No, no Podemos
La fuerza de atracción electoral del movimiento Podemos no es innovadora, sino arcaica. No es nueva, sino vieja política. Su fundamento es prometer deliberadamente lo que realmente no se puede cumplir. Obama ganó sus primeras elecciones con el lema Sí, podemos. Digamos que ese era un ideal tamizado por el pragmatismo. Algunas cosas las ha cumplido, otras no. Por su parte, Podemos parte de que hay que pedir lo imposible. Es antipolítica en su estadio más primitivo.
Ya han comenzado los análisis sobre la capacidad mediática de Pablo Iglesias, el líder de Podemos. En realidad, el problema es una cierta inercia dialéctica de sus adversarios y la tiranía del share de audiencia como sea, incluso por parte de canales de televisión que defienden –por decirlo de alguna manera– todo lo contrario de lo que postula Podemos.
No puede decirse que el sistema de opinión en España sea de muchos matices y racionalidades. Podemos se ha configurado a golpe de plató televisivo, en unos meses, tal vez por un exceso general de política vieja. Podemos es, a su modo radical, más de lo mismo.
Repetidamente, Pablo Iglesias defiende la democracia chavista que ha llevado al caos y la ruina a un país tan sólido como era Venezuela. ¿Seguirá ahora defendiendo las mismas cosas que proclamaba en las tertulias mediáticas?
En total, ha logrado 1.245.948 votos. Es espectacular, sí. En Andalucía, por ejemplo, son 189.684. En Catalunya, 117.096. En Madrid, 249.559. En Valencia, 143.671. Y de la noche a la mañana, hasta un 7,97% del voto total. De Internet al Parlamento Europeo, pasando por los estudios de Intereconomía.
¿Es Podemos la verdadera expresión de lo que desean miles de ciudadanos que recelan de los políticos? Sería tanto como reconocer que la demagogia de Chávez refunda la democracia en el siglo XXI. En su campaña tan atípica, Podemos prometió subir los impuestos, desvincularse del euro, no pagar la deuda pública, expropiar los hospitales privatizados, la jubilación a los 60 años, salirse de la OTAN, nacionalizar el sistema educativo, jornada laboral de 35 horas, derogar el Tratado de Lisboa y abrir las puertas de par en par a la inmigración sin límites.
Ese no es un programa de reformas radicales. Es la hoja de ruta para la bancarrota y el aislamiento internacional de un país. Un país en el paro. Eso es: colectivismo anacrónico, estatalización primaria, desconocimiento del papel de la banca en una economía, el asalto sin alternativas al sistema de mercado, un genuino reclamo para la pérdida de poder de España en la Unión Europea y para el torpedeo en los mercados financieros. Aún más: la huelga –dice Iglesias– es una guerra.
Desde luego, la política no pasa por su mejor momento y la crisis económica ha generado frustraciones profundas. Entre todos, es hora de repensar un reformismo de regeneración. Cuanto más se tarde, más combustible para la locomotora de Podemos. Pero la antipolítica casi nunca acaba siendo una alternativa legítima de gobierno. Su eslogan más indicado sería “Sabemos que no podemos pero aún así lo prometemos”. Es decir, podemos prometer que incumpliremos. La dignidad de los indignados merecería algo mejor.