Nos la jugamos en Francia
En el fondo Francia, más que entre derechas e izquierdas, se divide entre quienes aceptan la realidad y bregan por la competitividad de su país en la Europa común y el mundo global y los los que todavía sienten que la condición inigualable de francés
Para abrir boca, un tentempié de política ficción a partir de un dato relevante: la diferencia entre Le Pen y Mélenchon fue de 1,1 puntos. Pero Mélenchon, al contrario de Le Pen disponía de votos de reserva que al final le dejaron en la estacada. De no ser por las divisiones a las que se aferran las izquierdas que anteponen la pureza de los principios a la consecución de resultados, el próximo domingo los franceses decidirían entre el centro de Macron y la izquierda insumisa en vez de tener que optar entre centro y extrema derecha.
En el fondo Francia, más que entre derechas e izquierdas, se divide entre quienes aceptan la realidad y bregan por la competitividad de su país en la Europa común y el mundo global, eso es los cosmopolitas (que no dejan de ser y sentirse franceses, claro), y los que todavía sienten que la condición inigualable de francés les otorga el derecho inmanente a vivir como reyes aunque su trabajo resulte poco fructífero o cualificado.
Pues bien, los primeros son los de Macron y los segundos conforman la inmensa mayoría de protestones que opta por Le Pen o Mélenchon como esperanza de vivir a costa del estado. La prueba: ambos que a su vez compiten por ofrecer programas de protección social, no de estímulo económico, que van más allá de lo posible. Ay si Francia también se desliza por el camino del déficit excesivo.
Aún así, lo que impide una contundente victoria de Le Pen, al estilo Orban, es el prurito de multitud de franceses tan enfadados con el mundo como el que más pero que sienten pudor y vergüenza ante el racismo explícito o el clericalismo de la extrema derecha. Francia es la cuna de las libertades, recuerdan aunque no sea así, y eso les impide sumarse al Reagrupamiento Nacional. Francia es demasiado grande como para caer del lado de Polonia.
Gracias a eso Macron le saca entre ocho y diez puntos a Le Pen porque es el beneficiario de un voto de reserva de izquierda, el llamado voto barrera, dispuesto a a traicionar a su ideología, a tragarse la bilis y votar por quien consideran un amigo de los negocios y los ricos a cambio de cortar el paso a la extrema derecha.
A sabiendas de que su electorado, casi una cuarta parte de franceses, está dividido entre la abstención (o un voto nulo según sus protestones emisores), los que votarán a La Pen y los anti Le Pen, si bien con una mayor proporción de contrarios a la extrema derecha por lo dicho. Si gana Macron, será por los votos que están más contra Le Pen que contra suyo. El hecho es que tiene la gran mayoría de franceses en contra, resentidos, si bien por fortuna y por ahora divididos en dos mitades más contrapuestas en la superficie ideológica que en el fondo emocional..
Mélenchon, muy cuco, ha evitado dar apoyo a Macron pero, muy en su sitio de izquierdista convencional, ha anunciado que ni una solo de sus votantes debe votar por Le Pen aún a sabiendas de que muchos no le van a hacer el menor caso.
Ahí es donde entra en juego el peligro de los sondeos como vector, en este caso muy poderosos, de influencia en el resultado. Le Pen cuenta con un número casi fijo de intenciones de voto pero los de Macron son variables. Sus opciones de victoria dependen de la movilización de los anti Le Pen. A menos distancia prevista entre ambos candidatos, o sea si se advierte que Le Pen le pisa los talones a Macron, mayor será el voto contra Reagrupamiento Nacional del que se va a beneficiar Macron.
Y viceversa, tras perder el debate del miércoles ante Macron, aunque sin derrumbarse, no pocos entre esta masa decisiva de votantes dispuestos a sacrificarse solamente si es imprescindible, pueden confiar demasiado en la derrota de la extrema derecha, abstenerse y facilitar así, mediante esta única vía, una victoria por sorpresa y por los pelos que sería una auténtica catástrofe para Europa.
En palabras nada paradójicas, Macron puede perder si todo el mundo está convencido de que va a ganar; Le Pen ganará si muchos entre los millones que pueden impedirlo creen que tenga opciones reales. Los correctores de encuestas tendrán pues la última palabra.
Y desde luego que si al final pierde Macron, perdemos todos. No los ilusos, todavía mayoritarios por estas pagos, que piden más Europa como si una mayor concentración de poder en Bruselas, es decir en Berlín, fuera la panacea, sino todos. Se desorienta Francia, que entra en barrena, gana Putin, Alemania y sus fieles se convertirían en un fortín o reducto de lo que queda de Europa.
Si gana Le pen, es el desastre para todos y más que nadie para España, que se verá geográfica y emocionalmente desconectada del que fuera gran proyecto europeo. Lo que faltaba.
Lo que faltaba después de lo principal, que sería el deterioro o el fin de las ayudas y el crédito que permite a España ir tirando en vez de hundirse en el default y sufrir una de las mayores crisis de su historia.
Nos la jugamos en Francia. Europa se la juega en Francia, pero más que ningún otro país europeo se la juega España. Así que si tienen amigos franceses de la Francia anti cosmopolita, intenten convencerlos de que no se dejen arrastrar por sus trasnochadas emociones, y si los tienen dudosos, ofrézcanles lo que sea, incluso vacaciones gratis, si contribuyen a afianzar la victoria de Macron.