No le pidan a la democracia lo que no puede dar

A la democracia no se le puede pedir lo que no puede dar. Por todo ello –tomen nota la izquierda, los movimientos alternativos y los nacionalismos-, no hablarás de la democracia en vano.

En la cuestión de la democracia, las izquierdas, así como los movimientos alternativosecologistas, feministas, pacifistas, altermundialistas y asimilados– y los nacionalismos irredentos acampados en España, suelen brindar un buen ejemplo –con alguna excepción que transgrede la regla- de populismo y demagogia.

Paparruchas

Que si la democracia real, que si la democracia cívica, que si la democracia nacional, que si los derechos especiales para ciertos colectivos, que si la voz del pueblo, que si los mecanismos de intervención directa, que si la ampliación del contenido material de la democracia, que si el ideal contestatario de democracia, que si hay que transitar más allá del voto a través de las redes, que si la buena gente del pueblo cuya voluntad ha sido expropiada por los políticos y los poderes económicos. Y referendos, muchos referendos. Paparruchas.

Alfabetización y adoctrinamiento

El populismo y la demagogia de los regeneradores de la democracia -esa pléyade de monologuistas especializados en la alfabetización y el adoctrinamiento antiliberal del ciudadano que nos prometen la plenitud democrática- responden a determinados intereses como, entre otros, la publicitación de la idea, el acceso al mercado electoral, la manipulación política y social o la conquista del poder.

No se engañen y no se dejen engañar. Propiamente hablando, la regeneración democrática es un movimiento reactivo. Por dos razones fundamentales:

  1. Por su carácter prepolítico –uso y abuso del referéndum o la asamblea y el plebiscito– semejante al de aquellos revolucionarios del siglo XVIII que tardaron décadas en descubrir –su precio pagaron- la democracia formal y el parlamentarismo.
  2. Por la deriva parapolítica que se vale de la “verdadera democracia” (?) y de “lo que de verdad quiere el pueblo” (?) para impulsar una movilización a la carta en beneficio propio.
El Congreso de los diputados. EFE/Chema Moya

La democracia en su sitio

Llegados a este punto, hay que poner la democracia en su sitio. A la democracia no se le puede pedir lo que no puede dar. ¿Reformular o refundar la democracia existente? Paparruchas. El problema se encuentra, como decía Goethe al hablar de la teoría de los colores, en la mirada de quien observa.

Si nos libráramos de los prejuicios e ilusiones que nos atenazan, aceptaríamos que la democracia es un método de trabajo. Aceptaríamos que la democracia, por decirlo a la manera de Norberto Bobbio, no es más que “un conjunto de reglas de procedimiento que permiten tomar decisiones selectivas a través del debate libre y el cálculo de la mayoría” (Crisis de la democracia, 1985).

La democracia son formas. La democracia es un arte de mediación entre las partes y los intereses que se agota en sí misma. La democracia ni tiene sentido ni ofrece programa. El sentido y el programa de la democracia consiste en no tener sentido ni programa. El sentido y el programa de la democracia se encuentran en el hecho de que todos los sentidos y todos los programas se puedan manifestar y competir libremente en el marco de las reglas de procedimiento que el Estado de derecho establece.

En buena manera, la democracia no es sino una racionalización técnica del conflicto que hace posible que los ciudadanos midan sus fuerzas sin recurrir a la violencia. El resultado de esta racionalización técnica, que toma cuerpo gracias al voto, es la formación de un gobierno que debe administrar los diversos intereses en juego en el seno de la sociedad.

En definitiva, la democracia permite que el ciudadano tenga la oportunidad de aceptar o rechazar –gracias al voto libremente expresado– a los hombres y propuestas que han de gobernar durante un periodo siempre limitado de tiempo. Más: cuidado con las alternativas a una democracia formal –la nuestra– que, como muestra la Historia, han abierto la senda que conduce al despotismo o al totalitarismo.

Vale decir que la democracia, para cumplir su cometido, ha de tener un sistema de control y contrapesos –libertades fundamentales, división de poderes, crítica pública, transparencia, canales de participación, límites del poder, mecanismos de intermediación – que no ahogue la pluralidad y evite la apropiación o patrimonialización indebidas del poder.

En este sentido, la democracia, como señaló Karl R. Popper, no es únicamente un sistema para elegir representantes, sino –también– un método para sustituirlos. A través del voto, por supuesto. Al respecto, conviene recalcar que un voto no es una algarada callejera, ni cien pancartas, ni un sms, ni un tuit, ni una cuenta en Facebook.

La democrcaia no conduce al paraíso

En cualquier caso, hay que asumir que la democracia no redimirá los pecados de nuestra sociedad ni nos conducirá a la felicidad. La democracia no asegura el desarrollo, ni el bienestar, ni el progreso de los ciudadanos. La democracia tampoco abre –como insinúan algunos predicadores cínicos y algunos políticos irresponsables sin escrúpulos- el camino del paraíso.

Cierto es que la democracia ayuda a que vivamos mejor. Pero, no hay que crear falsas expectativas. Su función es otra: contarnos. Su misión es otra: elegir a nuestros representantes.

A la democracia no se le puede pedir lo que no puede dar. Por todo ello –tomen nota la izquierda, los movimientos alternativos y los nacionalismos-, no hablarás de la democracia en vano.

Giovanni Sartori: “Las ideas erróneas sobre la democracia determinan que la democracia funcione mal”.

Licenciado en Filosofía y Letras. Ensayista, articulista, columnista, comentarista y crítico de libros
Miquel Porta Perales
Ahora en portada