No vivir
¿Por qué no somos capaces de legislar a favor del paciente cubriendo legalmente a los que ayuden a su decisión?
A mi me gustaría no morirme. Me gustaría hacerme eterna viendo pasar generaciones manteniendo unas facultades aceptables.
A pesar de mis profundas convicciones ateas estaría dispuesta a hacer todos los pactos con el diablo que fueran necesarios para perpetuarme en el tiempo, pero no será así.
Yo no tuve realmente conciencia de que iba a morir ineludiblemente hasta que nació mi hijo Marc
La muerte de mis familiares queridos estuvo presente en mi vida desde muy pequeña. Murió mi madre cuando yo tenía once años. Luego, a los catorce, mi padre. Entre esos años y yo viviendo con él también murió mi abuelo. En esa vorágine de entierros mi tía y mi madrina le siguó en breve.
A pesar de esos decesos, algunos muy prematuros, yo no tuve realmente conciencia de que iba a morir ineludiblemente hasta que nació mi hijo Marc. En cuanto lo cogí en brazos por primera vez, un inevitable y desconocido sentimiento de tristeza se instaló momentáneamente en esa alegría ambiental que pretendía inundarlo todo ante la feliz y esperada llegada de un bebé. Mi hijo fue para mí la prueba evidente de que yo moriría.
Desde entonces, como todos, he visto enfermar, he enterrado y he llorado a demasiados amigos y familiares. Algunas de esas defunciones han sido inesperadas pero otras, la mayoría, no. La enfermedad, de manera práctica irrebatible, ha ido preparando emocionalmente a unos y a otros para el definitivo desenlace.
El debate sobre la eutanasia viene de muy atrás y es un asunto delicado y recurrente
Este viernes pasado, después de una semana laboral intensa y de una fantástica cena y una vez ya ubicados de fin de semana y alrededor de una mesa con gintonics, Carlos y yo tuvimos una conversación sobre la eutanasia con mi primo Joan y Mª Dolors.
Carlos es familiar de Antoni Monguilod, enfermo terminal de Parkinson que reclama que le dejen morir dignamente y Joan es médico, ahora ya jubilado, con una larga trayectoria profesional tanto en la práctica clínica como en la gestión hospitalaria.
Joan nos contó que, ya en los años setenta del siglo pasado, intentó provocar, de manera estéril, el debate sobre la eutanasia dejando constancia que esta polémica viene de muy atrás y es un asunto delicado y recurrente.
Hasta que no solucionemos la cobertura legal y moral de este tema seremos una sociedad inmadura
Nos explicó que, para él, en temas tan sensibles y susceptibles de controversia como el aborto, las curas paliativas, el suicidio asistido o la eutanasia hay una cuestión que prima por encima de cualquier consideración moral o ética: la voluntad del paciente.
Esa premisa tan simple es de una contundencia absoluta para tener claro cuál es la clave de la solución.
Si tratamos a los ciudadanos como adultos y les damos auténtica credibilidad y categoría como tales la decisión libre de cada uno de nosotros, ante esta dificilísima decisión, debería ser concluyente.
En un mundo civilizado, y yo digo muchas veces que vivo en uno, cuando alguien llega a un punto de degradación física o mental que le implica una no vida y decide libremente que así no quiere seguir, ¿quiénes somos ninguno de nosotros para decidir que, esta misma sociedad que ha velado por su estado de bienestar en multiplicidad de temas, tiene que dejarle en la cruel intemperie porque no es capaz de legislar a favor del paciente cubriendo legalmente a los que le ayuden en su decisión?
Hasta que no solucionemos la cobertura legal y moral de este tema seremos una sociedad inmadura, de grandes progresos médicos y tecnológicos pero de muy pocos avances morales, que abandona al ciudadano enfermo y sentenciado a perder su condición de sujeto a su suerte.
La ayuda del Estado
Una civilización que le deja indefenso e incapaz de solucionar, como él quiere, algo tan importante y difícil de gestionar como su propia muerte.
Yo sigo sin querer morirme pero, si algún día, mi condición física está irreversiblemente condenada a un deterioro seguro y yo, en plenas facultades mentales, pido ayuda para morir, espero que el debate imprescindible sobre una muerte digna se haya producido y que el Estado me ampare y me ayude en aquello que yo decida sin que nadie incumpla la ley.
Y, dicho lo anterior, déjenme tomar como propia la genial respuesta que dio Woody Allen en la presentación de You will meet a tall dark stranger en 2010 a la pregunta de un periodista:
“¿Cuál es su relación con la muerte ahora?
….Estoy totalmente en contra”.