Nuestra propia ‘House of Cards’

La política es argumento permanente del cine y la televisión. Ha sido trama de títulos imprescindibles como  ‘Mr. Smith Goes to Washington’ (‘Caballero sin Espada’) de Frank Capra, ‘Z’ de Costa Gavras, o ‘La Escopeta Nacional’ de Berlanga que, por si alguien no lo recuerda, era una comedia muy política

Los fans del cine o las teleseries de trasunto político tenemos ocasionalmente la tentación de comparar la ficción con nuestra realidad. ¿Quién no querría tener un presidente como Josiah –Jed—Bartlett, de ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’? ¿Y entre tanto deseo de regeneración, quién no votaría a una mujer como Birgitte Nyborg, la inopinada primera ministra danesa de ‘Borgen’?

Pocas series políticas pintan, sin embargo, un cuadro más infame sobre los manejos y la inmoralidad –con recurso, incluso, al asesinato— necesarios para alcanzar y conservar el poder que ‘House of Cards’, interpretada por el un magistral Kevin Spacey y la fría e inquietante Robin Wright.

La España política (que incluye a Cataluña) se parece mucho más al interior del Beltway en el que depredan Francis Underwood y su perturbado fontanero Doug Stamper de ‘House of Cards’, que a las zonas nobles del Distrito de Columbia que habitan Jed Bartlett, el cínico Josh Lyman y la maravillosa CJ Cregg en el Ala Oeste. Claro que en una versión más pedestre en la que, felizmente, no se elimina al rival con los gases de escape de su propio coche ni se entierra a una testigo en un rincón perdido del desierto de Almería.

Dos revelaciones conocidas en los últimos días –más bien la confirmación de dos hechos ya sabidos— ilustran cómo el Partido Popular ha antepuesto la conservación del poder a hechos tan trascendentes como los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004 y el Estatut de Cataluña 2006.

En una entrevista con El País, el que fuera jefe de Centro Nacional de Inteligencia durante el  del 11-M, el diplomático Jorge Dezcállar, relata las presiones del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, para que el CNI, ante las inminentes elecciones de 14 de marzo de 2004, mantuviera la hipótesis de la autoría de ETA pese a que las investigaciones apuntaban claramente a terroristas islamistas.

El relato Dezcallar tiene pasajes de una inusual cualidad cinematográfica. Cuenta el ex spymaster, por ejemplo, cómo al apenas 24 horas después de los atentados se reunió con el ministro de Interior Ángel Acebes y el Secretario de Estado de Seguridad Ignacio Astarloa. Ninguno de los dos le informó de que la Policía ya había detenido a islamistas, descartando la pista etarra que Aznar le ordenaba mantener.

Hasta cuatro días más tarde, el CNI no fue incorporado a las reuniones de trabajo que hacían el seguimiento de las investigaciones. La cúpula de Interior excluyó al Servicio Secreto de su propio país inmediatamente después de recibir un ataque que dejó 192 muertos. La orden que sólo podía venir del presidente del Gobierno.

La otra revelación la hizo hace unos días el ex secretario general del PSOE, Alfredo Rubalcaba. El veterano político concluyó su autoimpuesto silencio sabático destinado a no eclipsar a Pedro Sánchez y puso su afilada espada dialéctica (y la abundante información que atesora) al servicio de la operación derribo de Mariano Rajoy que se inició en cuanto se conocieron los votos del 27-S.

En una entrevista concedida a Onda Cero, Rubalcaba relató que cuando él, como portavoz parlamentario socialista, intentó sumar a los populares al acuerdo alcanzado sobre el Estatut, «una persona muy importante» del PP rechazó negociar con la siguiente explicación: «Tenéis la economía al 3%; ETA se está terminando… Si os damos lo del Estatuto, se acabó la oposición».

Nada de lo anterior es realmente nuevo. La novedad radica en las notas de color que protagonistas de nuestra propia ‘House of Cards’ aportan sobre hechos en los que ellos mismos participaron. Hacen tangible el cinismo con que la clase política convierte la gestión de la cosa pública en un cálculo de conservación del poder.

Y permiten hacer un curioso aunque estéril ejercicio de ucronía. ¿Qué hubiera pasado si el PP, en lugar de ponerse de cara a la sociedad tras el 11-M se hubiera puesto al frente de ella para liderarla en su trance de dolor y rabia? ¿Cuál sería hoy sería hoy el estado de cosas en Cataluña si el PP hubiera suscrito el consenso de todos los partidos del Parlament para adoptar el Estatut de 2006? Nunca lo sabremos.

La crasa irresponsabilidad del Partido Popular en estos episodios se suma a la corrupción que asola partido. En su más reciente entrega hemos conocido detalles sobre la voracidad de Rodrigo Rato por cobrar el dividendo del poder allí donde estuviera. Un antiguo testaferro afirma que  el ex vicepresidente, incluso cuando ya presidía Bankia, presuntamente cobraba 40.000€ al mes por prestar una asesoría verbal. Otro momento ucrónico: ¿Imaginemos que Aznar hubiera designado a Rato, y no a Mariano Rajoy, como su sucesor?

El declive ético y estético de la política española –que, insisto, incluye a la catalana—viene de lejos, afecta a todos los partidos en mayor o menos medida y, como el alzheimer, es degenerativo. PP, PSOE, PSC, IU, CiU… todos han tenido –o aún tienen—sus propios abscesos purulentos y, lo que más grave, todos colocan naipes en nuestro particular ‘House of Cards’.

La nueva temporada de la teleserie se ha comenzado a emitir en Catalunya tras el 27S y tiene como hilo conductor la elección del próximo President.

En la pasada legislatura presenciamos la eclosión del independentismo de Artur Mas, más adquirido que nativo, como requisito para gobernar a remolque de ERC. ¿Qué concesiones deberá hacer ahora el que fuera adalid business friendly de la burguesía catalana para que los anticapitalistas y anti-sistema de la CUP le permitan retener, siquiera parcialmente, el poder? ¿Una presidencia coral? ¿Una rotatoria?

Esta es la película que actualmente arrasa en las pantallas catalanas. Su trasfondo es el poder y el control sobre sus resortes. Lo que nos falta por saber es su género. Lo que comenzó por épica sigue ahora por derroteros de thriller, pero puede concluiren comedia. O en drama. 

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