Ordenadores en lugar de trabajadores

Lo vemos a diario a nuestro alrededor: cada día se digitalizan nuevas funciones y se computerizan más trabajos. Se puede explotar una gasolinera con un mínimo de empleados. Hacemos las gestiones bancarias desde casa. Las centralitas telefónicas son automáticas (y cabreantes también). La robotización industrial conquista plazas imposibles. Cámaras por doquier sustituyen a vigilantes y policías. Cada uno en su ordenador se gestiona sus viajes y alojamientos y ya hay quien proyecta repartir paquetes con drones. Los empleos menos cualificados van desapareciendo a manos de una imparable automatización empujada por las constantes innovaciones tecnológicas.

En una reciente entrevista, Ignacio F. Toxo, secretario general de Comisiones Obreras, admitía que España necesita una profunda transformación de su tejido económico y advertía que el país no puede sobrevivir generando empleo precario. Además, Toxo mencionaba un problema que ya se nos está echando encima, pero que la magnitud de la crisis está enmascarando. «El salto tecnológico –afirmaba el dirigente sindical– es tremendo, pero ha tenido un doble efecto. Pensábamos que iba a facilitar la vida laboral y ha sido todo lo contrario».

La preocupación por la repercusión en el empleo del crecimiento exponencial de la digitalización apenas ha traspasado el ámbito académico. Casi no se ha abordado. Parece que no nos preocupa. Y eso que ya hace 25 años que un autor tan prestigioso como el norteamericano Jeremy Rifkin llamaba la atención sobre el problema con un libro de título apocalíptico: «El fin del trabajo».

¿Un debate extemporáneo? Podría pensarse que es así, porque no hay rastro del asunto, ni en el debate político ni en lo que vamos conociendo de los muchos programas electorales de esta temporada. Pero, suponiendo que el cuento de la lechera que hace el Gobierno fuese cierto, ¿qué tipo de empleos son esos 500.000/año nuevos que promete para 2015 y siguientes?

En los albores de las grandes revoluciones tecnológicas siempre han aparecido voces pesimistas pronosticando tremendos males para el empleo. Esas voces se han acallado, según cuentan los historiadores de la economía, con la demostración de que la destrucción de puestos de trabajo es, en realidad, una transformación. Lo que se lamina por un lado, se regenera con creces por otro con nuevos tipos de trabajo. Lo malo es que esta vez los expertos no acaban de ver que la revolución digital produzca un florecimiento de puestos de trabajo de nuevo cuño. Hasta donde se ha visto, los hay, sí, pero en un orden cuantitativamente muy inferior a los que se carga.

Para colmo de males, insiste Rifkin, la revolución digital asocia la mejora de la productividad a la disminución del número de puestos de trabajo. Desde 2013 circula entre los especialistas un preocupante estudio elaborado por investigadores de la Universidad de Oxford (The future of employement: how susceptible are jobs to computerization?). Ese estudio incluye un ranking con los oficios/profesiones que corren más riesgo de desaparecer. Lo encabezan los empleados de telemárketing, relojeros, operadores telefónicos y cajeros.

Cuanta mayor implicación emocional, complejidad, creatividad o toma de decisiones impliquen esos oficios/profesiones más despejado tendrán el futuro. Por el contrario, cuanta más baja formación requieran, más posibilidades de sucumbir en un futuro no muy lejano. Hacen falta trabajadores cualificados. La educación y la formación vuelven a ser determinantes.

En España ya se están tomando medidas. Para empezar ya hemos recortado a lo bestia los presupuestos de educación y de I D i.■