No es país para bobos
No sé si conocen ustedes el primer verso del poema Sailing to Byzantium de William Butler Yeats. Dice así: «Este no es un país para los viejos» y lo que sugiere su autor con esa rotundidad es la necesidad que uno siente a veces de escapar hacia una tierra lejana e imaginaria donde poder conseguir la unión mística con bellas y eternas obras de arte. Ese verso fue tomado por el autor estadounidense Cormac McCarthy para dar título a su novela No es país para viejos, publicada en 2005 y adaptada para el cine por los hermanos Cohen en 2007, con la cual ganaron cuatro Premios Oscar, incluyendo el de mejor película.
Ambientada en la frontera entre Estados Unidos y México, la novela narra las consecuencias mortales de un intercambio fallido de drogas en una parte remota del desierto y las pesquisas del sheriff Ed Tom Bell, el real protagonista principal de la historia, que es un veterano de la Segunda Guerra Mundial y condecorado con la Estrella de Bronce, que está a cargo de la investigación de los asesinatos ocurridos en el intercambio de drogas.
Bell tiene problemas para enfrentar la magnitud de los crímenes que intenta resolver porque está atormentado por sus mentiras, de cuando abandonó a su unidad y se salvó a sí mismo sin que nadie lo supiese. Su supuesto heroísmo no fue tal y por lo tanto la Estrella de Bronce que recibió era un fraude.
Pensé en esa historia cuando leí la noticia de las barbaridades que iba contando por ahí Santiago Vidal y que ahora un periódico unionista saca a la luz para atizar el fuego antisoberanista. Por lo que leo, se ve que los amigos políticos de Vidal ya estaban sobre aviso pero nadie le paró los pies.
En el movimiento independentista existen algunos de esos viejos a los que alude Yeats que para sentirse jóvenes y vigorosos necesitan verbalizar sus ilusiones, cuando deberían seguir a rajatabla alguna de las recomendaciones del filósofo y guerrero chino Sun Tzu. A pesar de su antigüedad (2.500 años), El arte de la guerra es un libro terriblemente moderno, y su propósito fue estimular la sabiduría de los futuros generales para que pudieran obtener la victoria derrotando al enemigo de la manera más fácil posible siguiendo el principio fundamental que «toda guerra es un engaño».
Aunque fuese cierto lo dicho por Vidal, que no lo es, un juez debería saber que los que están permanentemente bajo sospecha no deben inculparse jamás de un delito si no quiere ser detenido de inmediato. La legitimidad no es un buen terreno para el combate.
Antes de luchar, uno debe conocer las fortalezas y las debilidades del enemigo, lo que fue resumido por Sun Tzu en un lema muy escueto, «conócete a ti mismo y conoce a tu enemigo», para poder usar correctamente tus fuerzas y que cuando parezca que estás cerca del objetivo, el enemigo crea que aun estás muy lejos de él. El «asalto al cielo» que sueñan algunos, esa Bizancio imaginada poéticamente por Yeats, se convierte en el ensueño de aquellos viejos que llenan con mentiras y verborrea lo que no saben conseguir con predisposición y lucha.
La independencia de Cataluña no necesita mártires, sólo requiere un poco de inteligencia cuando es evidente la cerrazón del enemigo, atrincherado como está en su negación de la realidad, lo que incluso le desprestigia a ojos de los observadores neutrales.
Lo que va a pasar ahora está escrito en el manual de los idiotas. El fiscal general del Estado ordenará investigar las declaraciones del juez inhabilitado Santi Vidal, ahora también exsenador y por lo tanto ciudadano de a pie; la oposición unionista va a acribillar a la mayoría parlamentaria y al Govern con un sinfín de interpelaciones, y, mientras tanto, el público estupefacto tendrá que aguantar que cuatro niñatos, sentados en sus pupitres académicos, digan que el juez Vidal se ha visto obligado a dimitir porque los independentistas con un poco de cabeza son unos miedicas que no saben pensar con libertad. Posados pájaros de esas generaciones por morir, tomando la metáfora del poeta irlandés, que viven en un país dominado por jóvenes bobos que destruyen la esperanza de muchos a golpe de sarpullidos revolucionarios de minorías selectas.
La Ítaca de los independentistas no puede ser esa suerte de traiciones de la novela de McCarthy, especialmente porque vistas en la pantalla de un cine parece que salpiquen de sangre al propio espectador y eso da asco. Yeats anotó en la cuarta estrofa de su poema: «En alguna parte he leído que en el palacio del emperador de Bizancio había un árbol de oro y plata donde cantaban pájaros artificiales». El reino de lo artificial es siempre la estafa en un bazar donde venden baratijas.