Oliu y Fainé en el juego de la palabra, la mentira y el silencio
Los dos principales hombres de la banca catalana han aprovechado las últimas horas para terciar en la política. Ustedes lectores saben que la tradición dicta que alguien que trabaja detrás de un mostrador no debe hablar jamás de política ni de fútbol. En consecuencia, un banquero, que además trata y negocia con gobiernos y administraciones de manera constante, aún debe guardar más prevenciones.
Por eso, cuando el presidente de Caixabank, Isidro Fainé, de ruta rajoniana por EEUU, dice que de momento las tensiones producidas por el soberanismo en Catalunya no han afectado a los mercados habla como un político y miente como un banquero. Cuando Josep Oliu, presidente del Banc Sabadell, asegura que es necesario y urgente un cambio en la financiación autonómica desde la ciudad que da nombre al banco también sabe que se sitúa en lo políticamente correcto hace unos años, pero que se aleja de la verdad del banquero.
Lo que Fainé quiere decir es que hasta la fecha el independentismo no ha causado ningún problema irreparable para un gigante financiero como el suyo. Conoce el mercado como nadie, porque en España, él y cuatro más son el mercado. Es consciente de qué motivaciones alientan a sus clientes en Barcelona, Girona, Sevilla, Palma de Mallorca, Navarra, Canarias, Madrid… Y ni todas son las mismas ahora ni lo serán según qué suceda en la política en los próximos años.
Cuando Oliu reclama a Mariano Rajoy un pacto de financiación autonómica que jamás antes había auspiciado desde su lado del mostrador (y muchos menos en público), el banquero pide por debajo de la mesa que se solucionen los problemas de modelo de Estado de una vez por todas. Que se le dé protagonismo a la economía y se olvide la política. Son mensajes subyacentes, los de un grupo bancario que con sus compras por España, como su vecino Fainé, también ha visto superada su condición de banco local o regional. Si se refiere a la evolución del euríbor o de su tasa de morosidad lo hace de forma más diáfana.
Ni Fainé ni Oliu pueden decir qué piensan con naturalidad. Están al otro lado del mostrador y miden todos y cada uno de sus pronunciamientos. Aunque, ya les avanzo, si fueran sinceros y estuvieran del todo tranquilos no hablarían. Callarían, porque si el mercado no ha notado nada, si no se vislumbrara algún efecto, ¿para qué emitir opinión política alguna? Lo que sucede es que ambos son banqueros de manguitos, conocedores del negocio hasta el detalle, la red, los clientes, lo que conforma la opinión y genera la confianza del ahorro y la inversión. Y justamente por eso dicen lo que dicen y callan lo que callan.
Un banquero que se precie no acostumbra a ser un ciudadano comprometido con la política, salvo en la regulación de su sector. Lo está más con la cuenta de resultados y con el dividendo. Por esa sencilla pero poderosa razón su estado natural ante la opinión pública es el silencio. Romperlo, como han hecho ambos líderes financieros en las últimas horas, es la mayor constatación de que algo funciona mal, o puede funcionar muy mal, en su entorno.