Ojalá que os vaya bonito
El primer ministro británico, el conservador David Cameron, su vicepresidente, el liberaldemócrata Nick Clegg, y Ed Miliband, por entonces aún líder de los laboristas, poco antes de celebrarse el referendo de independencia de Escocia firmaron una carta conjunta en la portada del periódico escocés Daily Record en la que se comprometían a otorgar mayor autonomía a Escocia tras la consulta. Todo ello bajo el pomposo título a toda página de «The Vow», el juramento, la promesa, el voto.
Un año después, aquella carta y aquella solemne promesa son uno de los mayores engaños de los tres políticos ingleses, dos de los cuales, por cierto, Clegg y Miliband, han sido barridos por el electorado y ya no cuentan para nada. Cosas de políticos y de su efímera fama. El engaño fue mayúsculo y los escoceses se sienten estafados. Ha quedado demostrado que uno no se debe fiar nunca de los «patronos». Son tramposos y caciques, como el presidente de los Laboratorios Almirall, Jorge Gallardo, quien el otro día exhortó a sus empleados a votar contra la independencia de Cataluña con un video propio de Nicolás Maduro o Kim Jong-un. Hay gente que se cree que es Dios.
La oferta trampa de los tres mosqueteros ingleses estuvo precedida, sin embrago, por una repugnante campaña del miedo, parecida a la que están orquestando en la campaña electoral catalana los partidos unionistas y los poderes fácticos. Aquellos que nunca pasan por las urnas pero que después quieren manejar los hilos de la política entre bastidores, pagando muy a gusto comisiones a los partidos y dando créditos a determinadas formaciones políticas para que dejen de tocarles los bemoles. Eso pasa en todo el mundo y no sólo en España.
Lo cierto es que en Escocia la campaña del miedo les funcionó, pues reforzó lo que las encuestas ya enunciaban: que los partidarios del «no» a la separación del Reino Unido mantenían una ligera ventaja respecto de los partidarios del «sí». Se llevaron el gato al agua con una estrategia que estuvo muy bien diseñada. Estoy seguro de que en breve las promesas incumplidas van a dejar sin efecto el anuncio de las diez plagas de Egipto, que entonces sirvió para intimidar a los indecisos. Soy de los que cree que lo razonable acaba imponiéndose a lo grotesco.
En la campaña electoral catalana, los unionistas sólo se dedican a amedrentar a los electores indecisos y a asediar a los soberanistas. Es una estrategia estúpida que persigue mitigar el alcance de la victoria soberanista que pronostican todos los sondeos, incluso los de aquellos medios que menos simpatizan con ellos. Todos los mensajes que emite el bando unionista son negativos y, además, descoordinados, algo que reconoce y lamenta su entorno mediático, cada día más nervioso y faltón.
¿Qué pueden ofrecer conjuntamente a los catalanes los partidos del «no» representados por Rabell, Arrimadas, Iceta, Espadaler y García Albiol? Nada, absolutamente nada, para empezar porque primero tendrían que preguntar a sus líderes estatales —Iglesias, Rivera, Sánchez y Rajoy— qué es lo que están dispuestos a negociar con los soberanistas. Lo de Espadaler es peor, porque se ha unido a la campaña por el «no» por puro conservadurismo, por miedo al futuro, pues su fórmula confederal no la apoya nadie en Madrid. Mi pronóstico es que acabarán siendo residuales.
Junts pel Sí y la CUP son las dos únicas candidaturas que se presentan a las elecciones con una actitud optimista y desenfadada, a sabiendas de que van a ser los protagonistas del gran cambio que va a tener lugar el 27-S. Entretanto, en las redes sociales y en los mítines soberanistas, se jalea la consigna «Bon vent i banca nova«, refriéndose al apocalipsis anunciado por la AEB y la CECA en su comunicado del 18/09. El cántico irónico soberanista tiene difícil traducción al español, pero viene a ser algo así como lo que cantaba Chavela Vargas: «Ojalá que te vaya bonito,/ojalá que se acaben tus penas;/que te digan que yo ya no existo…» y que nos dejéis en paz.