Nos sobran los motivos
Nostálgicos de un mundo bipolar, en el que la difunta URSS representaba la certeza de lo impuesto y la benevolencia de un estado protector
Mi abuelo era de Odesa y mi abuela de un pueblito moldavo. En sus tiempos, esas zonas pertenecían al imperio ruso.
Gracias a la providencia, ambos judíos, pudieron huir a tiempo de las carnicerías europeas del siglo XX, encontrando refugio en un Buenos Aires bien distinto al de hoy en día. Siempre conservaron una suerte de identidad cultural rusa.
El ruso fue mi idioma materno y aún resuena en mis recuerdos una canción de cuna con letra de Lermontov en la que el “malvado checheno” se acercaba “afilando su espada”. Mi mundo familiar sonaba a Mark Bernes, a Leonid Utiósov o a Dina Vierny, a la vez que el coro de los campesinos del Eugenio Oneguin de Chaikovsky alimentaba en mí una suerte de nostalgia melancólica de un pasado no vivido.
Aclaro estos antecedentes familiares, porque soy plenamente consciente de las difusas fronteras culturales e identitarias entre los ucranianos y los rusos. En una visita a Bielgorod-Dnistrovsky, Ucrania, hará 15 años, tuve la oportunidad de encontrarme con gente pro rusa que consideraba que Europa era un problema y no una solución.
Nostálgicos de un mundo bipolar, en el que la difunta URSS representaba la certeza de lo impuesto y la benevolencia de un estado protector. Y es precisamente sobre esa difusa línea identitaria sobre la que Putin ha construido la justificación a su invasión de Ucrania.
Según su razonamiento, Ucrania no sólo no debería existir, sino que el gobierno ucraniano es responsable del “genocidio” contra la población en las regiones separatistas del este. Con ello, el mandatario intentaba convertir una agresión en un acto defensivo contra un país a sus ojos ilegítimo, y sostenía que el objetivo de la incursión era “desmilitarizar y desnazificar” la región.
Putin ha ordenado la invasión de un estado soberano, con fronteras claramente delimitadas y reconocidas internacionalmente.
El problema radica en que, incluso entendiendo muchas de las complejidades históricas y etnoculturales, Putin ha ordenado la invasión de un estado soberano, con fronteras claramente delimitadas y reconocidas internacionalmente. Y que toma decisiones soberanas.
Algo completamente inaceptable para cualquiera que crea en el Estado de Derecho. Se puede alegar que Ucrania pidió ser incorporada a la OTAN (no necesariamente aceptada) y sus coqueteos con Europa, pero es que hace muchos años que se suponía que las divergencias entre países no se dirimían en esas esferas militares.
Si no fuera porque la figura de hitler implica un genocidio y va más allá de una guerra colonial, es inevitable pensar en los Sudetes como referente histórico más cercano. También entonces existía una población de mayoría de etnia alemana, supuestamente en peligro, que Alemania tenía que defender.
Al escribir estas líneas, escucho múltiples testimonios de ucranianos intentando escapar del infierno al que están siendo sometidos. Un infierno impensable hace apenas unos meses… O no.
Ucrania ha sido la primera pieza tangible a sacrificar.
Porque esta escalada no surge de la nada. Hace años que el mundo occidental comulga con ruedas de molino y confraterniza con todo tipo de regímenes opresores. A cambio de gas, de energía o de mera tranquilidad…. Ucrania ha sido la primera pieza tangible a sacrificar (¿la única?).
Lo que ha hecho Putin está perfectamente tipificado como crimen de agresión (el cuarto después de genocidio, crimen de guerra y crimen de lesa humanidad). El problema es cómo responder.
Rusia no deja de ser la segunda potencia nuclear del planeta, en manos de un ex agente de la KGB dispuesto a jugar su baza nuclear ante cualquiera que ose toserle. Y totalmente consciente de enfrentarse a un occidente en plena crisis identitaria.
Probablemente, lo más descorazonador, sea precisamente la sensación de impotencia occidental ante lo que es una clara violación del derecho fundamental de cualquier pueblo a regir su destino. Pero tal vez no todo esté perdido a largo plazo.
Porque existen valores que debemos defender.
Si para Putin, la mayor tragedia del siglo XX fue la caída de la URSS, hay que recordar una y otra vez, que esa fue una de las mayores victorias de la sociedad moderna. Porque existen valores que debemos defender.
Esos mismos valores de libertad e igualdad completamente basureados hoy en día por la desidia de los mismos ciudadanos occidentales. ¿Cómo pueden Europa o los Estados Unidos defender cualquier país democrático, si son los primeros en menospreciar los valores de las democracias?
Escribía un tal Miguel en Twitter que “la tiranía se edifica más sólidamente sobre la vanidad del impostor que se cree inconformista que sobre la pereza del manso”. En efecto, el campo de batalla en el que podemos evitar futuras Ucranias, reside en el corazón mismo de las sociedades occidentales.
Ante las campañas de desinformación, hay que apelar a un periodismo riguroso. Ante el relativismo moral de una falsa progresía, recordemos todo el camino andado. Estemos orgullosos de quienes somos. Hay muchas sombras, pero como diría Sabina, nos sobran los motivos.