Occidentales: la gente más rara del mundo
Muchas de las interferencias que hemos causado en otros países han estado motivadas por suponerles las mismas ideas sobre el progreso y la forma de gobernarse
Damos por sentado que somos el estándar, el modo de sociedad “por defecto”. Gente que ama la libertad, la democracia y los derechos humanos. Muchas de las interferencias que hemos causado en otros países han estado motivadas por suponerles las mismas ideas sobre el progreso y la forma de gobernarse. Así hemos justificado el fracaso de algunos “empujoncitos” en los últimos años.
En política, guiarse por las buenas intenciones y por marcos ideológicos no contrastados nos lleva, no sólo a decepcionarnos, sino a sembrar el caos. No sólo en esos terceros países cuya democracia y liberalización alentamos para luego retirarnos con el rabo entre las patas. Sino en persistir en experimentos de convivencias en nuestra propia casa sin atrevernos ni a considerar si nuestra flexibilidad social tiene límites.
Podemos decir, pintando con trazo grueso, que nuestras sociedades se debaten entre dos cosmovisiones distintas. Una, que podríamos llamar “a la Fukuyama”, en la que poniendo muchas veces en boca del autor interpretaciones muy rudas de sus ideas suponemos que el mundo está destinado a adoptar nuestra forma de pensar y de vivir. Y otra, en el sentido del “choque de civilizaciones” de Huntington, que vaticina grandes enfrentamientos y a la que el retorno de los talibanes en Afganistán ha aportado un fuerte peso.
Se publicó el año pasado el libro de Joseph Henrich ‘The weirdest people in the world‘ que podría arrojar una luz interesante a esta controversia. Efectivamente, el libro de este reputado antropólogo es una mina de sugerencias basadas en estudios y en trabajos de campo. Su tesis central es precisamente esa “rareza”, esas peculiaridades del pensamiento occidental que han disparado extraordinariamente la prosperidad y el progreso en un proceso que tuvo su origen en la influencia de la Iglesia alrededor de la Edad Media.
No es el primer autor que señala hasta qué punto la potente institución en la que acrisoló el cristianismo moduló las mentalidades, la cultura y la vida social y económica en Europa. El mismo Fukuyama, por ejemplo, en ‘The origins of political order‘. Pero Henrich hace un desarrollo exhaustivo que puede ser muy útil para analizar el porqué de algunos fracasos y reflexionar sobre la imperiosa necesidad de basarnos en la evidencia frente a políticas que surgen de las buenas intenciones y de supuestos que quizá nunca fueron correctos.
Las sociedades ‘Weird‘ empezaron a romper hace casi mil años con organizaciones sociales que fueron generales en el mundo antiguo y que aún persisten en buena parte del globo. El cristianismo promovió un paquete de normas sociales y creencias que alteraron espectacularmente el matrimonio, la familia, la herencia y la propiedad en muchas zonas de Europa durante centurias.
El papel de la Iglesia
En vez del parentesco arriba y debajo de los estratos sociales, propugnaron normas y creencias, a menudo apoyadas en leyes que inhibieron activamente la continuación de esas instituciones basadas en “la sangre”. La iglesia cristiana occidental de la Edad Media dio forma a las familias europeas, su psicología cultural y sus comunidades abriendo el camino a las instituciones políticas, económicas y sociales del mundo moderno.
Sus peculiaridades eran una descendencia bilateral, nada de boda entre primos, matrimonio monógamo, hogares de familia nuclear y residencia neolocal. El matrimonio “Weird” exigía, aunque fuera de cara a la galería, sólo una esposa a la vez y la tajante prohibición de emparejarse con familiares, incluyendo primos, sobrinos, hijastros y parientes políticos. La Iglesia cortó la potencia del matrimonio como tecnología social al servicio del poder patriarcal prohibiendo las uniones polígamas, los matrimonios concertados y los matrimonios entre consanguíneos y afines familiares.
“Europa se siente solidaria ante las decenas de miles de personas que buscan desesperadamente huir de Afganistán por el temor a represalias y a la imposición de un estricto régimen talibán. Pero no parece que volvamos a ver a una Ángela Merkel abriendo las puertas y poniendo trenes”
Teresa Giménez Barbat
Esas políticas erosionaron los lazos de sangre, debilitaron la autoridad tradicional y al final disolvieron las tribus europeas. Atacando el parentesco intensivo, el matrimonio cristiano y las políticas de familia liberaron gradualmente a los individuos de las responsabilidades, obligaciones y beneficios de sus clanes y casas. La disolución de las instituciones intensamente basadas en el parentesco y la gradual creación de familias nucleares monógamas independientes representó el disparadero hacia la vida moderna de Europa.
Efectivamente, sin lazos tradicionales, los individuos se ven impelidos a forjar relaciones en busca del mutuo beneficio incluso con extraños. Libres para moverse, entre personas o residencialmente, eligen a sus asociados, sus amigos, cónyuges, socios de negocios e, incluso, patrones. Muestran menos favoritismo hacia los amigos, familia, co-étnicos y comunidades locales.
Todo eso abrió la puerta al desarrollo y extensión de asociaciones voluntarias, nuevas organizaciones religiosas, ciudades con distintos estatutos, gremios profesionales y universidades. Moduló diferencias psicológicas que desembocaron en un compromiso con una moral universalista, una mayor honestidad impersonal (pago de impuestos para servicios públicos universales, etc.) y más donaciones de caridad a desconocidos.
Anatomía de un europeo
Menos sujeto a las normas, menos conformista, menos enamorado de la tradición, más individualista, menos desconfiado con los extranjeros, aceptando más la solidaridad fuera del grupo, más cooperativo con forasteros, más inclinado a donar sangre, más honesto impersonalmente (hacia instituciones sin rostro) y más analítico. Este es el europeo que Henrich describe en este recomendable libro.
Europeo que trata, no siempre con éxito, de entender a recién llegados con marcos mentales muy diferentes. A individuos cuyos padres provienen de países con índices de intensidad parental más altos o más matrimonios entre primos, que son más conformistas, menos individualistas, menos inclinados a confiar o esperar un trato justo por parte de extraños.
Diferencias que persisten en adultos hijos de inmigrantes porque recrean instituciones basadas en el parentesco similares a sus países de origen, pues hay aspectos culturalmente trasmitidos de su psicología que se descubren incluso cuando no pueden practicar ya la poligamia, la boda entre primos y sus clanes han desaparecido.
¿Cómo hacer frente a los desafíos migratorios y demográficos que estamos viviendo? La crisis de Siria desencadenó un maremoto de solidaridad. Ahora, Europa se siente solidaria ante las decenas de miles de personas que buscan desesperadamente huir de Afganistán por el temor a represalias y a la imposición de un estricto régimen talibán. Pero no parece que volvamos a ver a una Ángela Merkel abriendo las puertas y poniendo trenes. ¿Cómo abrir los brazos a quienes huyen de la opresión y de la guerra sin desestabilizarnos?
Esos nuevos estudios y reflexiones nos pueden ayudar a implementar políticas que tengan más posibilidades de éxito y que causen menos sufrimientos a los que vienen y a los que les reciben. Un paso importante sería considerar de una vez los esfuerzos de los librepensadores europeos de origen musulmán que son los grandes desatendidos e ignorados cuando tienen un valor estratégico de primer orden. Son quienes genuinamente valoran la cultura ‘Weird‘ occidental y están dispuestos a hacerla suya.
Este artículo está incluído en el último número de la revista mEDium ‘La noche oscura de Occidente’. La edición completa en papel puede adquirirse en nuestra tienda online: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-9/