No habrá paz en el PP (ni en JxCat)
EL PP pierde fuelle a medida que se intensifican las pugnas en el seno del partido a pesar de que todas las facciones tienen puntos de vista compatibles mientras que en Junts, donde unos alimentan al Govern y otros lo deslegitiman, han logrado la coexistencia
Mientras en el PP hay guerra sin cuartel, los dos bandos de JxCat se abstienen de enfrentarse de manera pública. Sin embargo, personalismos aparte, entre los populares las ideas y las posiciones políticas de unos y otros contendientes son bastante parecidas, y en cualquier caso perfectamente compatibles.
En cambio, la contradicción entre los dos bandos de JxCat, el gubernamental y el parlamentario es tan palmaria como divergentes son los caminos entre los cargos del ejecutivo que van saboreando con fruición las mieles del poder autonómico, vicario pero para nada despreciable, y los que desde fuera acusan de traidores a todos los autonomistas. A todos menos, claro está, a los de su partido. De momento, pero ya veremos cuánto dura.
Lo que debería de estar en juego en el PP es, como en otros partidos de la derecha tradicional europea, la política de alianzas. Pero no lo está. Mientras alemanes y franceses dan ejemplo a los demás de firmeza en el cordón sanitario que aísla a la extrema derecha, en el PP no ha surgido ni una sola voz discrepante sobre el tema que debería ser crucial.
Todos están de acuerdo en que lo principal para ganar votos y acceder al poder, ya sea autonómico o el premio gordo de La Moncloa, consiste en absorber el máximo espacio posible de C’s para luego, en caso de sumar mayoría, completarla con Vox.
También se esfumaron tiempo atrás las típicas diferencias entre familias ideológicas. Nadie aprecia distinción alguna entre democristianos, centristas, liberales o conservadores. En este sentido, no hay debate en el seno del PP, como tampoco lo hay sobre el futuro de las pensiones o la conveniencia o no de incrementar, y en qué cantidad el salario mínimo.
Las diferencias entre Aznar y Rajoy, pongamos por caso, eran más de carácter, de temperamento, que de rumbo político. En definitiva, el PP es un partido pragmático que aprovecha las circunstancias favorables para presentarse como la única alternativa a los socialistas y sus variopintos contrafuertes.
Con la mayoría de los sondeos a favor, los populares solamente tenían que esperar a que Sánchez cayera víctima de los tirones de sus socios o del descontento de su electorado con ellos para volver tan ricamente a La Moncloa.
Más aún cuando se veían aupados por la contundente victoria de Isabel Díaz Ayuso en la comunidad madrileña y la previsible reválida al alza de Juanma Moreno en Andalucía. Aunque Sánchez consiguiera aprobar los presupuestos, cosa que se puede dar por descontada, bastaba contener las prisas, instalarse en la descalificación, explotar las desavenencias del bloque mayoritario y rasgarse las vestiduras ante Bildu y los independentistas.
Bueno, pues el camino de rosas se está convirtiendo en vía crucis de espinos. Ayuso se planta y quiere la presidencia del partido en Madrid. Moreno no hace caso en el tema de las fechas. En vez de cuartetas bien rimadas, versos libres que socavan la autoridad de un Casado que, al no saber imponerse desde el principio, va perdiendo autoridad interna. En consecuencia, se desangra su credibilidad como futuro gobernante.
Por contraste, la pugna entre los dos sectores de JxCat parece placidez aunque sea más grave. En vez de cuestionarse o desautorizarse entre ellos, los líderes del partido buscan y al parecer encuentran la forma de armonizar unos discursos que en el fondo son irreconciliables.
A pocos meses de la formación del Govern paritario de coalición, Junts ha plantado a ERC en las dos cuestiones capitales de la legislatura, la Mesa de Diálogo, y el acuerdo presupuestario, mientras ha fracasado en la ampliación del aeropuerto de El Prat la única iniciativa con sello propio.
Cada rifirrafe entre los dos socios se salda con graves descalificaciones de Junts a ERC seguidas, asómbrense, de un cierre de filas entre el president Aragonès y los consejeros de ambos partidos cuyo propósito no es otro que reforzar la unidad de la acción del Govern y alejar así la perspectiva de ruptura.
De modo que JxCat es a la vez gobierno y oposición, autonomista y denunciante de la autonomía como impedimento para alcanzar prontamente la independencia. El problema, que se agudizará en los próximos meses, consiste en la defraudación de las expectativas por incumplimiento.
Irán cayendo las hojas mensuales del calendario y seguiremos en las mismas, reclamando insumisión y metiendo prisa mientras su presencia en el Govern garantiza la estabilidad institucional. Fomentar con una mano la tranquilidad de los espíritus que no deja de agitarse con la otra exige una factura en costes a medio plazo.
En JxCat, unos aprietan el acelerador y otros tiran del freno. Lo probable es que, antes de estallar en guerra abierta e irreconciliable, salgan del Govern y dinamiten la coalición. En cuyo caso no está claro que ganaran las elecciones y mucho menos que se celebren.
Antes de arriesgarse a perder la Presidència, Aragonès invitará a los Comuns a entrar en el Govern para luego, además de amarrar a la CUP, balancear entre el apoyo externo de los socialistas o los de Junts, a quienes chantajearía con la disyuntiva, o se el espejismo de mantener la mayoría independentista o sabotearla. Lo cual les dejaría en una situación mucho más incómoda y explosiva que la presente.