Nota sobre el mundo y sus improbables dirigentes
¿Pintan algo los dirigentes políticos en la crisis del coronavirus? Su actitud invita a pensar que influyen más bien poco en las grandes decisiones tomadas
¿Quién manda aquí? ¿Quién allá o acullá? ¿Alguien pinta de verdad algo similar a lo que aparenta? ¿De qué o de quién estamos en manos? Peor aún, los que sostienen las riendas, ¿son conductores de la historia, simples cocheros al servicio de asesores que disimilan su incertidumbre o jinetes alocados en el rodeo de un apocalipsis que tal vez se avecina?
Vamos a empezar por los más cercanos a la sede de Economía Digital, el simpar trío de protagonistas de la política catalana. En sus soliloquios de prime time, Quim Torra, con sus habituales aires de despistado que pasaba por ahí, es incapaz de distinguir entre lo que aconseja, lo que ruega, solicita o suplica a la autoridad competente al tiempo que denuncia su incompetencia, y lo que de veras decide o decidiría si de tomar decisiones por su cuenta fuera capaz..
Su infiel escudero económico, Pere Aragonès, con su no menos asombroso aspecto de Principito, sí, el de Saint-Exupéry, con barba pero de semblante no menos ingenuo, asegura por su parte que esta vez no habrá recortes. ¡Caramba! Como si de él dependiera. Como si del mismísimo inquilino de La Moncloa se tratara, que en los menesteres de la supuesta lluvia de millones también se erige en improvisado meteorólogo de los vientos que van a soplar, o no, de Europa.
Ada Colau, por su parte, atrapada entre la (supuesta) buena fe protestona de sus votantes y la fidelidad a los compañeros antisistema (también supuestos antisistema, si bien compañeros de las apoltronadas almas) que sostienen desde los despachos ministeriales el mayor giro a la derecha de una izquierda europea, ideó una vía propia hacia el desconfinamiento emocional que le ha salido por la culata.
No se sabe si para despistar un poco más a sus aliados que al resto de los mortales, incluidas las organizaciones sanitarias del mundo ante las que falsea cuantos datos provee, Pedro Sánchez ha rizado el rizo de la tomadura de pelo empezando a hablar de cogobernanza, eso es, gobernar entre varios y a poder ser entre todos.
Si las fanfarronadas de Trump impresionaban al mundo, ahora parece imposible que pinte algo
Él, el mandamás de los mandamases, el que centralizó y sigue centralizando todas las decisiones con el portentoso efecto de alcanzar el primer puesto europeo en muertos por millón de habitante, multiplicando por diez el de la vecina Portugal, hablando de cogobernanza. El estigma que pesa sobre los políticos es tan evidente como merecido. De eso no hay quién se salva ni quién pueda salvarles… a no ser, y de momento, la falta de alternativa.
Por una ley física del poder semejante al comportamiento de los gases en sus crisoles, que siempre ocupan el mismo volumen, tanto si se acumula en un sátrapa como si se reparte entre diferentes instituciones y personas, el descrédito de los políticos debería propiciar la emergencia de liderazgos alternativos, ya fueran intelectuales o sociales. Pero no, tampoco, el gas del poder se escapa y se disipa. Ante el vacío, nadie está autorizado para hablar en nombre de los demás ni para señalar caminos al temeroso rebaño en que nos hemos convertido.
Temeroso y por eso impredecible. Volvamos al principio. ¿Quién manda aquí, o sea sobre todos los nosotros que nos afanamos en sobrevivir a la pandemia con el menor daño posible? No quienes más presumen o figuran, empezando por Donald Trump.
Si sus fanfarronadas impresionaban al mundo, ahora parece imposible que pinte algo, no ya en los estados federales que toman sus propias y dispares decisiones al margen de la verborrea presidencial, sino sobre su propia administración.
Una explicación nada descabellada para esta distancia sideral , jamás vista, entre las palabras de un presidente y los hechos, consiste en suponer una especie de impeachment interno, pactado entre él y los suyos, que había convertido a Trump en poco menos que un fantoche, una especie de autómata autónomo encargado de confundir al personal mientras la Casa Blanca y el Pentágono toman decisiones que el presidente rubrica por obligación y tergiversa por devoción a su propia imagen.
Las masas de chinos se niegan a obedecer y, en vez de consumir como es debido, ingresan su dinero en el banco
Si la gran paradoja estadounidense podría consistir en la falta de poder real del supuesto hombre más poderoso del mundo, el modelo chino, al primer intento serio de globalización del cual estamos asistiendo, tampoco funciona al gusto de sus férreos dirigentes.
Como el reyezuelo del asteroide visitado por El Principito, la represiva dictadura controlada por Xi Jinping no consigue salir de la crisis económica. El reconocimiento facial y el control mediante algoritmos de los movimientos, las ideas y las emociones de los ciudadanos no están consiguiendo algo tan sencillo como reactivar el consumo y evitar así lo que bien pudiera ser el principio de una situación caótica.
Invitadas a gastar tanto o más que antes, las obedientes masas de chinos se niegan por el momento a obedecer y prefieren, en vez de consumir como es debido, ingresar su dinero en los bancos, o tal vez guardarlo en una caja de zapatillas de kung-fu.
Si algo hay que retener de tantas enseñanzas como contiene la historia, es la extrema precariedad de los poderes en apariencia más sólidos. Un somero repaso a los poderosos del pasado que han acabado destronados, en la miseria o en tantos y tantos casos célebres ejecutados por sus propios y otrora fieles súbditos, puede ser un buen antídoto contra la aparente estabilidad de nuestros sistemas. O al revés, un acicate contra la inestabilidad que convierta en permanente nuestro encierro.