No dejarse engañar

No es el fin del mundo ni mucho menos: sobreviviremos y nos recuperaremos, ojalá antes de lo que pensamos

Ni por exceso ni por defecto. Este artículo consta de dos partes. En la primera trataremos de combatir los bulos sobre la inexistencia o falta de gravedad de la actual pandemia. En la segunda, trataremos de la fiabilidad de las cifras y de la posible duración del confinamiento a la luz de los datos disponibles.

Tengo amigos y familiares bien formados y preparados, uno de ellos doctor en medicina social y ex alto cargo, que se apuntan a la teoría de la histeria colectiva. Según ellos el coronavirus ya existía, asociado a recientes episodios de gripe más mortíferos de lo habitual, por lo que la reacción presente es del todo punto excesiva.

A día de hoy o ayer, algún que otro científico discordante, esgrime su excelente currículum para abonar dicha posición. La respuesta, directa o indirecta del resto de la comunidad, expresada de un modo más o menos contundente, cabe en la siguiente frase: ser un destacado investigador en su especialidad, ni que sea de microbiología, no está reñido ni con la imbecilidad ni con las ansias desbordadas de protagonismo.

Una vez, en una cena a la que tuve el privilegio de asistir, un distinguido personaje cuyo nombre recuerdo pero me limito a escribir que se proclamaba muy católico, preguntó al premio Nobel de física Abdus Salam, ferviente y estricto seguidor del Corán, si, en su opinión, las más avanzadas teorías sobre el cosmos no excluían la existencia de Dios. A que no adivinan su respuesta.

“Tengo por norma no mezclar las creencias con el trabajo”, espetó. Pues bien, esto es precisamente lo que hacen los negacionistas, romper el principio básico de correlación entre las capacidades profesionales y sus creencias u opiniones particulares. Según ellos, somos víctimas de la colosal avaricia de las grandes farmacéuticas.

Entre otras innumerables sandeces expresadas de modo convincente para los menos precavidos, circula una proyección de los beneficios que va a obtener China que, claro está, tenía planificadas hasta las mutaciones del virus.

La pandemia es fruto del azar y del modo con el que nos enfrentamos al virus

Lo previsible es que la combinación de la brutal caída de la demanda y la ausencia de componentes y productos que seguirá al confinamiento total, va a ser peor para unos que para otros, pero en este mundo global, el confinamiento de miles de millones de personas durante meses no va a ser buena noticia para nadie. Tampoco para las grandes fábricas del mundo.

Por la tanto, la clásica pregunta, ¿cui prodest? (¿a quién beneficia?), tiene una respuesta clara: a tan pocos, y a tan alto precio en vidas humanas y en catástrofe económica generalizada, que los supuestos saqueadores del mundo deberían tener la capacidad de engañar a grandes organizaciones y corporaciones, dirigidas por gente muy preparada para obtener beneficios y muy alerta a evitar las pérdidas.

No hay duda de que la pandemia es fruto de dos factores. El azar, que ha propiciado una mutación y un contagio masivo, mucho más probable que el impacto de un gran meteorito. Y dos, el modo con el que nos enfrentarnos al virus. No entiende de fronteras pero se cuela por todas las puertas y rendijas que le dejan abiertas. A cambio, no atraviesa las barreras.

No es invencible a condición de que se tomen las medidas adecuadas. El Gobierno, antes reacio como el italiano al cierre total, ya ha rectificado según pedían las voces más sensatas, que son asimismo las más aciagas. Más vale tarde que nunca.

Tal vez no China, pero sí buena parte de los países europeos, entre ellos España, acabarán por admitir, si no lo han hecho ya, que el número de muertos es superior al oficial, porque no pocos fallecen sin ser diagnosticados y sin acceso a un test.

Asimismo, y dejando atrás la lamentable y desastrosa estafa de los test inservibles, el número real de infectados es muy superior al oficial, y más en los países que no hacen pruebas masivas. Si quieren aproximarse un poco más a la verdad, multipliquen la cifra oficial como mínimo por cinco, tal vez por veinte.

Con suerte, nos ‘desconfinan’ a mediados o finales de junio

Para los que vamos a permanecer encerrados, la pregunta más repetida es hasta cuándo. El Gobierno no lo dice, pero hay un dato, nada halagüeño, que nos puede orientar. El de las semanas de confinamiento total en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia china de Hubei, epicentro de la pandemia.

No son cuatro ni ocho sino once. Tal como lo leen, a contar desde el 23 de enero hasta el próximo 8 de abril. Con la salvedad de que en la mayoría de pueblos y ciudades de esta provincia de 40 millones de habitantes, se decretó toque de queda con restricciones aún mayores de las de que han tomado Italia y España.

Con los dos retrasos acumulados, el primero en la tardanza en declarar el estado de alarma y la segunda en cerrar aeropuertos, vías de comunicación y empresas no esenciales, lo normal es que nos esperen como mínimo diez o doce semanas más de confinamiento estricto. Mejor si son menos.

Con suerte, nos ‘desconfinan’ a mediados o finales de junio. En contrapartida, para entonces habrá millones de test rápidos que funcionarán, así como abundancia del material sanitario que ahora tanto escasea.

No se dejen engañar, ni por exceso ni por defecto. No es el fin del mundo ni mucho menos. Los muertos van a contarse por docenas o algún centenar de miles. El resto sufriremos y les lloraremos, pero sobreviviremos y nos recuperaremos (o sobrevivirán y se recuperarán). Ojalá sea antes de lo que pensamos.

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