Nueva política vieja
Tal vez sea un reflejo más de estos tiempos líquidos que vivimos, pero es innegable que casi todo envejece a una velocidad de vértigo. Buen ejemplo de ello es el acelerado proceso de envejecimiento que está afectando a buena parte de la tan traída y llevada nueva política. En este sentido, el caso de Podemos es paradigmático.
La fulminante destitución de Sergio Pascual como secretario de Organización, decidida personalmente por Pablo Iglesias de acuerdo con las facultades omnímodas que le confieren los estatutos de su partido, se compadece muy poco con los métodos democráticos y participativos de que Podemos alardea. Recuerda mucho más formas de actuación propias del caudillismo característico de formaciones autoritarias, sea cual sea su orientación ideológica.
Resulta como mínimo chocante que los estatutos de un partido nuevo como es Podemos contemplen el posible cese de uno de sus máximos dirigentes –en este caso, el tercero de su cúpula ejecutiva-, elegido por el conjunto de la militancia, por decisión personal del secretario general. Mucho más chocante resulta que Pablo Iglesias haya llegado a utilizar esta facultad estatutaria.
Por mucho que se empeñen en negarlo muchos de sus dirigentes y un buen número de sus propagandistas, es innegable que Podemos vive una crisis de crecimiento. Una crisis lógica, por otra parte, porque en muy poco tiempo el partido morado ha vivido una gran expansión, con unos resultados electorales más que positivos.
Podemos se enfrenta ahora a retos políticos muy difíciles. Retos que quizá no requieran tanto politólogos como políticos de verdad. Tanto porque de Podemos depende ahora la posibilidad o no de un cambio político importante en España, como porque de depende también que esta formación ejerza de verdad una política nueva y no un mal remedo de la peor tradición de las izquierdas más radicales en sus procesos internos de depuración.
El evidente enfrentamiento personal y político entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón –que sin duda va mucho más allá del drástico cese de Sergio Pascual y de su inmediata sustitución por Pablo Echenique, designado asimismo por Pablo Iglesias en un nuevo ejercicio de su potente y hasta el momento incuestionado liderazgo unipersonal- es otra clara demostración de lo difícil que resulta llevar los elevados principios de la nueva política a la práctica diaria y concreta, esa que no se estudia en los libros.
Nacido hace poco más de un par de años de sus bases y círculos, en gran parte surgidos a su vez de las asambleas del 15-M, Podemos ha envejecido con insólita rapidez. En esto se diferencia bastante de algunas de sus confluencias –sobre todo de la valenciana Compromís, pero también de la catalana En Comú y de las Mareas gallegas-, que parten de formaciones anteriores con mayor solidez y experiencia en la práctica política.
Tal vez por ello los sondeos demoscópicos indican que casi todas estas confluencias presentan mejores perspectivas electorales que lo que propiamente es Podemos. Y es que, con perdón y según reza el refranero popular, «no es lo mismo predicar que dar trigo».