¿Orden o desorden global? Un reto para Europa
Guerras devastadoras, que fueron la derivada en el siglo XX de una larga historia llena de conflictos, sangre, muerte destrucción. Eso ha sido Europa durante siglos, afligida por disputas de poder, por motivos políticos, religiosos, económicos o ideológicos. Unas disputas que buscaban la hegemonía de una potencia sobre las demás.
Los proyectos de una Europa unificada han existido en el pasado. Pero siempre basados en la dominación. Es la primera vez que Europa pretende construirse desde la paz, la igualdad y la solidaridad. Un auténtico proyecto político, dotado a la vez de gran ambición y de pragmatismo eficaz. Y ha sido la historia de un éxito hasta hoy. Porque algo que empezó con seis miembros, después del brexit, cuenta con veintisiete, y con países que todavía aspiran a integrarse en el futuro. Y eso es, sin duda, la mejor muestra de un éxito. Europa es un proyecto atractivo porque es sinónimo de libertad, dignidad y bienestar.
Hoy, sin embargo, estamos ante una enorme crisis de identidad. Y de una ofensiva contra el proyecto europeo, desde fuera y, también, sin duda, desde dentro. Desde fuera, porque estamos ante un escenario global muy distinto al que existía en la década de los cincuenta, cuando se inició el proceso de construcción europea. Entonces, el mundo se dividía en bloques y Europa era pieza esencial en la defensa y la proyección de los valores del bloque occidental frente al bloque soviético. Había un orden. Muy peligroso, pero razonablemente predecible.
Ahora, después de la abrumadora victoria de Occidente en la Guerra Fría, visualizada con la caída del muro de Berlín y el subsiguiente desmoronamiento de la Unión Soviética, paradójicamente, asistimos a una nueva situación caracterizada por la irrupción de enemigos
(el terrorismo internacional como mayor ejemplo) y adversarios muy poderosos que cuestionan el mejor resultado de esa victoria: el orden liberal internacional. Un orden basado en el multilateralismo, el libre comercio de bienes, servicios y capitales y del movimiento de personas y el respeto al derecho internacional.
Y es enormemente preocupante que a esos adversarios (China, Rusia o Irán, por poner algunos ejemplos evidentes) se le añadan algunos componentes esencia-les de la nueva política norteamericana, como el abandono del multilateralismo, el retorno del proteccionismo y un agresivo discurso anti-inmigración.
El resultado es un claro debilitamiento de Occidente como concepto y del vínculo atlántico que lo ha sustentado durante décadas. Por ello, la defensa de los valores occidentales, es decir, la democracia representativa, en lo político; la economía de libre mercado e iniciativa privada, en lo económico; la sociedad abierta, basada en la libertad individual y en la igualdad, en lo social y cultural; y el orden liberal internacional, en lo global; descansa fundamentalmente, ahora, en Europa (junto a otros países como Canadá, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o, en gran medida, América Latina).
Al antiguo orden bipolar de la segunda mitad del siglo XX, no le ha sustituido un nuevo orden unipolar, como algunos pensaron al profetizar “el fin de la Historia”. Tampoco multipolar. Más bien, estamos asistiendo a la progresiva pero vertiginosa creación de un nuevo bipolarismo imperfecto, con los Estados Unidos y China como actores principales, pero con importantes actores “secundarios” como Rusia, Irán, Turquía, o en el futuro, Indonesia, Brasil o México.
Y la Unión Europea debe encontrar su lugar en este nuevo orden (todavía desorden) que se está configurando. Si no consolida su proyecto político estará condenada a la misma irrelevancia que sus estados miembros, ninguno de los cuales (incluidas Alemania y Francia y, por supuesto el Reino Unido, tras el brexit) formará parte de las potencias que marcarán el futuro del planeta a lo largo del presente siglo.
Por todo ello, es particularmente peligroso que Europa, como proyecto político y con aspiración de sujeto político percibido como tal desde fuera, sea cuestionada también desde dentro.
La irrupción de nuevos enemigos (el terrorismo internacional como mayor ejemplo) cuestiona el mejor resultado de la abrumadora victoria de Occidente tras la Guerra Fría: el orden liberal internacional
El combate contra los populismos y los nacionalismos está, pues, indisolublemente unido a la defensa de Europa y de los valores occidentales. No en vano, esos movimientos reciben apoyo y aliento de los adversarios del orden liberal internacional. Porque la destrucción de Europa es también la destrucción del mismo.
Los europeístas tenemos, por consiguiente, una enorme responsabilidad. Pero también una evidente oportunidad.
Establecer alianzas estratégicas con nuestros aliados (y América Latina debe ser parte esencial y ahí el papel de España puede ser muy importante) e intentar preservar para el futuro el vínculo atlántico forma parte de esa oportunidad de futuro. Está en juego nuestra posición en el orden global. Pero también están en juego nuestros valores y nuestro bien más preciado: la libertad.