Oigan, austeridad no es «austericidio»
Una cosa es aplicar una política de austeridad y otra, bien distinta, es llevar a cabo actuaciones arbitrarias o contrarias a los sectores sociales más vulnerables, con la excusa de proceder a ajustes imprescindibles. Esto último es lo que, desde hace unos años, ha venido calificándose de «austericidio», con un empleo erróneo del término, cuando se quiere aludir a excesos o errores cometidos por los gobernantes en una situación de crisis económica, como la que nos aqueja desde finales del año 2007.
Con unas elecciones generales por delante, como ocurre ahora frente a la cita del próximo 20 de diciembre, los ciudadanos debemos analizar las políticas realizadas y valorar los compromisos que anuncian los partidos, así como la credibilidad de los candidatos que presentan. Para mí, el balance de las últimas legislaturas no es nada bueno.
La adopción de políticas de austeridad para reducir el gasto frente a una descomunal crisis de endeudamiento no puede orientarse a dañar a los débiles sino a reforzar la democracia, a instaurar la eficacia, a aumentar la transparencia, a eliminar la arbitrariedad y la irresponsabilidad.
En su célebre discurso de 1977 sobre la política de austeridad y de rigor, Enrico Berlinguer calificaba la austeridad como el instrumento para cortar de raíz un sistema que ha entrado en una crisis estructural profunda y poner las bases para superarlo. Se trataba de acabar con la corrupción y, sobre todo, con el despilfarro –lo spreco-, con el derroche de los recursos colectivos.
El despilfarro practicado por los políticos que nos han gobernado es el principal problema que arrastramos desde hace treinta años. El empleo de los fondos del Gobierno para conseguir apoyos electorales ha sido una práctica generalizada desde la instauración de la democracia en España. Ha servido como medio de conservar el poder, o de conquistarlo, para quienes controlan parcelas de las administraciones públicas.
Es verdad que antes de eso, bajo la dictadura, había dificultades todavía mucho mayores. Pero ya nadie se puede excusar en un pasado tan lejano. Ahora tenemos un Estado de derecho y quienes alcanzan el poder lo hacen de forma civilizada. Es un enorme, inmenso progreso. Pero ya basta de mirar atrás. Ahora toca otra cosa.
Lo spreco della vita si trova nel potere che non si è saputo utilizzare (El despilfarro de la vida está en el poder que no se ha sabido utilizar). La frase es de Oscar Wilde, pero suena especialmente bien en el italiano de Berlinguer. Ahora, tanto en España como en Italia, lo que toca es poner fin a este enorme desaguisado del despilfarro, del spreco. La crisis ha venido para recordárnoslo y no vamos a dejarla atrás hasta que lo entendamos por completo.
Se hace imprescindible y urgente terminar con la monserga de que los gobernantes pueden disponer arbitrariamente de las contribuciones de los ciudadanos, por el solo hecho de haber conseguido más votos en su momento. Hay que poner fin a la idea de que el país entero queda enteramente a los pies de los gobernantes entre una elección y la siguiente.
Deben dar cuenta puntualmente, y con frecuencia, de las decisiones de gasto importantes, de sus costes y de los beneficios esperados. Tienen que asumir las responsabilidades –y no solo políticas- de las decisiones que toman cada día.
Basta de disponer a su antojo, y según sus «convicciones», el destino de todos. Austeridad, desde luego. «Austericidio», ni en broma.