Orgullo de derechas

El problema de la derecha contemporánea es que celebra el día del orgullo. Todos los días del año. El Orgullo, en mayúsculas, de sus ideas: nación y tradición, combate y competición. El orgullo, pecado capital para el cristianismo, que es el manto moral con el que los conservadores cubrieron sus ideas más vergonzosas durante las décadas más gloriosas del siglo pasado. Pero esos ropajes molestaban y ahora la derecha se presenta desnuda, sin complejos.

Ha tirado al suelo el cáliz de la democracia cristiana, santo grial que unía la compasión social con la competitividad económica. La derecha del siglo XXI, de Berlusconi a Trump, ya no vende políticas aguadas, sino licor puro.

Ser de derechas no es fácil. Es un equilibrio entre entender los cambios sociales y no dejarse arrastrar por ellos, entre avanzar y preservar. La derecha es el sistema de estabilidad, no el freno de mano, del motor del progreso. Ser de derechas es admirar el cambio sin cegarse. Jonathan Haidt describe las diferencias entre la gente de izquierdas y de derechas con la siguiente anécdota. Un amigo de izquierdas es aquel a quien llevas a ver el David de Miguel Angel y queda fascinado por la belleza de la obra. El amigo de derechas es el que, además, se sentiría incómodo al ver los genitales de la estatua.

Ser de derechas es vivir bajo un conflicto inherente. Hay un debate, partidista e interesado, sobre quién es moralmente superior: la izquierda o la derecha. Pero lo único científicamente sólido es que la gente de derechas es moralmente más compleja que la de izquierdas. Mientras los de izquierdas se preocupan sobre todo por la desigualdad e inequidad, los de derechas, además, ponderan otros valores, como la lealtad a la comunidad, o el respeto a la autoridad y a lo sagrado. Eso no es mejor ni peor que ser de izquierdas, pero requiere mayores dosis de malabarismo. Los de derechas tienen que mantener más pelotas en el aire.

Ser de derechas es exigente. Cada faceta de la vida, de la arquitectura a la comida, es una balanza donde lo moderno y lo antiguo, lo conocido y lo desconocido, deben nivelarse acompasadamente. La derecha es contención social, pero también autocontención individual. Y eso es difícil. Hay que gestionar sentimientos contradictorios: apego a la sabiduría, y jerarquías, de los mayores, y atención a la justicia social que reclaman los más jóvenes. Con lo que las tentaciones para abandonar ese riguroso esfuerzo intelectual y dejarse llevar por las pasiones son muy elevadas.

Por eso, desde la Revolución Francesa, cuando se inventó la distinción entre izquierdas y derechas (en función de los asientos que ocupaban en la Asamblea Francesa los monárquicos y los revolucionarios), ha habido dos derechas. La primera es la derecha instintiva y reaccionaria, encarnada por el pensador francés Joseph Marie de Maistre o el español Donoso Cortés, y que deseaba la restauración del absolutismo político de los monarcas y el absolutismo moral de los papas.

La segunda es la derecha liberal conservadora, representada, y llevada a la cumbre intelectual, por el sagaz y sutil, Edmund Burke. Por un lado, la derecha sofisticada de Burke enraíza con las intuiciones detrás de las posteriores teorías neoliberales: el Estado no debe actuar de acelerador social, de gran planificador. Hay que buscar, incluso fomentar, los cambios incrementales, pero no los rupturistas. Pero, por otro lado, la derecha proyectada por Burke, no se deja llevar por ideas fuerza, como la inevitable superioridad del libre mercado. La derecha de Burke es escéptica, tranquila, no creyente y ansiosa como el neoliberalismo.

En los años posteriores a la Revolución Francesa, la derecha reaccionaria de De Maistre tomó ventaja frente a la conservadora de Burke. Pero, con el paso del tiempo, las ideas, contradictoriamente enriquecedoras de Burke, fueron digiriéndose por parte de líderes políticos muy diversos en todo occidente. Tanto los republicanos en América a los democristianos en Alemania bebieron, en sus mejores años, de las ideas de esa derecha burkeniana.

Pero, como recordaba The Economist en un editorial solemne, el problema es que la vieja derecha reaccionaria de De Maistre ha sido resucitada por políticos oportunistas. Tanto en regímenes democráticos, de la América de Trump a la Polonia de Kaczynski, como en sistemas autoritarios, de la Rusia de Putin a las monarquías petrolíferas, la derecha se ha vuelto reaccionaria. Ya no basta con contener y encauzar el avance de lo moderno. Hay que revertirlo, enfrentándose a los progresistas con todo tipo de métodos expeditivos, cuando no violentos, de palabra o de obra.

Este mensaje sin filtros cala rápido en electores y súbditos, con lo que esta derecha reaccionaria está sustituyendo paulatinamente a la derecha liberal conservadora. Para contrarrestarlo, necesitaríamos a un nuevo, o seguramente una nueva pensadora, como Burke. Alguien tan incisivo como sereno. Pero el problema hoy no es sólo que la derecha no escucha, sino que tampoco tiene quién le escriba.