¿Nos hará sentir catalanes este Sant Jordi?
Una de las cosas por las que siempre me sentí profundamente arraigado a Catalunya fue por la celebración de Sant Jordi. Conmemorar el día del libro y de la rosa tenía una épica diferencial con el resto del mundo, sea España o la China comunista. El libro, símbolo cultural inapelable; y la rosa, una incuestionable razón estética del amor, son los emblemas que diferenciaban a un colectivo especial de la gran masa de ciudadanos.
Estoy seguro que muchos otros lectores siempre han valorado Sant Jordi por esa lectura diferencial que nos situaba un centímetro por encima del mundo, de la pragmática y del posibilismo aunque fuera sólo un día al año.
Visto desde fuera del territorio, la celebración del día del libro y de la rosa tenía siempre una conexión con la Catalunya moderna, vanguardista, avanzada, lírica y hasta emocionante. Pero hoy las cosas han cambiado y nuestro Sant Jordi puede estar amenazado por la puñetera política que nos invade y que quiere convertir un acto ciudadano en una especie de resurgir colectivo de una parte del país.
Quienes quieran contribuir a esa nueva visión de nuestra celebración nos estarán hurtando a una buena parte de los catalanes el civismo de Sant Jordi, en un sentido puramente social: es la sociedad civil la que había conseguido convertir la jornada en una demostración diferencial más allá de lo que marcan las constituciones, las leyes y, en última instancia, la voluntad de algunos políticos.
Si nos quedamos sin el libro y la rosa y lo alquilamos al independentismo más furibundo, incluso si lo arrendamos a sus contrarios, los catalanes nos estaremos equivocando. Lo que nos ha hecho diferentes no han sido las leyes, sino el espíritu de concordia de una sociedad que se pretendía más civilizada y moderna en lo civil. Si somos capaces de regalar un libro y una rosa, es muy probable que también seamos solidarios, capaces de entregar una parte de nuestro excedente a una causa mejor.
Ojalá este Sant Jordi no nos sea robado por la política y los políticos. Ojalá que el territorio en el que vivimos no corra esa misma suerte y que nuestros rectores sean capaces de regalar una rosa y un libro a quienes tienen cerca. Y ojalá, por supuesto, que quienes lo reciban, sea en Madrid o en la China comunista, sepan apreciar el regalo. Porque eso, a muchos de nosotros, nos hace sentir catalanes.