No den paso a los hijos de… la Blackberry, el iPad y el recorte

Hace apenas una semana, Isidro Fainé, presidente de Caixabank, recibía el premio al primer empresario del año otorgado por Foment del Treball. Dentro de pocos días recibirá otro galardón similar del Instituto de Estudios Financieros, y así suma y sigue. En los últimos tiempos se acumulan los reconocimientos, galardones, premios, distinciones diversas que parecen mostrar lo que ha dado de sí una generación completa de dirigentes, ejecutivos y empresarios de Catalunya justo en el momento en el que la economía del territorio está más débil, se ha perdido tejido industrial, no queda apenas poder financiero y somos más dependientes de las multinacionales o del poder político que, para colmo del nacionalismo dominante, no tiene sede en la plaza de Sant Jaume.

Será casualidad o no, pero nos encontramos ante el ocaso profesional de una generación de prohombres barceloneses, una suerte de patricios de la ciudad que entran irremisiblemente en situación de reconocidos septuagenarios u octogenarios. Ley de vida, off course. Pero, también, un relevo generacional pendiente que en los próximos cinco años veremos consumarse en no pocas empresas que retrasan la sucesión resistiéndose a hacer frente a los nuevos tiempos también con nuevas perspectivas.

Citaba a Fainé porque con motivo del premio de la patronal catalana realizó un discurso digno de reflexión. Entre varias cualidades que atribuyó al buen directivo se refirió a la correcta gestión del tiempo. Citó directamente el número de horas que el ejecutivo actual pasa conectado a estructuras y canales de información inexistentes cuando él cursaba estudios o en los primeros años de su actividad profesional.

Se refería por ejemplo a los ordenadores de despacho, al notebook para viajar, a la blackberry, a las tabletas… a toda la sucesión de apéndices con los que conviven los ejecutivos actuales que desean, justamente, gestionar mejor su tiempo y disponer de la máxima información con el mínimo consumo temporal posible. Fainé parecía abominar de toda esta suerte de smartphones y otro tipo de transmisores de información a favor de otros valores de corte más moral. “Hay un empacho de tecnología”, espetó. En julio del próximo año, Fainé cumplirá 70 años.

El viernes presencié como José Manuel Lara Bosch se molestaba amablemente cuando un colega del diario Negocio le preguntó por la sucesión en su grupo editorial. “Será este siglo, seguro”, le respondió para zanjar el debate. Hace unos años, Lara fue de los primeros en decir que no deseaba perpetuarse en el cargo que desempeñaba y que era necesario dar paso a nuevas generaciones de ejecutivos en su organización (“Tras los 70, ser presidente sólo sirve para que te saquen en procesión”). En marzo cumplió 65 años y a decir de la respuesta y de su tono no parece especialmente dispuesto a dejar a corto plazo la trinchera empresarial. Menos aún cuando se le escucha hablar sobre los negocios digitales de futuro, los modelos empresariales que nacerán en su sector y otras referencias similares.

Javier de Godó Muntañola, el todopoderoso propietario del Grupo Godó, se convierte este 2011 en otro ilustre septuagenario. El conde ha dado paso a su hijo Carlos en la gestión de la compañía, pero sigue liderando las decisiones estratégicas. Un avezado cazatalentos de esta ciudad me explicaba esta misma semana la suerte que tienen Lara y Godó con sus hijos, que saben llevar el día a día y reducir los costes con talento…

Son algunos casos ilustres pero hay más. Seguro que el más simbólico de todos es el de José Ferrer, presidente honorífico de Freixenet, quien a sus 86 años todavía cambia las horas de los consejos de administración y a ninguno de sus descendientes se les ocurre discutir una opinión estratégica sobre el futuro del grupo cavista. Josep Maria Pujol Artigas, el patriarca de Ficosa, tiene a su hijo al frente de la compañía, pero mantiene el control accionarial atado y bien atado. Arturo Suqué, Carles Sumarroca Coixet, Joan Rosell Codinachs y algunos otros que la memoria no alcanza están en idéntica tesitura.

Se trata de líderes que han conseguido prestigio, dinero, fama y reconocimiento por su obra empresarial o directiva. Personajes que difícilmente se sienten a gusto con la gestión de las nuevas tecnologías, pero que acumulan una experiencia indiscutible y sumamente valiosa.

A ellos no les importa que Blackberry se muera durante unos días, pero a sus hijos, sobrinos y empleados les complica la organización de su tiempo y sus contactos. Y tienen un estilo distintivo: los grandes patriarcas de la economía catalana poseen una mínima sensibilidad social en su mayoría. En unos casos porque han vivido la dictadura y la dura transición democrática, en otros por mera convicción religiosa.

Los hijos de esta burguesía empresarial, sin embargo, son otra cosa. Educados en escuelas de negocios neoliberales y donde el individualismo se ensalza con profusión, viven su ejercicio profesional en términos de competitividad cruel. No les tiembla la mano al decidir una reducción de personal en su empresa si eso supone una mejora de cualquier ratio o tasa de retorno de una inversión. La inversión o el dividendo social les parece una mojigatería y obran en consecuencia.

En muchas de las empresas que ocupan estos prohombres o en otras aquejadas de situaciones similares se vive con temor la hora del relevo. Por eso, aunque sean incapaces de sacarle todo el partido al iPad, a estos viejitos que todavía mandan e influyen, que constituyen un seguro de sosiego social, que además son nuestros viejitos, sólo podemos desearles, como al César, larga vida.