No hace falta convencer, sino molar

A toda persona que me encuentro en cualquier situación no le pregunto a quién va a votar, sino quién cree que va a ganar. No hay respuestas rotundas porque no hay vaticinios claros. Hay algunas reflexiones interesantes.

La mayoría reconoce un declive de expectativas en el PP. Pero a continuación estiman que puede haber algo de recuperación por el carácter conservador, en su sentido de temor al cambio, de muchos ciudadanos hastiados del Gobierno de Rajoy.

La segunda aseveración es la creencia generalizada de que el esplendor de Podemos está en declive. A Pablo Iglesias le ha hecho más daño la conversación –que no debate- con Albert Rivera en el programa de Évole que todas las contradicciones que ha tenido en los últimos seis meses. Especialmente, la declaración de que está cansado por su actividad política. No hay que mostrar debilidad porque no promueve piedad sino desprecio.

También hay constatación de que Ciudadanos está de moda urbana, joven y diría que postmoderna. Pero ninguno de mis interlocutores observa a Albert Rivera como futuro presidente de gobierno.

En todo lo que escucho hay cierta distancia, falta de pasión o indiferencia. No hay un ambiente de clásico, de Barça contra Madrid, entre otras cosas porque está sellado el final del bipartidismo como lo hemos conocido. Es esta una Liga abierta.

Lo del PSOE es más complicado. Se observa la subasta electoral de Pedro Sánchez con escepticismo. Otra vez –ya lo hizo Zapatero– promueven la laicidad de España, cobrar impuestos a la Iglesia y subir la exigencia de escolaridad obligatoria hasta los dieciocho años. Hay un cierto aire contradictorio de ocurrencia y también de repetición. Todo esto que lanza el PSOE a ráfagas es demasiado prolijo para mis interlocutores, y al mismo tiempo no encuentro a quién crea en sus promesas.

Desde que Mariano Rajoy dijo aquello de «no he cumplido mis promesas pero he cumplido con mi obligación» se consagró, en la memoria colectiva, que nos van a mentir en las campañas electorales.

Faltan justo dos meses para que se abran las urnas. Una eternidad en esta época cibernética. Pero los modos han cambiado. Ya no funciona la campaña ni de mítines ni de presentaciones de programa. La palabra clave es «molar». El diccionario, en su nueva edición, dice que significa «gustar, resultar agradable o estupendo». Aquí, el que no consiga molar no se va a comer un colín. Las palabras ya no sirven, igual que las promesas. Se trata de pálpitos, de sensaciones. Vamos, que si los candidatos no enamoran, como se decía antes, no tienen nada que hacer.