Oriol Bohigas y el “Noucentisme”

No deberíamos valorar como "noucentista" a un arquitecto que durante su obra hizo más de una apuesta por la modernidad

Vaya por delante, para evitar sarpullidos antes de hora, que no es en absoluto mi intención negar la trascendencia de la obra de Oriol Bohigas, como urbanista, para la ciudad de Barcelona. Ocurre pero que lo que se está publicando sobre él, a raíz de su defunción, tiene más de hagiografía que de valoración ponderada de los pros y contras que tuvo su trabajo, como el de cualquier ser humano. En parte comprendo la razón, fundamentada, creo, en aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”: la miseria intelectual y cultural a que nos tienen sometidos Colau y los suyos, hace que giremos los ojos hacia el pasado, con nostalgia y probable total ausencia de crítica. El colmo es que la alcaldesa haya elogiado la labor del arquitecto difunto; tendría que haber añadido como coletilla “autor del urbanismo que yo me esfuerzo por destruir”. 

Mención especial merece, a mi parecer, que entre los numerosos elogios que ha recibido Bohigas, se haya repetido machaconamente lo de “noucentista”. Me pregunto si los que lo utilizan saben lo que eso significa en la historia de la cultura barcelonesa, y de ahí mi intranquilidad, ya que, por razones que expondré más adelante, el calificativo no lo considero precisamente elogioso; como mucho, descriptivo. Dado que supongo que no ha habido en ello mala intención, ni ironía, lo achaco a una visión diferente del “Noucentisme” entre los aludidos y yo. De igual manera que nunca he suscrito el sentido positivo que daba Jordi Pujol al término “calvinista”, como ocurrió en la muerte de Gutiérrez Díaz. 

Personalmente creo que la labor de Bohigas como arquitecto, es, en más de un caso, discutible, a pesar del énfasis que pusiera él, o sus partidarios, en publicitarla. Por ejemplo, cuando presentó, y se celebró, la ampliación de la sede de El Corte Inglés en la Plaza Cataluña como una integración en la trama del “Eixample”. Aparte de la inclusión, nada afortunada, de una ventana neogótica, como recuerdo del edificio demolido, el conjunto resultante siguió siendo un volumen mamotrético, agresivo con respecto al entorno en el que está ubicado.

Mi opinión es también negativa respecto al llamado “Museu del Disseny”, no tanto por el edificio en sí, sino porque significó de disolución y minusvaloración de las colecciones de dos museos previos, el de Cerámica y el del Vestido, que eran dos pequeñas joyas. Podríamos recordar también, ya en el plano urbanístico, el tan cacareado proyecto cultural “Del Liceu al Seminari”, que quedó en agua de borrajas. Los resultados del esponjamiento del núcleo antiguo de la Ciudad, así como otras actuaciones, merecerían un análisis detallado, que no puede ser objeto de este artículo. 

Retomo lo dicho en un principio: mi sorpresa ante el uso que se le ha dado al adjetivo “noucentista” en los artículos necrológicos dedicados a Bohigas. Decididamente, en Barcelona se ha pasado a comulgar masivamente con ruedas de molino. Ejemplo: en 1994-95 tuvo lugar una exposición sobre el “Noucentisme” en el CCCB. Fueron bastante numerosas las voces que se elevaron para evidenciar la recuperación, por parte del pujolismo, de un movimiento artístico y cultural que destacó en su momento por su conservadurismo y antimodernidad. Todas esas críticas, al parecer, están caducas. Y sin embargo… 

Recuerdo que en mis tiempos de estudiante de bachillerato, nuestro profesor de literatura, Guillermo Díaz-Plaja, insistía mucho en la alternancia que se había dado a lo largo de la historia de la cultura entre tendencias clasicistas y transgresoras: Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo, Romanticismo,…Hace unas pocas semanas, en la presentación de su libro sobre Baudelaire, Félix de Azúa incidía en dicha visión, remarcando las “bisagras” entre Ilustración, Romanticismo y Modernidad (Vanguardias). Pues bien, en dichos esquemas, a mi parecer correctos, no creo que se pueda incluir el movimiento cultural, que se reclamaba del clasicismo, que me ocupa.

Imagen de la torre Agbar, uno de los edificios más icónicos de Barcelona

Se redujo a un fenómeno muy local, bajo el patrocinio de una burguesía pacata que, de esa manera, pretendía expulsar cualquier tentación de vanguardia. Basta darse una vuelta por Montjuïc para ver el contraste entre el estilo arquitectónico que dominaba aquí, con el que se construyó el recinto de la Exposición de 1929, y el surgido en otras latitudes (Pabellón Mies van der Rohe). Se tuvo que esperar al surgimiento del GATPAC para que, al menos en arquitectura, Barcelona recuperara la senda de la modernidad. Recuperación breve, ya que el franquismo forzó de nuevo, por decreto, la adopción de un clasicismo trasnochado. Como he dicho en otro momento, huir de esa Barcelona mediocre, con puntos de contacto evidentes con la actual, es lo que probablemente les permitió desarrollar toda su genialidad a Gargallo y Torres García, por poner un ejemplo. 

El hecho que un personaje reaccionario, en todos los sentidos, como Quim Torra, evidencie su entusiasmo por el “Noucentisme”, por si solo debería llevar a plantearse un análisis crítico de esa tendencia estética. Ignoro si Oriol Bohigas se hubiera sentido cómodo con el calificativo analizado. Y no me gusta hablar por boca de muertos. Por si acaso yo, crítico con la obra de un arquitecto, que, al menos en el plano teórico, hizo más de una apuesta por la modernidad, me abstendría, prudentemente, de emplearlo en su referencia. 

Profesor emérito de la Universidad de Barcelona y autor de "Rafael del Riego y su momento histórico" (El Viejo Topo) de próxima aparición
Adrià Casinos