O Vox o Feijoo
El PP puede caer en manos de Vox o bien reforzarse como partido de orden, centrado, centroderechista y europeísta, por lo que debería apostar por Alberto Núñez Feijóo
Que Casado tarde más o menos en abandonar la cabina de mando es la única incógnita restante sobre su futuro político. Su liderazgo ha sido más titubeante que zigzagueante, puesto que los quiebros son a menudo propios de quien sabe hacia donde se dirige mientras los balanceos identifican a los irresolutos que van dando tumbos según se presente el oleaje.
Haber claudicado ante Ayuso no le va a salvar. Unir su destino al de García Egea no le va a salvar, como no le hubiera salvado sacrificar a su correoso y denostado número dos. Lo que ha evidenciado la última crisis es la falta de inteligencia política de Casado, de la que se derivan la incapacidad por forjarse una imagen pública de líder y la falta de autoridad interna en un partido cuyos estatutos convierten a su presidente en todopoderoso.
Resultado: si en algo están de acuerdo la mayoría de cuadros del PP es que la presente crisis fratricida y autodestructiva beneficia, por este orden, a Vox y al PSOE. Casado lo ha estropeado. Casado es el problema. Con él al mando no hay solución. Casado no tiene salvación. Cuanto antes caiga, mejor para su partido.
Entonces, ¿dónde está la solución? Pues de momento no se sabe, pero hay dos salidas, y bien contrapuestas, a la crisis de los populares, y ambas están expresadas en el conciso título del presente artículo. O Vox o Feijóo.
O sea, que el PP puede caer en manos de Vox y, cambiando las tornas, convertirse en satélite menguante de un astro que se agiganta o bien reforzarse como partido de orden, centrado, centroderechista y europeísta. Lo segundo está representado por Alberto Núñez Feijóo. En cambio lo primero…
Lo primero puede andarse por dos vías. O con Ayuso como lideresa de una formación que cada vez se distinguiría menos de Vox. O mediante una prolongación de la crisis que vaya reforzando el progresivo y creciente trasvase de votos desde el PP hacia la extrema derecha. O tal vez, a las muy malas, con Ayuso en Vox.
Porque de todos modos, tan claro como está el paso de la nada a la eternidad con estación intermedia en Génova de Pablo Casado, borroso se ve el futuro de Isabel Díaz Ayuso. A nivel interno, Casado no ha sabido imponerse si no es en asuntos menores, ante barones de poca monta y dejándose jirones de autoridad. Pero los mismos que no quieren a Casado porque no le temen ven con suspicacia al terremoto Ayuso porque temen llegar a temerla hasta el tembleque de piernas.
A nivel externo, si Ayuso encandila en Madrid es gracias a su estilo de chulesco desparpajo y a cambio de pisar, o pisotear, el terreno ideológico de Vox. No está nada claro que, ni en este ni otros cruciales menesteres, Madrid sea España ni España se doblegue hasta tal punto a Madrid. Y menos a la vista de lo sucedido en Castilla y León y de las crecientes y justificadas reticencias de tantas voces en el PP a los pactos con Vox.
España puede no estar preparada para soportar un perfil a lo Trump como el que tiene Ayuso
Ayuso es lista, es arrojada, tiene estilo y sello propio y sentido de la oportunidad política pero al mismo tiempo es temeraria, poco reflexiva, menos dada a escuchar, anda como encandilada, más embrujada que embriagada por lo fácil de sus deslumbrantes éxitos, de ahí que aparezca como incapaz de rectificar y no digamos de pedir perdón. Ella no es de negociar sino de imponerse.
No parece preparada para soportar los ineludibles sinsabores, los fracasos inherentes a la política. Las entradas de caballo siciliano, y Ayuso todavía está entrando, galopando y dando brincos, pueden, más que acabar en paradas de burra manchega según el dicho, arrastrando hasta el despeñadero jinete, montura y seguidores. En otras palabras, España puede no estar preparada para soportar un perfil a lo Trump y puede que Europa no esté muy dispuesta a lidiar con un flanco autoritario y desafiante en el suroeste.
La otra salida del PP, la de Feijóo, queda descrita por contraposición. A mayorías absolutas, y reiteradas, no hay quien se acerque al líder gallego. Nadie duda de su coherente perfil centrista ni de su mirada a largo plazo. Esta es su oportunidad, pero no corre a aprovecharla sino que se acerca a ella con prudencia y sin despeinarse.
Matar está mal visto. Casado lleva el puñal de Ayuso clavado en el pecho. Ayuso, por mucho que dé la cara, lleva el de Casado hundido en la espalda. Ha resultado vencedora a las claras pero no por ello sale indemne del lance. Lo de su hermano puede no llegar a los juzgados pero está feo.
Feijóo, con su sibilina propuesta de congreso re-fundacional, se prepara el terreno pero sin pisar el acelerador ni amenazar con atropellar a nadie. Si todos están de acuerdo, si le llaman y hasta algunos se lo suplican, abandonará su feudo de Galicia a cambio de liderar un partido que deje de chirriar, disciplinado, que funcione como una máquina bien engrasada, en el que se acaten sin discusión las directrices de un líder que las habrá calibrado y sopesado antes de enunciarlas.
En el fondo de su desalmado corazón y en la superficie de su simplista ideario, Ayuso ya es de Vox. En sus manos, el PP dejaría de ser un partido de centroderecha. No en las de Feijóo.