Olvidos y perdones a la carta

"Ni olvido, ni perdón". Pues será para según quién, porque hay gente a la que sí se le olvida y se le perdona todo.

“Ni oblit, ni perdó”, he oído decir a veces a líderes independentistas. Ni olvido, ni perdón. Pues será para según quién, porque hay gente a la que sí se le olvida y se le perdona todo.

Este jueves, cinco años después, una diputada que evidentemente no era ni de los grupos separatistas ni del PSC me contaba que aquellos días del golpe, ella y todos los demás de su grupo no pudieron ir a dormir a casa. Pasaron dos noches en un hotel al que iban y del que venían todos juntos en un autobús fletado expresamente. Por seguridad. Ella se escaqueó una de las noches “para ir a casa a cuidar a mi perrita, llegué sola, oí un ruido como de gritos, no sabía si en la calle o en la escalera, y debo confesar que, con el ambiente que había, con gente gritando y amenazando con de todo de punta a punta del parc de la Ciutadella y hasta el pla de Palau, me asusté un poco; recuerdo que me metí rápido en casa y cerré la puerta y me senté en el suelo hasta que se me pasó el susto”.

¿Ni olvido ni perdón tampoco para esto? Yo era periodista a tiempo completo, entonces, me parecía estar siguiendo muy de cerca todas las incidencias de lo que pasaba en el Parlamento catalán y, fíjense, esto no lo sabía. ¿De cuántas más cosas no es que nos hayamos olvidado, es que no nos dejaron ni nos dejan enterar?

Perdón para ellos, olvido para el resto

Pretender que “aquello ya está” es tan absurdo, por no decir estúpido, como no querer ver que Vladímir Putin está resucitando muchas amenazas de la extinta URSS, en versión mafiosa encima, o que el trumpismo, si no lo para nadie, puede causar lesiones irreparables en la democracia norteamericana y occidental.

El golpe de los días 6 y 7 en el Parlament no se impuso tal cual porque estaba quien estaba y lo paró, quien lo paró. Pero obviamente las cosas no han ido a mejor sino a peor. En lo económico, en lo político, en lo social. Que ahora los golpes se puedan dar con mucha más comodidad, y con casi plenas garantías, para los golpistas, de que les van a quitar la cárcel y hasta las multas, será fantástico para ellos. Pero es un drama para todos los demás. Todo el perdón para ellos. Todo el olvido para el resto.

Que les pregunten a las familias damnificadas por el atropello de sus derechos lingüísticos en la escuela, justo cuando creían que un escudo judicial al fin las amparaba. Que le pregunten a Joan Ollé, dramaturgo catalán civilmente crucificado por lo mismo que Lluís Pasqual, por haberse creído poder opinar libremente. Poder hacer teatro en catalán y ser amigo de Mario Vargas Llosa.

Parlament de Catalunya.

Pasqual se marchó a Madrid, harto de mediocridades asesinas. Ollé se quedó y se lo acaba de llevar un infarto fulminante. Parecido al que antes del verano del año pasado le dio a otra víctima profesional del procés, el periodista sabadellense Josep Ache. Solo que Ache se las arregló para sobrevivir. Ollé se nos ha ido mientras se disputan sus despojos artísticos e intelectuales, aquellos que, cuando verdaderamente hacía falta, no movieron un dedo para defenderle. Defenderle ahora está bien, pero no es lo mismo.

Qué triste es todo esto, y qué pena tener que aguantar que te digan que nunca ocurrió, o que ocurrió muy de otra manera, o que no volverá a ocurrir, o que sí, pero te aguantas porque el facha eres tú. Yo no estoy segura de tener del todo madura una solución. Puede que falte un poco todavía para eso. Pero sí tengo claro que el problema no desaparece por no mencionarlo, o por dejarse amordazar cuando hablamos de él. No hay peor anticatalán, ni más profundamente miserable, que el que más chilla: “antes Cataluña rota que libre”. Eso sí que no debería olvidarse ni perdonarse jamás. Que somos gente, no ganado.

Ahora en portada