtualidad de esa suma matemática de los viejos resultados electorales. Algunos piensan que la amenaza contra el PSOE puede acabar siendo oportunidad.

Coincidimos en que el electorado histórico del PSOE es extremadamente crítico. No comulga con ruedas de molino. Al contrario de lo que ocurre con el PP, que tiene un suelo que no tiene en contra la corrupción, los electores del PSOE son difíciles de movilizar. Pero cuando sienten la amenaza, cuando intuyen que el viejo partido de Pablo Iglesias, el auténtico, está en peligro van a votar aunque tengan que llevar la pinza en la nariz.

Estamos expectantes por saber si los votantes de Podemos que no son comunistas votarán esta alianza. Y si los votantes de ese viejo partido comunista, encapsulado en Izquierda Unida votarán a Pablo Iglesias, tan emocionado con su reencuentro con el viejo comunismo.

El PSOE lo tiene complicado, pero no imposible. Su baza es representar el anhelo socialdemócrata de una izquierda conciliadora y posible. Tiene que hacer un llamamiento diferenciador de sus políticas con las de Podemos. Y tienen que demostrar su unidad en un momento de peligro. Muchos condicionantes para una campaña en la que el PSOE se juega su futuro.

Hemos bebido más vino del Priorato de lo que sería recomendable y me escapo a casa a escribir esta crónica. Me acuerdo del anuncio del coche destrozado como leit motiv del llanto del actor. Y en el subconsciente se cambia su imagen por la de Pablo Iglesias. Como actor sería un desastre porque no puede ocultar su impostura.