No es país para música (especialmente en un local pequeño y relajado)
Vivimos en una sociedad incapaz de resolver el choque de conflictos entre la actividad económica y la vida social
Hay países donde la iniciativa privada está muy protegida. Eso no quiere decir que pueda hacer cualquier cosa, sino que se la incentiva para que fluya con normalidad.
Crear una empresa en EEUU es muy rápido aunque después deba funcionar de acuerdo a normas que pueden llegar a ser extremadamente rígidas. Ocurre algo similar a la hora de poner en marcha un comercio o un bar musical.
El papel de la Administración
No se trata de tener todos los permisos necesarios sino de abrirlo conforme a normativa, aceptando que es la Administración quien tiene el deber de controlarlo y asumiendo el riesgo de que sea cerrado si no se ha creado en las condiciones que exige la ley.
Hay una diferencia muy importante entre la actuación ex ante y la actuación ex post. En un caso podemos estar meses, incluso años para recibir el permiso de obertura y en el otro lo automatizamos. Es evidente que el efecto dinamizador sobre la economía es radicalmente distinto.
Vivimos en una sociedad incapaz de resolver el choque de conflictos entre la actividad económica y la vida social. En las playas de Castelldefels, los chiringuitos deben apagar la música a las 12 de la noche y en según qué zonas incluso cerrar.
Los pisos cercanos no están a menos de 60 metros y muy probablemente en sus jardines los niños generan más decibelios hasta altas horas que cualquiera de los bares de la playa.
Pero tan curioso como eso es que las normativas vigentes en una ciudad vecina pueden ser más laxas hasta el punto de tener locales abiertos hasta las dos de la madrugada a tan solo unos pasos.
En España hay debates propios de un país nórdico y luterano
En un país de sol y playa como el nuestro, hay debates propios de un país nórdico y luterano. Cosa curiosa, porqué es probable que el mismo quejón, cuyas avispadas orejas son capaces de escuchar el vuelo de la mariposa, monte un cirio cuando esté de vacaciones y lo apremien para acabar su copa a las 11,45 de la noche.
La tecnología
A fuerza de avisos, inspecciones, multas y cierres, no hay bar en el país que no tenga instalado un medidor de sonido, incluso un “sonostrato” que lo regula nota a nota.
Pero también es parte del paisaje convivir con algún vecino imperioso al que no convence la tecnología y acude diariamente a la autoridad competente.
En el Parque del Fórum tan sólo se realizan tres festivales al año
En el Parque del Fórum de Barcelona, que a todas luces, es uno de los pocos espacios urbanos donde parece razonable practicar la música sin generar molestias objetivas, solo se conceden permisos con buenas condiciones horarias para 3 festivales al año.
En cualquier otro caso deben acabar antes de la 1 de la madrugada. Es el pacto con los vecinos. El Poble Espanyol, salvo ocasiones muy concretas, debe cerrar altavoces a las 12.
No quiero ni imaginar lo que será de algunas salas históricas de música en vivo si les construyen delante vivienda nueva, porqué algo tiene de psicológico la música que ciertos oídos privilegiados la convierten rápidamente en ruido.
El futuro
En Londres este tipo de problemáticas alertó a la Administración municipal. En este caso, afortunadamente, el motivo de preocupación no fue el exceso de ruido sino la falta de música y se llegó a una conclusión de puro sentido común: cuando un ciudadano adquiere o alquila una vivienda debe aceptar los derechos adquiridos de un local musical vecino prexistente, siempre y cuando cumpla la norma.
Arreglado esto, alguien alzará de nuevo la voz para recordarnos que si la música tiene un trasfondo psicológico que modifica la percepción del sonido, lo que es pura verdad objetiva son los vendedores ambulantes de cerveza y por supuesto los fumadores.
En Londres un ciudadano que adquiera una vivienda debe aceptar los derechos adquiridos de un local musical ya preexistente
Y son problemáticos, la verdad, aunque ninguno de los dos casos sea responsabilidad del local. La venta ambulante le arruina la caja de la barra (que, por cierto podría ser más barata) y sobre el tabaco solo cabe recordar que hace unos años, en mitad de la tregua, los bares y restaurantes hicieron importantes inversiones para acondicionar una zona del local. Duró poco más de un año.
Por más que lo intentemos resolver somos un país que parece odiar la música, especialmente en un local mediano o pequeño, relajado y a horas de buen escuchar.
Somos un país que parece odiar el local musical pequeño y relajado
De esta tragedia se escapa una vez al año la Fiesta Mayor (y no a gusto de todos) y por supuesto el concierto famoso en el Palau Sant Jordi. Aunque les voy a recordar que un concierto mayúsculo en el Estadi es incompatible con el teatro del Festival Grec.
Allí sí la petan; porqué yo no se de nadie que deba apagar el televisor porqué el musical ruido del local de abajo, con todos los permisos en regla y bien pagados, le impida seguir atentamente los pormenores de su programa favorito.