Otras dimensiones
Dudaba de si alejarme del monotema de esta semana en las columnas de opinión sobre el contexto de los atentados de París. Les aseguro que si mi punto de vista fuera repetitivo de lo que he leído u oído, me lo ahorraría. Pero creo que puedo aportar algún elemento de diagnóstico diferencial.
Cuando se pone el foco en Europa se suelen decir algunos tópicos como que la violencia yihadista es fruto de las diferencias sociales, de la no integración por el fracaso escolar y que no es un problema religioso. Que las injusticias sociales y las diferencias sociales terminan generando violencia es una constante histórica. Ahora bien, esto no explica por qué sólo una minoría de la población islamista radical es la que usa la violencia política, y no lo hacen los marginados subsaharianos, sudamericanos o asiáticos no islámicos de las barriadas pobres de las metrópolis europeas.
El manual de instrucciones también dice que el terrorismo es debido a la intervención occidental en Oriente Medio y el tema palestino. Sin embargo, ¿Occidente no interviene en las guerras del coltán o de los diamantes de África o en la desestabilización de ciertos regímenes bolivarianos americanos?
El otro tópico buenista es que la escuela tiene que resolver la problemática de la radicalización. Y lo dicen cuando las familias no asumen el papel socializador básico; y cuando las redes sociales y los medios audiovisuales conectan a los jóvenes al mundo pasando del colegio.
Digámoslo claro: hay un problema religioso. El mismo que tenía el cristianismo hasta hace medio siglo en lugares como España, donde la jerarquía eclesiástica bendijo una Cruzada y una dictadura nazi-fascista. Aunque la inmensa mayoría de los practicantes del Islam son gente que quiere vivir en paz, la doctrina oficial no se ha adaptado a los contextos democráticos y tolera las derivas sectarias. Las primeras víctimas son las otras corrientes islámicas y los árabes de otras creencias: cristianos, jazidites o drusos.
Hay también un problema generacional. La inexistencia de ascensor social, más grave en estados hiperproteccionistes como el francés. Hace que en ghettos haya generaciones que malvivan de los subsidios y no encuentren vías propias de progreso. Curiosamente, en modelos más anglosajones (que tampoco se han ahorrado los atentados) da la sensación de que la gran masa de población inmigrada espabila mejor en la microeconomía.
Por último, aunque quede claro que la vía multicultural sajona no es garantía de nada, la vía francesa igualitarista por la homogeneización es una bomba permanente. Ahora bien, ¿cómo se puede pedir a un Estado que ha hecho de su mito fundacional revolucionario una excusa para aniquilar, como ya hizo con los girondinos federalistas, cualquier diferencia? ¿Cómo puede un Estado como Francia, que no reconoce la propia diversidad histórica interior, reconocer la nueva diversidad procedente de la inmigración? El Consejo de Estado francés recientemente ha vuelto a rechazar por enésima vez el reconocimiento de las lenguas autóctonas milenarias, algunas anteriores al francés como el vasco, el bretón, el flamenco, el occitano y el catalán.
Si vamos al escenario de la Guerra que se ha dado como argumento del terrorismo, nos encontramos con monarquías absolutas petroleras aliadas de Occidente, suníes que no han acogido a ninguno de los refugiados exiliados de Irak o Siria. Mientras, mantienen en grado de esclavitud laboral a millones de trabajadores paquistaníes, indios o del sudeste asiático. Monarquías que financian el Estado islámico y son compradores de armas -Juan Carlos ha untado alguna comisión- y proveedores de los terroristas.
¿Por qué, después de demostrar que las razones de la guerra de Irak eran falsas, ahora parece que viene la añoranza de los dictadores como Sadam Hussein y Gadaffi, que acabarán entronizando al sanguinario el Asad en Siria? ¿Por qué la obsesión de los Estados en no tocar el statu quo fronterizo que las armas y la correlación internacional impusieron?
El Estado islámico no tiene coherencia por el hecho de su religiosidad extrema. Tiene coherencia porque ha unido territorios propios de una comunidad cultural a caballo de Siria e Irak, ahora suní, pero que ya tenía personalidad antes de la islamización del Creciente Fértil. De la misma manera que los drusos, los alauitas, los cristianos sirios, caldeos o incluso los chiíes corresponden a estrategias históricas de cohesión y autoprotección comunitaria ante la islamización suní forzosa importada de Arabia Saudí en el siglo VII.
Las fronteras neocoloniales posteriores al derrumbe del Imperio Otomano son un fiasco. Sólo la valentía de revisarlas puede llevar estabilidad a largo plazo en la zona. Ahora mismo, la única comunidad que no basa su proyecto en términos religiosos, sino en un modelo de república laica y democrática, es la nación kurda. Siempre utilizada como carne de cañón para todos y abandonada siempre a su suerte. Siendo los principales adversarios sobre el terreno de Estado islámico, Occidente mira hacia el otro lado cuando Turquía o Irán acentúan en su represión sobre ellos.
En definitiva, sin reconocimiento de las diferencias culturales interiores en Estados europeos, sin la recomposición de las fronteras en Oriente Medio sobre la base de comunidades culturales con respecto a las minorías, sin la denuncia abierta de las monarquías petroleras del Golfo y de sus proveedores occidentales, sin el fomento de la microeconomía productiva entre la nueva inmigración en Europa y la denuncia del clientelismo que impide la aparición de ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes y sin que el Islam no haga su reforma para adaptarse a la democracia no cambiaran las cosas.
Sin todo esto y muchas cosas más, generalizar el estado de alerta, mostrar músculo militar dentro y fuera, poco aportará. Sólo que los límites del déficit impuestos por Merkel salten por los aires. Pero no para hacer frente a los retos sociales y culturales de las sociedades complejas europeas, sino para incrementar los presupuestos militares y policiales que, curiosamente, como en el caso español y de su ministro, siempre se desvían de las previsiones oficiales.